Por Santiago Delgado.
El Castillo de Chuecos, sobre el lugarejo del mismo nombre, se halla entre Lorca y Águilas, vigilando también lo que viene desde Mazarrón; además de la costa, claro. Es decir, un lugar casi en medio de la nada. Es un topónimo que proviene de andrónimo. Es decir, el lugar se llama como su primer poblador. Un tal Chuecos. ¿Y de dónde viene el apellido Chuecos? Pues, en primera providencia, el diptongo lo señala como castellano, y la “ch”, sonido que no tenía el latín, también. Si desnudamos de su traje de tiempo a la palabra, nos vamos a clueco/clueca, que es la gallina que acaba de poner los huevos, y procede a empollarlos. O a la herramienta –lo más de ella, de madera–, que servía para que el labrado hundiera el rejo en el surco, aprovechando el tirón de los bueyes. Es un palo curvo, que, en realidad se llama esteva; pero también clueca. El rejo y el mango son férreos, claro. Un estevado es un jorobado o alguien que tiene las piernas abiertas y que, en posición de firmes, puede pasar una bala de cañón de las de chiste de antes, por el hueco abierto. Con perdón.
Se trata de un topónimo que proviene de andrónimo. Es decir, el lugar se llama como su primer poblador. Un tal Chuecos
Bueno, pues olvidado ese origen, el primer señor que fue destinado al castillo entre Lorca y Águilas, en tiempos del Rey Alfonso X, llevaba ese apellido: Chuecos. Supongo que, de las dos acepciones, la de las piernas en “o” sería la más seria de considerar. Pero, haciendo alusión, no al Chuecos lorquino que capitán fuera de guerreros en la perdida sierra antedicha, sino a su lejano antepasado, del que sabemos que fue caballero a las órdenes de Ramiro I de León, a finales del primer milenio de nuestra era.
Chuecos tiene buena resonancia castellana, y numerosas personalidades de la Hispanoamérica virreinal e independiente llevan tan honroso apellido, que denota la procedencia lorquina. Pero, aun sin el apellido Chuecos, el enclave tiene bellas resonancias poéticas. Allí moró luengos años el fino poeta modernista Carlos Mellado. Un lorquino que se codeó en el mismo Madrid con lo más granado de la Literatura de los inicios del siglo XX. Su poesía, simbolista y llena de spleen, aún sobrevuela el apartado y entrañable lugarejo.
La forma aparentemente plural de la palabra es inexplicable; acaso sea debida al alargamiento por exceso de un escribano chuleta, que el siguiente escribano interpretó como ese final. La escritura, es que, desde que se difundió, causó estragos en la lengua en general; no solo en las toponimias. Era, fue, su manera de hacernos ver su existencia y derecho a la intervención filológica, la escritura, digo. Faltaría más. Alguna vez iré al catillo de Chuecos, alargado y con aljibe, con su porción civil debajo. Hay capilla y todo; cerrada, claro.