LA ESTACIÓN DEL JÚBILO

CICUTA CON ALMÍBAR. Por Ana María Tomás

Y de pronto el tiempo que tenía pies de gigante comenzó a caminar a pasitos de hormiguita. Y los días eran interminables, sobre todo porque tenía a todas horas a su lado a un hombre con el que no la unía otra cosa que unos hijos en común, un par de casas y más de media vida juntos. Nada de conversación, nada de ilusiones, nada de proyectos. Ella, que continuamente le reprochaba a ese hombre su falta de tiempo para con su familia, se encontraba ahora con que su presencia le molestaba mucho más de lo que podía imaginar, además, como se encontraba descansado, la buscaba sexualmente con demasiada frecuencia, al menos, con “demasiada” en relación a la que la tenía acostumbrada.

Pensó en qué tipo de alucinógeno podría ayudarla a adaptarse a esa nueva época en la que tendría a todas horas a su marido en casa y encontró la fórmula con invitaciones a un café de media tarde a matrimonios amigos: otras parejas, probablemente, tan agonizantes como la suya, pero que al igual que ellos reían y contaban las últimas novedades de cuernos en sus entornos comunes, y bebían y brindaban por todos los años que llevaban juntos y por los que todavía les quedaban. Pero al final del mes se dio cuenta que unos pensionistas no pueden derrochar en dulces, helados y cafés   diarios, sobre todo, porque el café siempre terminaba en cena y eso era más de lo que su bolsillo podía soportar.

No es que la costumbre sea una variante del amor, pero soportar el desamor sí es una variante del miedo. 

El encuentro fortuito de su marido con un antiguo amigo de la infancia salvó definitivamente el presupuesto familiar.

Aunque al principio le volviera, una vez más, la misma reticente y conocida sensación de soledad, de vacío, de frustración, de impotencia cada vez que él se marchaba a jugar su cada vez más larga partida de dominó, esas sensaciones fueron dando paso a una sosegada y apacible aceptación, y más tarde a una soterrada felicidad al sorprenderse dueña de sus tardes, libre de “ese señor” tan ajeno a cualquier emoción o sentimiento que ella experimentase.

No es que la costumbre sea una variante del amor, pero soportar el desamor sí es una variante del miedo. El miedo, como la muerte, puede tener mil rostros, pero todos inmovilizan de la misma manera. Nunca fue una mujer valiente y ahora, a sus años y sin trabajo, mucho menos. Se había impuesto seguir siendo un referente “seguro” para sus hijos. Demasiado bien conocía ella, por experiencias cercanas, que muchos de los hombres separados sufren un repentino ataque de amnesia paternal.

Pensó en qué tipo de alucinógeno podría ayudarla a adaptarse a esa nueva época en la que tendría a todas horas a su marido en casa

Probablemente cualquier psicólogo le diría que su actitud es cobarde, incluso podría argumentarle que, tal vez, se deba a un trauma de infancia y que lo que tendría que hacer, de una vez por todas, es enfrentarse a sus fantasmas como única fórmula para que desaparezcan. Pero ella prefiere no mirar el almanaque, vivir, simplemente, cada día y pensar que aunque tenga menos fuerzas, sabe mejor cómo usarlas, y desde luego no lo va a hacer rebelándose a lo que no ha sido capaz de retar en toda su vida. Todo pasa. Esto pasará también.

Ana María Tomás. @anamto22

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