MÁGICAS PALABRAS. Por Consuelo Mengual.
En 1943 Murcia era una ciudad todavía muy anclada al pasado, como podemos descubrir al leer “El héroe que murió dos veces” (Ediciones Libro Azul, 2022), del periodista y escritor Paco Rabadán Aroca, quien, con un gran poder de síntesis y grandes dosis de verismo de la cotidianidad de sus gentes, nos va dando curiosas pinceladas literarias que retratan una sociedad de posguerra. Así también ocurre en la novela “Leyenda del César Visionario” (1992, Premio a la Crítica), de Francisco Umbral, ambientada en los años de la dictadura de Franco, cuyo autor es un referente para Rabadán. Ideas como rencor, violencia soterrada, miedo, emigración intelectual española tras la Guerra Civil y la figura del impostor, pueden dialogar en ambas novelas.

En situación de guerra, ¿se guardan las limosnas para futuras necesidades?
El miedo nos vuelve roñosos ante cualquier futura necesidad. En momentos de crisis los pobres son los primeros que pierden. Hoy día los comedores sociales miden esta idea porque, cuanta más necesidad hay, menos donaciones se hacen. En Murcia la burguesía nunca desapareció; pero la clase baja empezó a notar mucho los años de posguerra.
El antiguo Hotel Victoria figura como un lugar muy seguro y cultural.
Quería que el hotel Victoria fuese un personaje más. Este hotel no se ha reconocido lo suficiente para lo que fue en su momento en la ciudad de Murcia. Este era el hotel de la burguesía, y el hotel Patrón, frente al Real Casino de Murcia, era más para los artistas, músicos y toreros. Los huéspedes, hasta los años 60 del siglo pasado, acostumbraban a vivir por largas temporadas en el hotel Victoria para ahorrarse el servicio. Yo nací en el barrio de San Andrés y desde niño mi padre me traía de la mano paseando hasta este bonito lugar y me contaba muchas historias de él. Los nombres de su director y botones fueron reales en su momento. Hoy tenemos un legado fotográfico de este hotel muy ilustrativo. Las tertulias eran habituales, así como en la recepción se anunciaba el espectáculo que cada día del año se convocaba en el patio, que acogía todo tipo de disciplinas artísticas. Narciso Yepes actuó allí con dieciséis años.
“El año 1943 lo elijo porque pasan muchas cosas en la ciudad y sus edificios representan una identidad propia, como el Casino de Murcia, símbolo de un encuentro de diversos estilos artísticos en el ámbito civil”
Y también el actor Ismael Merlo, cuyo monólogo de Chéjov sirve de doble literario: el protagonista se siente igual, una persona dirigida, sin libertad.
Tiene una doble lectura, porque también quiero que se haga ver la soledad del protagonista. Son pequeñas vetas que voy aprovechando para profundizar en la idea de que Niccole Danese es un agente secreto que tiene mucho éxito, pero está solo.
Es interesante el planteamiento de desentrañar la ciudad a través de las personas y de los edificios que conservan su memoria ¿Cómo era la Murcia de 1943?
El año 1943 lo elijo porque pasan muchas cosas en la ciudad y sus edificios representan una identidad propia, como el Casino de Murcia, símbolo de un encuentro de diversos estilos artísticos en el ámbito civil; el Obispado; sus hoteles; las mezclas de modernismo y confluencias árabes generan un mestizaje de arquitectura muy interesante. La propia evolución de la ciudad, sin entrar en consideraciones sobre la conveniencia o no de haber llevado a cabo determinadas actuaciones, nos hace ver que la misma cambia cuando se elimina de en medio una edificación. Aquella Murcia era la Murcia sin la Gran Vía. En cuanto a las personas, había dos clases: los ricos y los pobres. No había clase media. El dinero de la burguesía procedía de viejo, de herencias y rentas de las tierras que tenían arrendadas. No había industria. El asfalto llegó muy tarde. Y en esta ciudad mi personaje principal opta por ser un burgués.
Háblenos del director de La Verdad, José Ballester.
En ese año La Verdad pasa de ser un periódico del clero a pertenecer a la sociedad civil y se comienza a hacer un periodismo más profesional, todo ello de la mano de este buen director que también escribía novelas, aunque no tuvieron éxito. Él moderniza la prensa en un entorno en el que compite con Línea, con el diario Agrario. Fue, con seguridad, un hombre con una gran inteligencia y muy cristiano. Hay que hablar de aquellas personas que engrandecieron la prensa y la ciudad. Los periódicos eran utilizados también para propaganda política y existía la figura del censor, que controlaba la información. Yo creo que la inteligencia de José Ballester manejaba muy bien estas situaciones.

¿La traición siempre la cometen las personas más cercanas?
Así es, por definición, pues es muy poco probable que ocurra entre personas lejanas que no se conocen. Por envidia, como decía Quevedo, que “es tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. No es que yo quiera tu coche, es que yo no quiero que tengas ese coche.
¿La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio?
Este es otro de los males que sufrimos los periodistas, que nos mientan y que nos respondan. El eje de mi novela es la mentira, la idea de una vida falsa así expresada: “La mentira, usada no sólo como herramienta para crear confusión en el enemigo, sino como elaborada obra de arquitectura para que su parecido con la verdad fuese incapaz de distinguirse”.
¿Cómo se conseguían los libros prohibidos por el Régimen?
La librería Escarabajal de Cartagena es la más antigua de la Región y aquellos que disponían de dinero los conseguían mediante un estraperlo cultural. El espía protagonista es uno de los pocos privilegiados que pudo leer La familia de Pascual Duarte, de Cela, y siempre estos afortunados lo eran usando un seudónimo.
Nos recuerda que “cualquier viaje esconde rincones secretos sobre los que el viajero no sabe nada… En esa incertidumbre reside la grandeza”.
No saber e ir conociendo sobre la marcha es también una parte muy interesante del viaje; no ir predispuesto, sino abierto a lo imprevisible es encontrar también los detalles. Eso alimenta el viaje. Para nuestro espía “las ciudades eran como las personas, con un nombre que las distingue y virtudes, defectos y particularidades que les confieren una condición única. Pero siempre había algo que se escapaba, efímero e indefinible, que las hacía siempre nuevas e inesperadas, cada vez que regresaba”.
¿Qué significó el encuentro entre Franco y Hitler en Hendaya? ¿Quiso Franco apoyar a los judíos sefardíes? Francisco Umbral cuenta que Franco merendaba chocolate mientras firmaba sentencias de muerte.
Franco no le temía. Era un kamikaze, un militar muy reconocido. Pero aquel encuentro no repercutió en nada, fue todo neutral. Su talante cristiano le hizo ayudar a los judíos, es algo curioso.Y, efectivamente, le encantaba el chocolate y ocurrían esas contradicciones humanas.
Tanto en la novela de Umbral como en la suya se observa una compleja mezcla de lírica e historia para analizar los turbios y criminales fundamentos de un régimen autoritario Pero, ¿cómo era la intelectualidad de esa época?
Se hablaba con la boca pequeña, en lo que se llamaba “Círculo Industrial”, donde se hacían negocios, pero también se hablaba en tertulias de temas filosóficos.
¿Son la ignorancia y fanatismo almas gemelas?
Sí, porque la ignorancia es fanatismo. No concibo a un fanático que no sea ignorante. Porque las personas somos cambio. Al igual que nuestras células se mueren y nacen otras, hemos de ser cambio también en lo intelectual, no sólo en lo biológico. Pero el cambio infecta al fanático.
Su novela es muy amena y ofrece también mucha información.
Siempre pienso que la literatura de ficción tiene que tener tres patas acumulativas para conseguir una buena historia: la novela debe entretenernos; debe enseñarnos algo que no sabíamos; y nos debe hacer pensar.
