SALUD EN EL ANTROPOCENO. Por María Trinidad Herrero.
El agua dulce es necesaria para la vida humana. Hidratarnos diariamente es prioritario y, desde la prehistoria, el ser humano lo sabe y se ha asentado cerca del agua. Sin embargo, su uso indiscriminado para actividades industriales y lucrativas, sobre todo en el siglo XX, ha conducido a que el agua dulce sea un bien escaso. Más de 1000 millones de personas de este planeta no tienen acceso directo, si bien, desde hace años se lucha porque el derecho al agua potable sea considerado un derecho humano de tercera generación.
La realidad es que actualmente el agua potable es menos del 3% de la hidroesfera, el espacio dónde vivimos. Por ello, es un producto sometido a especulación que, a finales del siglo pasado, fue denominado “el oro azul” (Maude Barlow, 1999) ya que su comercio es un negocio altamente lucrativo; y, por ejemplo, el agua embotellada puede costar 1000 veces más que el agua del grifo.
El agua potable representa menos del 3% de la hidroesfera, el espacio dónde vivimos
Sí, los seres humanos precisamos hidratación todos los días, pero es una necesidad perentoria cuando las temperaturas ambientales son elevadas, en los meses de verano. Este requisito diario es ineludible en los bebés, en la primera infancia y en las edades avanzadas ya que el sistema de equilibrio (homeostasis) de cuerpo no controla de forma perfecta el proceso de sudoración y la retención de líquidos corporales.
Casi todos los veranos, como en el fatídico año 2003, hay fenómenos de “canícula”, olas de calor con ascenso de varios grados de temperatura (con o sin humedad o falta de viento), que son críticos para las personas mayores y enfermos crónicos de patologías respiratorias, cardíacas, renales o neurológicas. En esas condiciones, los golpes de calor pueden provocar fallecimientos. Este fenómeno va in crescendo, ya que, debido a la contaminación, las temperaturas en los meses de julio y agosto son cada vez más elevadas. Pero no todos los países ni todas las regiones se adaptan igual a estos cambios. Hay factores que influyen como la inversión de la pirámide de población y el aumento de la edad media, con más personas añosas. Además, se presenta la paradoja de que los países y las provincias mejor adaptadas son aquellas en las que calor acecha desde hace siglos. Es decir, la cultura popular ya tiene aprehendido el efecto del calor y ese conocimiento se transmite de generación en generación.
Para controlar los efectos de las olas de calor hay dos factores clave a tener en cuenta: la educación para la salud y la adaptación de las infraestructuras. La educación comienza por comportamientos de prevención siendo la hidratación, adecuada y continua, el primer paso a tener en cuenta. También evitar salir a la calle en horarios de altas temperaturas o exponerse al sol sin protección, tanto cutánea como de la cabeza, llevando siempre gorros o sombrillas; sin olvidar ventilar las casas por las noches y las mañanas y cerrar persianas y contraventanas durante el sol de mediodía. La arquitectura moderna de las ciudades contempla las zonas verdes, pero también la adaptación a la climatología, con zonas de sombras o utilización de colores claros que no capten la luz y el calor. De esto ya sabían los romanos y los árabes, hay poco que inventar, pero sí aplicar.
El ser humano es el animal que mejor puede adaptarse a las condiciones externas. El Dr. Julio Díaz, y su grupo de investigación del Instituto de Salud Carlos III de Madrid, tras analizar los fallecimientos y consecuencias para la salud del aumento de las temperaturas estivales en 52 provincias españolas, durante 35 años (de 1983 a 2018), concluyó que el calor ha ido aumentando 0,41 grados centígrados cada década, pero que la población ha sido capaz de adaptarse ya que la adaptación al calor ha sido de 0.64 grados centígrados por década. Es decir, la temperatura tiene que ser cada vez más alta para producir fallecimientos.
No obstante, se debería hacer más hincapié en adiestrar de forma sistemática, desde la infancia, en la protección del medio ambiente y a ahorrar el “oro azul” para ser utilizado para la vida. En definitiva, enseñar las buenas prácticas y reglas de prevención durante las olas de calor que, unido a la tradición secular, sería algo más que la Región de Murcia podría “exportar” a nuestros vecinos del norte.