MI PUNTO DE VISTA. Por Pilar García Cano.
La adolescencia es una etapa crítica de la vida que presenta muchos retos para el desarrollo personal. Este proceso es complejo y se suma a la vorágine emocional que experimentan los chicos y chicas a nivel subjetivo.
La inteligencia emocional funciona para prevenir en los jóvenes el consumo de drogas, los trastornos alimenticios, las actitudes agresivas y antisociales. Asimismo, les capacita para afrontar, con seguridad y eficacia, los retos de la vida en el ámbito personal y académico.
Don Pablo Fernández-Berrocal, todo un referente en España, director y fundador del Laboratorio de Emociones de la Universidad de Málaga, nos dice que los estudios demuestran que “Los jóvenes que tienen más inteligencia emocional, tienen menos intenciones suicidas”.
En la actualidad, el suicidio es la principal causa de muerte entre adolescentes, siendo un callejón sin salida a una serie de problemas diversos como el cyberbullying, los problemas con la autoimagen, la alimentación o la sexualidad. El enfoque de la inteligencia emocional tiene carácter preventivo.
En el caso de los adolescentes, hay que trabajar aspectos como el control emocional, que consiste en hacer frente a situaciones problemáticas sin responder a las mismas de forma impulsiva -primero pensar y después hacer-. También hay que trabajar la empatía, que consiste en comprender los sentimientos ajenos y fijar una postura de apoyo mediante el respeto, la inteligencia y el afecto. Otro aspecto es la expresión emocional, que consiste en la capacidad de transmitir emociones y sentimientos de una forma afectiva; también el reconocimiento de errores, la madurez para reconocer los errores propios y aprender de ellos para no repetirlos.
En mi artículo anterior exponía la importancia de trabajar las emociones por los docentes, en los centros de Educación Infantil y Primaria, haciendo hincapié en que las tareas empiezan con la familia y que responden a un trabajo conjunto.
Los factores sanitarios, laborales, económicos y educativos influyen en el estado emocional del individuo y, sobre todo, de los menores
Desde mi punto de vista, las aulas son lugares donde las emociones del docente son importantes para fomentar ambientes de aprendizaje positivo. La inteligencia emocional es algo fundamental en el profesorado, porque la educación es un proceso de relaciones humanas profesor-alumno, en el que se necesitan una serie de habilidades en el profesor que rentabilicen el proceso de enseñanza-aprendizaje. Aunque como es obligado, esto debe ir acompañado de dotes profesionales y de un alto nivel de formación y de habilidades culturales.
La pandemia que vivimos ha trastocado las rutinas de los adolescentes, sus formas de relacionarse entre ellos socialmente y dentro de los centros escolares. Los factores sanitarios, laborales, económicos y educativos influyen en el estado emocional del individuo y, sobre todo, de los menores. La pérdida del trabajo o una enfermedad grave de los padres, el fallecimiento de familiares, entre otras cosas, son desencadenantes de estrés y ansiedad en una etapa complicada. Igualmente, la enseñanza telemática ha sido un factor negativo, ya que muchos alumnos no han contado con los recursos informáticos necesarios. En Murcia no se han publicado datos sobre los efectos que tiene en la enseñanza y en la salud mental de los adolescentes.
El profesorado se ha visto asumiendo responsabilidades impensables: la organización de la seguridad e higiene, la limpieza de manos, mantener la distancia entre alumnos, vigilar las entradas y salidas escalonadas, mantener la ventilación en las aulas con temperaturas extremas, etc. Además, tampoco podían realizar tareas que requiriesen trabajos en equipo. Los profesores son determinantes y artífices de que los centros educativos no sean focos de contagio, pero esto también conlleva un exceso de estrés y ansiedad. En Murcia sabemos que se ha producido un aumento de las bajas por enfermedad, pero no sabemos las causas.