HISTORIAS DE UN SOLTERO DESENCANTADO. Por José Antonio Martínez Abarca.
Hace algunos años se editó un libro best seller de humor generacional -generacional de géneros sexuales, no de generaciones-, que en España se tituló «Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas». Como subtítulo, decía: «Por qué somos tan diferentes y qué hacer para llevarlo bien». Eso de «diferentes» hoy sería considerado políticamente muy incorrecto, o, por utilizar el término más de moda, «inaceptable», y hubiesen acusado al libro de machista. «Not to mention» lo de asegurar que las mujeres no leen los mapas porque, según dice el libro en su interior, no tienen el departamento de orientación espacial tan desarrollado como el hombre, así como nosotros no tenemos el del habla. Tal vez ahora ni siquiera se hubiese podido publicar ese libro sin ser secuestrado acto seguido por algún juez, como en el caso de «Fariña». No entraré en si las mujeres entienden los mapas o no. Conozco poco a las mujeres. En cambio, a los hombres los conozco perfectamente. La tesis de que los hombres en general no escuchamos a nadie, salvo cuando ponen un programa deportivo en la radio, es básicamente correcta.
¡Cuántas paradas de metro nos habremos pasado los hombres, acunados en el pensamiento de que no se nos podían pasar!
No es que no sepamos o podamos escuchar. Es que por algún extraño motivo dependiente de nuestra naturaleza incorregible, de las cadenas invisibles a las que a todos nos somete la biología, desconectamos en algún momento cuando la gente lleva más de dos o tres minutos hablándonos sobre todo de cosas importantes. No queremos desconectar, sabemos que no podemos desconectar, pero nos sorprendemos desconectados en determinado momento. Como el viajero de metro masculino que calcula que le quedan dos paradas antes de bajarse y se le va el santo al cielo pensando que no se le puede olvidar que solo le quedan dos paradas antes de bajarse, y finalmente, con ese agradable tole tole en la cabeza, se le pasa la parada. Eso nos ocurre mucho a los hombres, infinitamente más que a las mujeres. ¡Cuántas paradas de metro nos habremos pasado los hombres, acunados en el pensamiento de que no se nos podían pasar! La mujer está más pendiente de todo lo que ocurre en la realidad, porque ellas son terrestres y nosotros aéreos. Los hombres no sabemos escuchar porque al rato ni siquiera oímos. Naturalmente, esto no nos excusa. Es necesario un duro entrenamiento para aprender a escuchar. Modestamente, creo que aventajo a la mayoría de mi género en este asunto, y creo ser un buen psicólogo sin título.
-No me estás escuchando, Jose…
-Perdóname, estaba pensando en que yo sí que sé escuchar, no como los otros…
Sin embargo, hay un defecto genuinamente masculino, si es que se puede llamar defecto y no, como he dicho antes, mera biología, que no es tratable, mejorable y ni mucho menos solucionable. El de que no nos acordamos de ningún día ni aniversario de los que la mujer considera importantes o imprescindibles. De absolutamente ninguno. Al menos esto es así en el sector hetero de los hombres. Los santos y los cumpleaños de novias, parejas, madres, etc. son un arcano indescifrable para nosotros, que no nos explicamos cómo es posible que las fechas se repitan de un año para otro, con tanta precisión. Si ellas no leen los mapas, nosotros no sabemos interpretar el calendario. Los aniversarios de aquel primer día en que quedamos, o el primero en que nos fuimos a cenar, o los primeros veinticinco años desde que dijimos aquella frase a las 3.24 de la madrugada en punto de un lunes de invierno son fechas que están vivas, con toda demoníaca precisión, para siempre en el interior de las chicas, aunque solo mientras les sigas interesando.
Nuestro cerebro no está hecho para almacenar tanta información, porque no está hecho para que esa información haya penetrado en él jamás
Por contra, nosotros no sabemos ni en qué siglo vivimos. Siempre quedamos mal en todas las fechas consideradas importantes, aunque nos pongamos para recordarlo un nudo en el dedo meñique o programemos con muchos meses de antelación la alarma del móvil. Sonará un día esa alarma y nos creeremos que la pusimos para sacar un pollo del horno. Hay muy poco que hacer aquí. Es imposible. Nuestro cerebro no está hecho para almacenar tanta información, porque no está hecho para que esa información haya penetrado en él jamás. Habrá hombres, naturalmente, que se escapen de la regla. Pero no son el típico «tío».
-Hoy es mi cumple, por si no has caído.
-Pero ¿cómo es posible que sea ya, si solo ha pasado un año desde el último?, contestamos, verdaderamente desolados…
Por muchas broncas femeninas que nos hayamos llevado en nuestra vida por este tema, y todos nos hemos llevado algunas, no somos capaces de acordarnos de las fechas que sería bueno para nuestro bienestar recordar, porque las olvidamos antes de que se conviertan en fechas importantes, como nos olvidamos, incluso antes de que nos la presenten, del nombre de la gente que no nos interesa o de las caras de la gente que consideramos borrosa. El calendario, lleno de detallitos y rincones que las mujeres dominan absolutamente, es un misterio para los tíos. Como decían en aquella película de gángsters, «seríamos capaces de llegar tarde a nuestro propio funeral». Por no acordarnos del día que es.