LEY PARA NIÑOS DOMÉSTICOS

CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca.

El Gobierno de España ha sacado una Ley para las mascotas, muy restrictiva, que tengo entendido que va a obligar a realizar unos cursillos o algo así para poder tenerlas en casa. Pero no tengo noticia de que, al mismo tiempo, esté en marcha ninguna Ley al menos igual de restrictiva que obligue a realizar unos cursillos para poder tener descendencia, o sea, niños en casa. Me parece bien que se ponga a la sociedad ante el espejo de cómo actuar ante una caca de su perro en la vía pública (para eso necesita al menos aprobar un máster, dado el nivel de despabile realmente existente), pero parece más importante poner a la sociedad ante el espejo de saber qué diablos hacer con un niño. Poder permitirse tener un niño, y desde luego no hablo en términos económicos. Porque la inmensa mayoría de la gente ahora evidentemente ni lo sabe ni, peor, está capacitada para saberlo.

Si el índice de natalidad es bajísimo entre españoles, sería irrisorio si aplicásemos previamente cualquier ley de tenencia de niños domésticos

Durante incontables siglos se presuponía que la gente, por instinto, sabía qué hacer con los niños. Dudo que ese instinto siga vigente o tal vez no haya existido nunca (también se presupone que ciertos animales tienen ese instinto y ya, de momento, devoran a las crías que no son suyas y, a veces, a las suyas si no hay mucha comida para todos). La inmensa mayoría no pasaría el más mínimo escrutinio oficial para tener niños, es decir, para poder darse el capricho de tener su propio muñequito viviente en casa, que pasado un rato cansa. Niños maleducados han existido en toda época. Lo de ahora sin embargo es nuevo: padres que son infinitamente más niños que sus niños, niños que piden responsabilidad a sus padres y no al revés. Niños que están deseando que sus papás hagan el papel de padres y no se empeñen en hacer de colegas, metiéndose, asfixiantes, en sus juegos y tratando de hacer amistad con sus amiguitos del cole. Niños a los que les gustaría que sus papás les guiasen sabiamente, para absorberlo como esponjas en la vida y, sin embargo, solo reciben de ellos un mandamiento mientras ven la tele, que es el mismo de la satánica Abadía de Thelema de Aleister Crowley: «Haz siempre tu voluntad». Y ante la duda, una buena paliza al profe.

Si el índice de natalidad es bajísimo entre españoles, sería irrisorio si aplicásemos previamente cualquier ley de tenencia de niños domésticos. La gente no quiere saber de niños ni de nada de nada. La gente quiere tener un niño para verse reflejado en él, en un ejercicio meramente narcisista, sin considerar que el niño no es él, que el niño es otro, con sus derechos pero con mayoría de obligaciones. El arbolico crece recto si está bien amarrado. Los niños hoy se refugian en sus móviles no ante todo por ser el signo de los tiempos, sino para huir de una realidad paternal que les deprime, y a mí también me deprimiría. Nada hay fuera de la pantalla que les pueda aportar algo. Unos papás normalmente, y aunque no lo sepan, progres, de todos los partidos, que cuando el niño pregunta el clásico: “¿Y por qué?», le responden gilipolleces que no significan nada tomadas de la rueda de prensa vacía de algún político. Los niños, con su diabólica rapidez, captan al instante que sus padres están hechos de molde, están hechos de manera industrial, no son más que parte de la manada. Porque hemos llegado a un punto en que los padres no saben nunca el porqué de nada. Comen, cagan, follan (poco), van a los centros comerciales los findes y mueren, y eso es todo. ¿Qué derechos puede tener un galápago del Amazonas que no merezca un niño? Los niños no son de los padres, cierto, y no son del Estado, aún más cierto, y no sé si son de Dios porque Dios no ha dicho nada, así que primero son de ellos mismos y para traerlos al mundo debemos estar seguros de que responderán «sí» a la pregunta que les hagamos en un futuro: «¿Tus padres hicieron de ti una persona?».

«Perdona, pero es que a mí me educaron así y yo eso nunca lo he visto en mi casa», es una frase que cada vez escuchamos menos y terminaremos por no escucharla en absoluto. ¿Qué podrían ver los niños en la mayoría de casas sin que, honradamente, podamos echárselo en cara? La pantalla del móvil. Ese hueco engañosamente luminoso para escapar de todo lo de alrededor. Es necesaria una ley, o como poco un test psicotécnico libre de ideologías políticas, para poder tener niños domésticos. Al fin y al cabo, lo que queda del legado humanista de nuestro mundo no pueden heredarlo los gatos ni los periquitos ni los ornitorrincos. 

Aunque pensándolo bien, tal vez así estuviera en mejores manos.

José Antonio Martinez-Abarca.
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