LA CARA B. Por Antonio Rentero.
Hay figuras de belén de 20 centímetros que casi todo el mundo guarda durante todo el año y llegadas estas fechas tan señaladas salen de cajas polvorientas dispuestas a ocupar su lugar durante apenas unas semanas.
Unos pocos días rodeadas de espumillón, ríos de papel Albal, montañas de cartón, palmeras de plástico y, probablemente, algún Pikachu, un Baby Yoda, un tiranosaurio o cualquier otro disparate ucrónico de moda. Y cuando llegue el 7 de enero, otra vez todo al trastero o al altillo.
Yo en casa tengo puesto el belén todo el año. Hay que amortizar la inversión, porque las figuras que yo tengo en casa no son precisamente baratas. Mi ilusión durante todo el año es que llegue la Navidad, pero no para poner el belén, sino para ampliarlo, para completarlo, para ir llenando mi pequeño hogar de grupos que, a modo de capillas monotemáticas, me permiten vivir en medio de un nacimiento doméstico: por aquí la anunciación a la Virgen, por allí se aproximan los Reyes Magos, en lugar preeminente el nacimiento, un poco más allá la anunciación a los pastores, en aquel rincón la matanza de los inocentes, rebaños diseminados por doquier…
Todo tiene un comienzo y en mi caso lo primero (no podía ser de otra forma) fue adquirir el Nacimiento y otorgarle el lugar de honor que le corresponde y, a partir de ahí, vamos incrementando gradualmente el conjunto a base de adquirir cada año un grupo. Intento que sean del mismo artesano (mi preferido es Mirete, seguramente el mejor) pero a veces no me gusta uno de los grupos concretos en la interpretación que le confiere y recurro a otro (Griñán) que comparte un cierto aire familiar en cuanto a estilo que hace que no se “despeguen” los dos tipos de figuras. Griñán es más barroco, más salzillesco, me da la sensación de que consigue en los tejidos unos pliegues más parecidos a los del célebre imaginero.
Visito todos los belenes que puedo, es lo único que me gusta de estas fechas. Mi tía Angelitas de Zaragoza cuando venía a Murcia en Navidad nos llevaba a ver los belenes, como el de La Pava, y quizá ahí empezó a picarme el gusanillo. Mi preferido es el que ponen en una ferretería de Las Torres de Cotillas, enorme y espectacular, no le falta un detalle. Ya quisieran los ayuntamientos de grandes ciudades tener un belén así. Hay mucho tiempo, esfuerzo y dinero volcado en la preparación de estos belenes.
Por desgracia en mi hogar (¿he dicho ya que tiene un tamaño reducido?) me falta espacio para cómo me gustaría tener puesto mi belén, a modo de diorama. Me gustaría tener sitio para colocarlo todo y bien, adecuando la decoración a la escena (bíblica o tradicional) que representan las figuras. Encargándome yo mismo de construir esos decorados, incluso reproduciendo edificaciones reales, el Casino, la Catedral, mi calle, mi casa… y por supuesto, poblando todos esos escenarios de reproducciones a escala de mis amigos. Sería como tener siempre en casa conmigo a mis seres queridos.
Los belenes deberían poder disfrutarse todo el año como yo disfruto del mío. Eso sí, reconozco que a veces alguna visita se queda extrañada. Al no tener alrededor el tradicional decorado se parece más a la forma de exponer las obras de arte en un museo que a un belén tradicional. Quizá por ahí me escape.
Lo llevo en el nombre, y pudiendo optar entre la Semana Santa (la cruz) y la Navidad (el ángel), me quedo con esto último.
Me llamo Angel Cruz y, aunque pocos lo saben, me gustaría ser el ángel de la Anunciación a la Virgen de mi propio belén.