Cicuta con almíbar, por Ana María Tomás
Sacar a pasear a mi perro es algo a lo que tuve que renunciar hace algún tiempo debido a su fuerza y a la necesidad de mantener a raya las pulsaciones de mi corazón. Así que he perdido contacto con algunos dueños de mascotas con los que solía jugar mi amor perruno. Hace unos días, no tuve más remedio que encargarme yo del paseo y volví a reencontrarme con una hermosa bóxer y su dueña. Ambas nos fuimos poniendo al día de miles de cosas insustanciales para terminar hablando de que ella echaba de menos una terraza porque, en el nuevo piso al que se había mudado, no la tenía. Y añadió, textualmente: “Es que ya no estoy con mi pareja”. ¿Y qué se hace en estos casos? Pues decirle lo lógico: “Vaya… pues nada, para estar mal acompañada, mejor sola; que a enemigo que huye, puente de plata…”. Sí, ya sé, se dice lo lógico, pero poco a poco, dando tiempo, manipulando un feedback que todos aquellos que somos espontáneos nos pasamos habitualmente por el forro, en una palabra: dejando hablar… porque, cuando terminé de soltarle las frasecitas de empoderamiento, ella me miró y añadió lacónicamente: “No, si se murió de un infarto”. Y, ahora, sin mucha imaginación, pueden hacerse ustedes una idea de mi cara. “Ya, añadió ella, cuando te has puesto a hablar he pensado que no sabías nada de lo que le había pasado”. Pues no, querida compañera perruna, porque esa no es la mejor manera de decir que alguien ha muerto. Que el “ya no estoy con él” es una frasecita que se repite con más frecuencia de la que nos gustaría. Que hoy las relaciones no son “como Dios manda”, porque hoy funciona todo como la seda y mañana descubres que es un pedazo de cabrón que te está adornando la frente, o porque resulta que la cabrona eres tú y la tentación te ha hecho colocar los ojos en otro maromo. Que vale que no tenemos el don de Mel Gibson de adivinar lo que piensan las mujeres, y vale que, en muchas ocasiones, calladita estoy más bonita, pero reconocerán, en mi descargo, que cualquiera de ustedes habría dicho lo mismo que yo dije. Y no es que se tenga complejo de sangre dispuesta a acudir a la herida, sino que por elemental educación o, simplemente, porque en circunstancias así no sabes qué decir, “intentas” restañar con el bálsamo de la palabra el dolor de la persona sufriente que acaba de abrirte su corazón, sin que tú sepas qué llave ha visto en ti para abrirlo.
Es posible que ser espontánea pueda resultar más un defecto que una virtud, y que, en más de una ocasión nos sitúe en un brete, pero, imaginen que el muchacho la hubiera abandonado… habría hecho bingo de consuelo. Así que…