LA PUERTA DE MARI CHAVES

MESA CAMILLA. Por Paco López Mengual.

La plaza de Santa Catalina de Murcia aún huele a chamusquina. Y es que, en el centro de este emblemático lugar, a lo largo de los tres siglos que estuvo activa la Santa Inquisición en la ciudad, más de doscientos murcianos fueron allí víctimas de las llamas. Esta plaza, junto a la de Martínez Tornel (donde hoy, pura casualidad, quemamos la Sardina tras su Entierro) y la de Santo Domingo, fueron los lugares preferidos por el Santo Oficio para encender sus purificadoras hogueras.

Quizás, uno de los autos de fe más conocido que ha llegado hasta nosotros ha sido el sufrido por la bruja Mari Chaves y sus hermanos. Mari Chaves fue una famosa pitonisa de origen portugués que tenía su casa cerca de la calle Platería. La vivienda era visitada cada día por decenas de personas que requerían sus servicios. Su fama era tal que la Santa Inquisición la investigó en numerosa ocasiones, logrando en la mayoría de ellas ser declarada inocente o condenada a pequeñas penas.

La plaza de Santa Catalina fue uno de los lugares preferidos por el Santo Oficio para encender sus purificadoras hogueras

La espléndida puerta de su casa, que ha llegado hasta nuestros días y que está expuesta en el Museo de Bellas Artes, era visita obligada de todos los viajeros que llegaban a Murcia. Luce colmada de extrañas figuras talladas donde destacan elfos, sátiros, personajes del Tarot y arpías; una extravagante decoración que levantaba las sospechas de los inquisidores, que no cesaban de estudiarla en busca de desvelar su significado que, seguro, habría sido dictado por la voz del demonio. En los interrogatorios ante el Tribunal, Mari Chaves juraba una y otra vez que aquellas imágenes labradas en la madera sólo eran elementos decorativos sin ningún significado herético. 

Puerta Mari Chaves.

La adivina vivía con sus hermanos Rafael y Jerónimo, que le ayudaban en el negocio. Un día los tres fueron detenidos por los soldados del Santo Oficio, acusados de prácticas judaizantes y de brujería. Durante semanas fueron torturados salvajemente para que declararan sus sacrilegios; pero a pesar de las torturas sufridas no lograron arrancarles la confesión. Uno de los hermanos, Rafael, murió durante los interrogatorios debido a los martirios recibidos. Jerónimo y Mari Chaves, desorientados y en un estado de salud lamentable, fueron puestos en libertad, una vez más, para desesperación de sus acusadores. Pero cuando salían del funesto palacio, un grupo de gente los esperaba a las puertas para vapulearles. Durante el tumulto, alguien echó una cuerda al cuello del hermano y apretó. Jerónimo, con la mente enajenada, creyendo que lo iban a ahorcar, comenzó a proclamar en voz alta como un poseso, mientras reía a carcajadas, que era judío y que la Torá era su libro sagrado. Los inquisidores escucharon sus afirmaciones y reabrieron el proceso.  Y ahora sí, fueron condenados a arder en la hoguera.

La noche de la ejecución, la Inquisición ordenó desenterrar el cadáver ya momificado de Rafael. Lo hicieron traer a la plaza, lo subieron a la tarima y lo amarraron con sogas a un poste para que no se librase de la justicia divina y ardiese junto a sus hermanos. Fue un 17 de mayo de 1722. Al día de hoy, y tras numerosos estudios, aún nadie ha logrado descifrar el misterioso significado de la puerta de Mari Chaves. Pueden ustedes acudir al MUBAM e intentar desvelarlo.

Detalle Puerta de Mari Chaves.

Paco López Mengual.

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