Sueños

Pinceladas, por Zacarías Cerezo

Ariadna dormida

Admiro a las personas lúcidas, las que tienen luz intelectual para analizar las circunstancias, tomar decisiones sabias para sí o para los demás: personas que son faro para la humanidad. Me gustaría ser uno de ellos, pero ahora me he enterado de que pertenezco a otro colectivo que no sabía que existía, el de los soñadores lúcidos. No era esa mi aspiración, pero algo es algo.

El caso es que en materia de sueños siempre me he sentido afortunado, porque cuando tengo una pesadilla puedo ser consciente de ella y despertarme a voluntad, acabando así con la angustia que me produce. Ello me resultó muy útil en épocas de mi vida en que tenía sueños heavy muy frecuentes: unas veces me sentía perseguido y no conseguía huir porque mis pies eran de plomo y, otras, a punto de estrellarme con el coche, no encontraba el pedal del freno. La posibilidad de reconocer el sueño y despertarme me quitó la zozobra que llegué a tener cuando me iba a la cama. Otras veces, sin embargo, los sueños tienen su encanto, como cuando se sueña con volar y uno, entonces, por disfrutarlo, los prolonga mientras puede.

Me he enterado de que pertenezco a otro colectivo que no sabía que existía, el de los soñadores lúcidos

Pensé que sería una rareza mía, pero me he encontrado con gente que tiene la misma habilidad y es un fenómeno estudiado. Hay un interesante proyecto llamado Dormio que entrena a la gente para adentrarse en sus sueños lúcidos con el fin de sacarles provecho, ya que mientras dormimos tenemos ideas valiosas o encontramos solución a problemas. Interactuar en esos sueños es muy interesante, reconducirlos y luego recordarlos es muy útil.

El interés por controlar los sueños viene de antiguo. Aristóteles (siglo IV a. C.) hace mención de ello. Dalí, que como surrealista se inspiró en el mundo onírico, decía dormir la “siesta de la llave”. Se sentaba en un sillón con reposabrazos con una llave de portón en una mano; debajo, en el suelo, ponía un plato. Tras los primeros minutos de sueño —en que se entra en un estado llamado hipnagogia, una especie de limbo entre la vigilia y el sueño— a Dalí se le caía la llave sobre el plato y se despertaba, según él, con gran lucidez y con nuevas ideas surgidas durante el breve sueño, que al estar reciente recordaba y le inspiraban sus insólitos cuadros. 

Hay un interesante proyecto llamado Dormio que entrena a la gente para adentrarse en sus sueños lúcidos.

En realidad, el “sueño de la llave” viene de la cultura popular, un “truco” para tener una mini siesta. Por cierto, en murciano llamamos “clisarse” a este tipo de sueño breve, vocablo que la L’Ajuntaera ha pedido a la RAE que sea admitido.

Para terminar, lo que les deseo a ustedes no es que logren controlar o interferir en sus sueños. Lo que les deseo es que duerman a pierna suelta. De nada.

Zacarías Cerezo.

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