“Expediente Warren: el caso Enfield”

ADICTOS AL CELULOIDE. Por Pablo Sánchez.

Si el cine de terror actual está viviendo un momento feliz es, en buena parte, gracias al director James Wan, uno de los máximos renovadores del género en los últimos años. Con Expediente Warren: el caso Enfield (2016), el cineasta malayo se pone nuevamente al frente de una secuela de un trabajo dirigido por él, tal y como hizo con Insidious: Capítulo 2 (2013). Era inevitable que tras el brutal éxito de público y crítica de la imprescindible Expediente Warren: The Conjuring se pusiese en marcha la segunda parte de una de las películas de terror más estimulantes y terroríficas de lo que va de siglo. En esta ocasión nos encontramos ante una secuela que está al mismo nivel que su predecesora, dinamitando el concepto de que segundas partes nunca fueron buenas: Expediente Warren: el caso Enfield repite los mismos aciertos de la primera entrega -la misma atmósfera inquietante, lo en serio que se toma Wan a sus personajes, su robustez técnica…- y añade algunas mejoras, como incrementar el nivel de sustos y, sorpresa, prestar una atención especial a la banda sonora, con temas de Elvis Presley -«Can´t help falling in love», brillante broche de oro- o de los Bee Gees -«I stapted joke»-, entre otros muchos.

Expediente Warren 2 el caso Enfield

Aunque la trama no destaque precisamente por su originalidad y Wan pulse todos los tópicos de este tipo de películas -columpios que se balancean solos, puertas que se abren y se cierran solas, reflejos en el espejo…-, hay varios factores que hacen que estemos ante una película diferente y, por qué no decirlo, incluso novedosa: en primer lugar, lo bien desarrollados que están los personajes. Consciente de que uno de los males de buena parte del cine de terror actual ha sido no tomarse la molestia en desarrollar aunque sea mínimamente a sus personajes, James Wan se los toma muy en serio, especialmente a su pareja de demonólogos, que se nos muestran en esta ocasión en facetas desconocidas de su vida privada.

Otro aspecto que convierten a esta secuela en un trabajo original es, junto con lo bien dosificados que están los sustos -es imposible aburrirse a lo largo de sus 133 minutos-, el aroma a clásico que respiran cada uno de sus fotogramas. Director de formas clásicas y elegantes, no hay milímetro de celuloide en Expediente Warren: El caso Enfield en los que el artesanal y extremadamente meticuloso James Wan no de una lección de cine, conjugando los recursos visuales y sonoros más modernos con el aroma a película de toda la vida, irradiando una nostalgia tan atractiva como eficaz. A nivel técnico la película es imbatible: basta prestar atención a esas transiciones temporales dentro de un mismo escenario o a sus magníficos planos secuencia para darnos cuenta que estamos ante una cinta muy por encima de la media. El máximo responsable de Saw (2004) consigue asustar, dar miedo de verdad, a través de un excelente manejo de la iluminación, los efectos sonoros y la puesta en escena. Y todo sin sangre, ni vísceras ni elementos desagradables: Wan no los necesita para hacernos saltar de la butaca. Experto a la hora de crear climas perturbadores y consciente de que el 90% de las escenas transcurren en el interior de la casa, el director se toma a la casa de los protagonistas como un personaje más de la función, dotándola casi de vida propia. Y, como extra, nos regala creaciones francamente brillantes, como esa espeluznante monja que ya está pidiendo a gritos su propio spin-off, tal y como ocurrió con Annabelle (2014).

Con referencias más o menos explícitas a Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) o Terror en Amityville (Stuart Rosenberg, 1979), James Wan ha cocinado una película llamada a convertirse no sólo en un clásico de la cultura popular, también de la historia del cine. Una película de terror que entretiene, da miedo de verdad y demuestra que se puede hacer buen cine de terror comercial. No se la pierdan.


Pablo Sánchez

@PabloSMartinez

 

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