Por Santiago Delgado.
Nada más fácil que averiguarle el étimo a esta palabra: casino. Su raíz es casa, naturalmente. Pero su significado no es el diminutivo de casa. Eso sería casita. O, si se quiere, en habla murciana, casica. De pequeño, las niñas querían mucho “jugar a las casicas”. No me cogieron a mí para eso nunca. Y quizá debo arrepentirme. Sería mi primer micromachismo tal desprecio. No sé. El diminutivo se lo dieron en Italia. A veces, esta terminación en ino/a es cariñosa y afectiva, como en carino/a, que significa pequeño y bonico. Pero no es el caso. Ocurre, u ocurrió, que los italianos viciosos del juego, cartas, dados y otras cosas, se las idearon para alquilar o comprar entre varios un pequeño local donde ir a jugar a escondidas o semiescondidas del fisco y de la familia. No me extrañaría que en el Decamerón boccacciano se testimoniara tal presencia. De haber adquirido el apelativo debido a la exigüidad física, el uso de la pequeña casa –caseto hubiéramos dicho en España– pasó a significar el uso que se le daba: lugar de juego. Pero también con el tiempo, los casinos rivalizaron en decoración y elegancia. Así que su significado cambió a ser pequeña casa elegante donde se juega dinero. Y se trasladaron al campo, para más impunidad. Ya para entonces, ni pequeño siquiera. Lujo era ya en el XIX.
Ocurre, u ocurrió, que los italianos viciosos del juego, cartas, dados y otras cosas, se las idearon para alquilar o comprar entre varios un pequeño local donde ir a jugar a escondidas o semiescondidas del fisco y de la familia
En Murcia, en tiempos de Isabel II ya avanzados, unos murcianos que podían compraron los inmuebles de dos calles en cruz junto a la Trapería y se hicieron el Casino, hoy Real Casino. Y no lo llamaron Club, a la inglesa, y eso que eran todos de estirpe liberal. Hicieron bien. Los clubs (anatema quien diga clubes) era sitios donde los lores y los dandies iban a aburrirse con dignidad. Y, todo lo más, si llegaba David Niven, alguno apostaba a que no se podía dar la vuelta al mundo en no me acuerdo cuántos días. Los liberales murcianos conspiraban mucho en el tránsito de hacerse conservadores. Prosperar tiene eso.
Yo no sé si en el Real Casino de Murcia se habrá arruinado alguien hasta el punto en que el arruinado mandaba al ujier a la casa matrimonial, a que la santa esposa le diera las escrituras de tal y cual finca. Y, aprovechando que el notario era uno de los jugadores, hiciera el cambio de propietario. Insisto en que no lo sé; pero ojalá hubiera pasado. Miraría yo con más respeto aún a este Real Casino. Un día le pido a mi amiga Loreto, escribidora sobre esta casa en estos mismos papeles, que me cuente algún chisme similar al que he descrito someramente. Y cojo, agarro, tiro, salto, y hago una novela al respecto. Y se la regalo al Casino, sí señor; se la doy a Don Megías, Capo Casineri. Como mi Salzillo le di al Museo del mismo nombre.