Por Ángela M. Torralba
El río Segura serpentea por el Valle de Ricote acariciando las raíces del pintoresco pueblo de Blanca, cuna del renombrado pintor Pedro Cano. Este septiembre, la Sala Alta del Real Casino de Murcia se convierte en un portal a los paisajes idílicos y a la lírica íntima de este artista universal. Bajo el título Un pueblo de Murcia, Cano nos invita a un viaje profundo y emotivo a través de sus acuarelas, una celebración de su tierra natal que ha influido en cada pincelada de su obra.
Pedro Cano ha recorrido el mundo, llevando con él la esencia de su pueblo. Aunque su arte ha adornado galerías de Roma, Nueva York y más allá, Cano nunca ha dejado atrás la influencia de Blanca. En palabras del presidente del Real Casino de Murcia, Juan Antonio Megías García, Cano es un artista que, sin dejar de pertenecer a su tierra, ha logrado que su obra resuene a nivel global: «fíjense en sus cuadros, y me es igual que lo hagan en una de las pequeñas acuarelas que cuelgan en esta exposición o en alguna de las grandes obras que integraron la exposición ‘Ad Portas’… Cualquiera refleja fielmente la universalidad de que les hablo,» expresa Megías.
“La pérdida de mi padre a los once años, y después de años de enfermedad, me dejó con la cabeza bastante desordenada".
A través de múltiples acuarelas y un óleo, de mayores dimensiones, Cano nos transporta a los rincones más íntimos de su infancia, donde las calles empedradas y la luz radiante del Mediterráneo cobran vida en cada trazo. Sus obras, impregnadas de nostalgia y cariño, nos susurran historias de un pasado entrañable. Más que una simple exhibición de arte, Un Pueblo de Murcia es una oda a la belleza serena de la Murcia interior, a la memoria de aquellos que nos dieron forma y al poder transformador del arte.
Es también un homenaje a la memoria del padre de Pedro Cano. “La pérdida de mi padre a los once años, y después de años de enfermedad, me dejó con la cabeza bastante desordenada. Una caja de pinturas al óleo que me regaló mi hermano Jesús fue como una medicina para cubrir la ausencia paterna”, manifiesta el pintor.
No obstante, los viajes a Murcia con su padre, cuando vio la fachada del Real Casino por primera vez, forjaron su amor por el arte y su conexión con la capital: “siempre que llegaba a Murcia, subía las escaleras de madera del Casino para aprender y disfrutar de las exposiciones que allí se exhibían. Allí conocí la pintura de Muñoz Barberán, Molina Sánchez y Gómez Cano”. De hecho, el artista recuerda con cariño su ponencia 7 décadas / 7 cuadros, celebrada en un Salón de Baile a rebosar, en la que enseñó siete óleos especialmente significativos de su trayectoria vital y artística, desde su infancia en Blanca a su estancia en Roma, rememorando viajes por Latinoamérica o un periodo de especial intensidad en Nueva York, donde luchó por ser fiel a su propia esencia y no perder la pureza.
Ahora, después de más de 60 años de carrera y habiendo recorrido medio mundo, pintando y exponiendo en las galerías más exquisitas, Pedro Cano, con su maestría y sensibilidad, nos invita a explorar los rincones más recónditos de su alma y de su tierra natal. “Al traspasar los ochenta años ha llegado el momento de llevar una exposición a la Sala Alta y, para que tenga el sabor de nuestra tierra, he preparado solamente trabajos sobre Blanca, mi pueblo, que fue un modelo recurrente en toda mi trayectoria… Con mucha ilusión y con cariño, he ido escogiendo estos papeles y esta tela grande esperando que os hagan tan felices como feliz fui yo haciéndolos”.
Ofreciendo una visión que trasciende fronteras y conecta lo local con lo universal, su obra, reflejo de una vida dedicada al arte, será un legado perdurable que continuará inspirando a futuras generaciones.