MESA CAMILLA. Por Paco López Mengual.
Hace unos años realicé un viaje en vertical, ascendiendo noventa y ocho metros de altura y recorriendo casi tres siglos de historia. Hora y media duraba la visita guiada que vi anunciada en el periódico por el interior de la torre de la Catedral de Murcia, y no dudé en inscribirme.
En el campanario comenzaban a sonar las diez de la noche cuando un nutrido grupo de visitantes nos congregamos a los pies de la segunda torre más alta de España, tras la Giralda de Sevilla, y penetramos en ella a través de su único acceso: una pequeña puerta exterior. Y mientras subíamos rampa tras rampa fuimos conociendo detalles de su construcción. A principios del siglo XVI, el obispo de la diócesis Mateo Lang –que, por cierto, vivía en Roma y nunca pisó Murcia- ordenó demoler la vieja torre gótica de la catedral y levantar una nueva “tan alta, que se pudiese contemplar desde la ciudad alicantina de Orihuela”, que durante esos años pujaba por independizarse y tener su propio Obispado.
Para su diseño y construcción no escatimó en gastos y trajo desde Italia a los hermanos Florentino, discípulos y amigos de Miguel Ángel. A ellos se debe el primer cuerpo de la torre, que alberga la Sacristía.
Debido a su considerable altura, en el segundo cuerpo se decidió instalar el archivo de la diócesis. También aquí, se refugiaban los que huyendo de la justicia se acogían a sagrado y pedían asilo a la Iglesia. Se sabe que hubo malhechores que vivieron más de cuarenta años sin salir de la torre.
Mientras continuamos ascendiendo por rampas, recordamos la gesta protagonizada en los años cincuenta por un famoso ciclista murciano llamado Sánchez Belando, que subió en bicicleta desde la base hasta el campanario, sin poner un pie en el suelo.
Se sabe que hubo malhechores que vivieron más de cuarenta años sin salir de la torre
El tercer cuerpo que alberga la maquinaria del enorme reloj que vemos desde el exterior, también acoge la conocida sala de los secretos o de los susurros. Algo impresionante y que no deja indiferente al visitante. Se trata de una sala abovedada, donde si alguien se sitúa en una esquina y habla en voz baja hacia la pared, su conversación es perfectamente escuchada por un interlocutor situado en el extremo opuesto, a muchos metros de él; y sin que nadie más en la sala haya podido oír sus palabras. Un piso más arriba encontramos el cuarto dedicado a los conjuros: una sala con un altar, rodeada de un impresionante balcón, donde se realizan procesiones para alejar el mal de la ciudad, que suele llegar en forma de riada o de sequía. El yin y el yang taoísta; el Juanico o Juanazo murciano. Durante el acto se pasea un relicario del Lignum Crucis –una astilla del madero usado para crucificar a Jesús– que pertenece al museo de la catedral por los cuatro conjuratorios del balcón, dedicados a los cuatro Hermanos Santos de Cartagena.
Hasta aquí llegó el ciclista Sánchez Belando, porque en este punto se acaban las rampas y, a través de una escalera de caracol de 45 peldaños, accedemos al campanario; y allí rodeados por 25 campanas, una de ellas de 6.421 kg de peso, escuchamos dar las 11 de la noche. Doscientos setenta y un años después de su comienzo, la torre de la catedral fue coronada por una cúpula diseñada por el famoso arquitecto del neoclásico español Ventura Rodríguez, autor también de las dos fuentes más emblemáticas de la ciudad de Madrid: Cibeles y Neptuno.
Desde el campanario las vistas son impresionantes. La ciudad de Murcia a vista de pájaro nocturno, en una imagen de 360 grados. Por cierto, desde allí se ve la torre de la catedral de Orihuela, que pese a la negativa de Mateo Lang y por decisión de Felipe II logró el obispado. La de Orihuela y la de Murcia son las dos únicas catedrales de toda la cristiandad que se pueden visualizar a simple vista una desde la torre de la otra.