LA PINACOTECA DEL CASINO (VI). Por Loreto López (ARS CASINO).
Como la mayor parte de los jóvenes artistas murcianos de finales del siglo XIX, Antonio Gil Montejano (Murcia, 1849 – Madrid, 1913) da sus primeros pasos formativos en la Real Sociedad Económica de Amigos del País en su ciudad natal, institución tan positiva para el florecimiento de la cultura en nuestra ciudad. Los aprietos económicos de su familia, tras la muerte del padre, están a punto de truncar la carrera del pintor, que ha de abrirse camino en este difícil mundillo local presentándose a los premios de los Juegos Florales, hasta obtener cierto reconocimiento y conseguir la beca de la Diputación Provincial en 1881, ampliando sus estudios en París, donde reside hasta 1885.
No volvió a afincarse nuestro pintor en la ciudad que le vio nacer, prefirió las posibilidades que le ofrecía la capital de España, aunque siempre mantuvo una estrecha relación con ella a través de sus periódicas visitas y los numerosos encargos, que le hicieron pasar temporadas aquí. Participará en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, obteniendo algunas medallas, e incluso en la Exposición de Múnich de 1894.
Gil Montejano cultiva prácticamente todas las facetas de la pintura, desde la decorativa de amplios espacios, a la de caballete y la ilustración, así como un amplio abanico de temas, especialmente reconocido en el ámbito del costumbrismo, aunque también cultiva con éxito el retrato, el paisaje, etc.
Su relación con el Casino de Murcia se remonta a 1880, cuando participa en el concurso convocado para la desaparecida decoración del Salón del Café, cuyo ganador fue finalmente Manuel Picolo. Habrían de pasar doce años y encontrarse ya reconocida su valía para que fuera nuevamente invitado a realizar una obra para nuestra institución, es entonces cuando esta deliciosa pieza pasa a engrosar la pinacoteca del Real Casino, “Interior del estudio de un pintor del siglo XVII” o “El pintor y la modelo”, como se la conoce para abreviar el largo título, cuadro por el que se le abonaron 520 pesetas del año 1892.
El gráfico título original describe fielmente la escena, curiosa mezcla entre el costumbrismo y el historicismo; en un abigarrado ambiente en penumbra, rodeados de multitud de objetos, papeles, tapices y ricos tejidos, el centro lo ocupan dos figuras que, con cierto atrevimiento realista del autor, dan casi por completo la espalda al espectador, el pintor, sin duda por su vestimenta de artista de éxito, y su modelo contemplan el que parece ser un boceto para la decoración de un techo o tondo, donde en un agitado cielo de nubes flotan dos desnudos femeninos, al parecer este boceto es una réplica del techo que el mismo autor hiciera hacia 1883 para uno de los gabinetes del domicilio D. Mariano Aguado, Conde de Campohermoso, en la plaza de la Puxmarina.
Con buena composición, esmerado dibujo, control de la luz, que incide en la zona central de la obra destacando a los protagonistas y especialmente el boceto del pintor, y una paleta de color cálida, el autor se recrea en el detalle y la riqueza de los tejidos, con pincelada suelta y maestría de oficio.
Una verdadera joya digna de museo, quizás no suficientemente reconocida, que desde estas páginas invito a contemplar.
Loreto López, restauradora.