CICUTA CON ALMÍBAR. Por Ana María Tomás.
Imagino que conocen y recuerdan aquella movida y estupenda canción de Alaska cuyo estribillo comenzaba con la pregunta: “¿A quién le importa lo que yo haga?”.
Bueno, pues la respuesta, si eres algo popular, famoso, famosillo o mindundi de los medios televisivos, está clarísima: importa a muchos. Sí, ya sé que me pueden decir que esos “muchos” son gente que se dedica a vivir la vida de los demás olvidándose de la suya propia pero, aun así, no se les puede negar que son capaces de subir o bajar ciertas audiencias televisivas. Y aquí viene el quid de la cuestión, mi sabia abuela solía decir que “de no haber alcahuetas, no habría putas” y, de igual manera, si no hubiera quien paga traiciones, probablemente, se evitarían muchas. Sobre todo de personas… ¿importantes? Bueno, no es ese exactamente el adjetivo merecido pero sí el que mejor les puede situar a ustedes.
Desde Jesucristo a “La” Pantoja pasando por Viriato (no el descafeinado de la serie televisiva, sino el macho aguerrido que fue traicionado por dos de sus generales) y por muchos emperadores romanos y reyes… la traición ha sido moneda de cambio. Antes se limitaba a aquellos cuyas decisiones podían cambiar el rumbo de la Vida, pero con esto de la globalización, la democratización y el todo para todos, pues, claro, la traición no podía ser menos y también ha descendido a pie de calle y ahora se traiciona a personajillos: cantantes, aprendices de ellos, locutores, periodistas, tertulianos, toreros y a cuantos se les acerquen, sean hijos, amigos, hermanos, cuñados… etc.
LAS TELEVISIONES, COMO YA LO HICIERAN QUIENES ENTREGARON TREINTA MONEDAS A JUDAS, SIGUEN PAGANDO PARA MOSTRAR A UNOS LO QUE OTROS HACEN
Que me dirán ustedes: y a mí ¿qué narices me importa lo que les ocurra a semejantes tipos o a otros como ellos, parásitos de la sociedad en la gran mayoría de ocasiones? Pues sí, amigos, aunque crean que la sociedad ya tiene demasiados problemas importantes como para andar perdiendo el tiempo o escribiendo de semejante chorrada, yo les aseguro que sí, que esto tiene su… aquel. La traición, pese a lograr numerosos propósitos, nunca ha tenido buena prensa, pero lo peor de ella es que aunque “Roma no paga a traidores”, lo cierto es que las televisiones, como ya lo hicieran quienes entregaron treinta monedas a Judas, siguen pagando para mostrar a unos lo que otros hacen.
La canción de Alaska tenía como segunda pregunta del estribillo “¿A quién le importa lo que yo diga?” ¡Dremiadelamorhermoso! ¿Que a quién le importa? Y aquí viene el papel fundamental del que larga, del que traiciona…: importa a quienes ven en esas palabras de alguien que se postuló como amigo, persona de confianza o hermano querido la vía que lleva directamente a la yugular de quienes pusieron la confianza en ellos.
¿Qué se saca pagando el destape de tantos alcantarillados? Evidentemente, además de pasta gansa, reflotar porquería. Cosa que nos debería hacer reflexionar. Kafka habló de una metamorfosis rápida, en una noche un hombre se convierte en cucaracha. Pero él se da cuenta. El problema es que nosotros andamos convirtiéndonos lentamente en escarabajos peloteros coprófagos (no lo busquen en el diccionario, viene del griego y significa comer mierda), pero lo peor de todo es que nos hemos acostumbrado al hedor y vivimos sin darnos cuenta de ello.

Ana María Tomás.