CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca
Siempre me hizo gracia el alias por el que conocían a Antonio Contreras. Y nunca supe, porque tampoco lo pregunté, si su justamente recordado bar-cervecería a medio tiro de piedra del Club de Tenis de Murcia se llamó «Yiyi» porque a él previamente lo conocían por ese alias o fue al revés, que el bar bautizó al dueño. En cualquier caso, «Yiyi» me sonaba a «Viyi», un ser demoníaco del folklore ucraniano, al que el escritor ruso Nikolai Gogol dedicó un relato. Antonio Contreras siempre tuvo un aspecto algo desaliñado, incluso desasosegante, con su pelo lacio y largo y sus camisas estampadas como de inquilino sevillano del polígono de las Tres Mil Viviendas, de ésos que tienen un burro o pollino asomando por la ventana. Pero luego resultaba muy diferente a la primera impresión, todo amabilidad, y su negocio era boyantísimo porque él era un empresario genuino, como se ven pocos, no de los que llevan ese título y se limitan a arrimarse al poder político y parasitarlo. Antonio Contreras se arrimó, en cambio, a su gran olfato. Todo presteza, conocimiento profundo de cómo hacer funcionar la hostelería, amor al producto y exactitud en cómo servirlo. Es decir, aproximadamente lo contrario de cómo suelen funcionar por aquí las cosas y por lo que tantos hosteleros se van al guano.
Fue uno de los mejores bares no de copas de Murcia mientras existió y lo sigue siendo cuando han pasado algunos años desde que dejó de existir
«El Yiyi» fue uno de los mejores bares no de copas de Murcia mientras existió y lo sigue siendo cuando han pasado algunos años desde que dejó de existir. En realidad, fue uno de los mejores bares desde que se conoce la palabra bares y uno de los mejores lugares del mundo donde aprender exactamente en qué consiste aquello tan mediterráneo de hacer del mundo algo a escala humana. Todo lo que tenía, y no era poco pero tampoco tenía demasiado, era de lo mejor que puede esperar el hombre en su paso por la Tierra. Con decir que hasta la «Estrella de Levante» sabía a mejor cerveza del planeta, pero eso sólo en su bar, ya hemos dicho casi todo lo que tendríamos que decir al respecto. La tiraba como casi nadie (en lo que a mí respecta, como nadie, porque por desgracia no he conocido al casi) en vasos chatos anchos con poco culo, de cristal fino, que, bien frío, que no congelado, daban ganas de morder. Se apartaba así de los infames «bolitos» agriados y con suficiente gas como para hacer volar un zepelín, que es lo que se estila en lo local. Eso como primera providencia de lo que había que hacer en su bar, si no se llevaba sombrero y se llamaba uno don Carlos Valcárcel Mavor, cronista oficial de Murcia y eminente parroquiano situado siempre el primero según se entraba, a la izquierda. Porque si uno llevaba sombrero y se llamaba don Carlos Valcárcel Mavor entonces debía beber vino blanco y no cerveza, a veces acompañado de algún boquerón en vinagre con unas ligerísimas tiras de pimiento. Tras refrescarnos la garganta con dos cervezas pedidas de una vez y vaciadas de a trago, venían para cualquier persona de orden las sucesivas y más calmadas «presiones». Antonio Contreras no las llamaba así, sin embargo, sólo las llamaba «otra cerveza», apartándose también de lo castizo aquí, aunque a mí la palabra «presión» o la frase «un poquico de presión» siempre me han encantado. Y entonces ya podía uno dedicarse a las cañaíllas, que han de estar elásticas y crujientes para encontrarse en su punto, y desde luego que allí lo estaban, a la hueva de mújol sin ningún sabor a parafina, con esa humedad sepulcral que le da un mal curado sino secas auténticamente al sol, que da un sabor ahumado, o a los crustáceos de altos vuelos. Uno entraba antes del aperitivo y salía a media tarde, sabiendo que no se puede esperar más de la vida.
No era barato, pero quién dijo que fuera fácil. Antonio supo encontrar enseguida su nicho de mercado y a él se dirigió sin contemplaciones. Gente acomodada y sin embargo muy de derechas. Mientras “El Yiyi” existió, los obreros, que no podían permitirse su bar, no fueron nunca de derechas y, menos, muy de derechas, cosa que como todo el mundo sabe ha cambiado radicalmente. Siempre pensé que el célebre atalaje del bar a base de botellas y bibelots franquistas y joseantonianos (no confundir entre sí, los franquistas siempre despreciaron a los joseantonianos y los joseantonianos llegaron a odiar a los franquistas, por aquello de la «revolución pendiente» siempre postergada) era una especie de ironía por parte de Antonio. No sé si llegó a creer alguna vez en todo eso. Pero tampoco se lo pregunté. No era un bar de hacer demasiadas preguntas. Sólo de dejarse llevar, vigilando la cuenta.
Cerró el bar y eso nos hizo a todos peores, incluyendo a los de izquierdas. Enfermó gravemente (lo vi ya muy delicado la última vez, en silla de ruedas, sentándose cerca del Real Casino de Murcia, concretamente en la terraza del «Susano») y murió hace unas semanas Antonio Contreras, «El Yiyi». Y de eso no saldremos peores, sino que no saldremos.