ENTREVISTA A CARMEN GALLEGO MARTÍNEZ
MÁGICAS PALABRAS. Por Consuelo Mengual

“Sin lechos de certidumbre” (MurciaLibro, 2022)es un selecto poemario escrito en un momento desacompañado de la vida de la poeta Carmen Gallego Martínez, dominado por una realidad tan distinta que altera la cotidianidad. Una imagen similar la evocamos en “El rayo que no cesa” (1936), de Miguel Hernández, reflejo de una profunda pena ante el amor desamparado y cuya poesía está cargada de simbología: el rayo, alegoría cósmica de poder y energía.
Hay personas que se van y que luego vuelven. Decía Miguel Hernández: “me voy, me voy, pero me quedo”.
Es como hacer una elegía de los que se van a otros lugares o deciden no estar en mi vida. Algunos deciden alejarse, lloro por ellos; y algunos vuelven con la idea que tenían de mí, pero yo ya no soy la que dejaron.
“La belleza es como el aire, algo de lo que no se puede prescindir. Es una de las formas más próximas de la libertad y creatividad, todos los sentidos están disfrutando”
¿Qué cosas suceden?
Cosas que se me aparecen sin buscarlas, incluso cuando renuncio a encontrarlas. Sorprendentemente te introduces en un círculo del tiempo en el que el ayer es hoy. Nadie sabe lo que sucede y algo ha sucedido como respuesta al deseo y a la búsqueda, casi mágico.
¿Qué traen los tiempos?
Sufrimos el peso de la historia que nos compone desde que tenemos memoria de ella, pero también somos víctimas de la actualidad. Contra todo pronóstico, como universitarios corríamos delante de la policía y, ahora, estos nuevos tiempos han llegado con uniformidad. Es como alzar una voz al siglo, que nace con heridas, para decirle: “pero, ¿cómo es que arrancas cada día con los mismos problemas, guerras, injusticias?” Vivimos en una paz falsa. Sin embargo, cada mañana hay en nosotros una creencia creativa, pese a todo.

¿No es buena compañía la soledad?
Hay dos tipos de soledad: la soledad fértil y la soledad estéril. Hay personas que viven en compañía y se quedan solos a veces. Pero hay otra soledad cuando se llega a casa y nadie está. En ese caso, o la casa se convierte en abrazo, o no hay nadie que te espere. En la soledad fértil me puedo relacionar con las cosas que me rodean y ahí está la belleza, la creatividad, la alegría… No necesito de fuera. Pero también están esas tardes que no quiero bajar a mis abismos, por fragilidad, y ahí está la soledad estéril: ni estoy fuera, ni he hecho el viaje hacía dentro. Ante eso, paso cierta dificultad. Si fuera encuentro el acogimiento, pero falta el viaje que no he hecho hacía dentro, el mundo de fuera todavía no puedo sentirlo cálido. Es una sensación que me guía.
“Absorta en el dragón del atardecer”, ¿qué siente?
El atardecer me sobrecoge, nunca es igual. Cuando está en su esplendor la belleza me duele, me quedo pequeña ¿Qué soy ante un dragón? Sólo puedo mirarlo, dejo de ser yo y, a veces, me devora. Me pierdo en ese rojo.
Los poemas suelen acabar con uno o dos versos separados finales, a modo de recogida.
Esos versos concentran la idea y la separan del resto. El poema es una explosión y los últimos versos condensan algo que, claramente, puede derivar en lo anterior, pero puede, también, sobrevivir solo.
¿Se pueden escribir otros cuentos?
Sí, por supuesto. Siempre me han gustado mucho los cuentos contados, no leídos. Mientras oía la voz imaginaba cosas. Los cuentos siempre acababan bien, pero ¿qué es ser feliz? ¿Qué hay después del cuento? Esa era siempre mi inquietud. Hay otros cuentos sin príncipes, sin hadas, donde nadie quiere ser dominado. Otros cuentos en los que vale el atrevimiento: uno llega a un lugar que no esperaba y en esa tierra no conocida te atreves a sentir filones de esperanza; donde vivir no depende de la pareja, donde hay otros códigos.
“Hay dos tipos de soledad: la soledad fértil y la soledad estéril. Hay personas que viven en compañía y se quedan solos a veces. Pero hay otra soledad cuando se llega a casa y nadie está”
“Umbrío por la pena, casi bruno”, un bello soneto de Miguel Hernández que no es una queja, sino un valeroso himno a la pena en medio de adversidades y cardos. Y Ud. evoca la muerte de su pena “gastada de besos”.
No sabía que fuera a escribir esto hasta que apareció ese final, buscando en lo invisible. La poesía, en general, lleva dolor. Cuando leo a Miguel Hernández percibo su dolor, que no cesa y me sobrepasa siempre. Hable de lo que hable, está ahí la pena del pueblo. Ante una vida tan dolorosa, de la que nunca salió, mi verso resulta salvador.
“También, salva la belleza”
La belleza es como el aire, algo de lo que no se puede prescindir. Es una de las formas más próximas de la libertad y creatividad, todos los sentidos están disfrutando. Como si los dioses nos permitieran un atisbo de los mundos que hemos soñado. A veces es tan grande que te empequeñece. La busco y la encuentro en el cielo, en la escritura, en el silencio, en el gesto de los niños, en la calle… En ocasiones, no sé qué hacer con ella y otras veces ese gesto bello me ha salvado el día. La belleza es un regalo para todos.
¿Nos repetimos?
Sin dudarlo, por supervivencia, supongo, por tener que proveernos de comida, trabajar, tener tareas repetitivas. Y en los comportamientos con los demás, en las formas de expresión, como si fuéramos elaborando una capa que nos impide que seamos de otro modo. Somos enemigos de nosotros mismos por no buscar lo que queremos para volar.
¿Qué nos inquieta en la cotidianidad?
Hay temporadas que no pasa nada, estamos cómodos, en la búsqueda de las cosas. Pero, de vez en cuando, aparece la inquietud: algo no está cómo queremos. La sentimos como una arista dentro, sin ser conscientes de su daño; a veces, se encela, se vela, no sabe dónde está y podemos pasar de ella. Esa inquietud es la forma de ver algo de nosotros mismos que no habíamos visto.
Su “emboscada de ausencia”, podría ser “me tiraste un limón, tan amargo”, del poeta oriolano.
¡Qué bueno! Es que la poesía no es terapia. En la terapia hay un guía, un conductor, unos ritmos, es un diálogo. La poesía tiene otros tiempos, para mí más largos, viene sin saber cómo y cuándo, con el dolor, en este caso por el alejamiento. La poesía no es voluntaria. También llevo un diario de sueños, que son otra manera de completar la realidad.
¿Necesitamos la verdad de los otros?
Creo que no siempre necesitamos la verdad de los otros. ¿Qué es la verdad?, ¿un criterio subjetivo? La realidad son datos. La verdad, o se construye a la vez o, ¿qué me dice la verdad del otro por separado?
“Sufrimos el peso de la historia que nos compone desde que tenemos memoria de ella, pero también somos víctimas de la actualidad”
¿Qué ocurre cuando llega el olvido? O ese “rayo que no cesa”, ese vigor de las furias que representan las agresiones del mundo.
Cuando llega el olvido, que nunca es definitivo, empiezan otros mundos, otra forma de nosotros mismos, de relacionarse con las cosas. El tiempo que se ha ido generando en la ausencia del otro, en la fragilidad, ha encontrado, poco a poco, una forma de relacionarse con lo que la vida le ha puesto sin el otro.
“… y en la tierra/ enmudecen/ verdades de otro tiempo”.
Hay momentos de metamorfosis de oruga a mariposa y en ese momento en que no eres ni lo uno ni lo otro, donde no está ni la fuerza de antes ni la que está por llegar, se dejan verdades de otro tiempo que ya no valen, que ya no son de ahora.
¿Habitamos “sólo los mundos de la apariencia”? “Voy entre pena y pena, sonriendo”, decía el poeta.
La realidad es relativa pero esta relatividad hace que cada uno sea, más o menos, sincero consigo mismo. La verdad individual es el sentimiento que cada uno tiene en relación con las cosas que busca. Es como el nacimiento del poema, que te saca de una mentira de la vida y te permite ir ligero. El poema es una realidad profunda que no se ha dicho nunca.
Curiosamente sus poemas carecen de título, solo están numerados.
No me gusta titular los poemas porque condicionaría la lectura de los mismos. Presento el poema en su dificultad, desnudo, como aparece. Es lo más profundo del otro. Y no quiero dar pistas. Tal vez el título sea sólo un requerimiento social.
