Mesa camilla, por Paco López Mengual
A veces, durante una simple excursión por esos mundos de Dios, uno descubre buenas historias.
Peña de Zafra es una pequeña pedanía del municipio de Fortuna, situada junto a la Sierra de La Pila. Un remoto lugar donde hay canteras de buen mármol y por cuyos campos cabalgaba el bandolero Jaime Alfonso el Barbudo. Allá por los primeros años sesenta, llegó a este pequeño pueblo un extranjero, de aspecto europeo, que sólo portaba una mochila. Durante un tiempo, los lugareños le dieron cobijo y manutención.
Quizá en agradecimiento, tres meses antes de desaparecer en un coche descapotable que vino a recogerle, el visitante, con la única ayuda de un mazo y un cincel, talló en una de las grandes piedras de una cantera cercana un imponente toro hispánico. Nadie en el pueblo supo nunca el nombre de aquel artista. El monumento fue colocado en el centro de la pedanía, para disfrute de los vecinos y visitantes. Muy pronto se convirtió en el orgullo de todos.
Un día, llegaron hasta la pedanía las autoridades de Fortuna y quedaron maravilladas al contemplar la escultura. De manera caciquil y autoritaria, decidieron trasladar la obra para colocarla en la plaza principal de la ciudad, porque no era digna de estar expuesta en aquel recóndito lugar. Las gentes de Peña de Zafra, irritadas por el atropello sufrido, comenzaron a correr la voz de que aquel toro sería a partir de ese momento un monumento en honor a los muchos “cornudos” que pasean por Fortuna.
Lo cierto es que la disparatada teoría caló hondo entre la población, hasta el punto de que algunos fortuneros pasaban por la plaza ladeando la vista para no ver las astas del animal. Pronto comenzaron a escucharse voces contra el toro de piedra, al que un buen número de hombres de la localidad veían como un insulto tallado en mármol. Así que no fue de extrañar que, unos años después, en la primera remodelación que sufriera la plaza, la imponente escultura fuera retirada y trasladada de nuevo a Peña de Zafra, el lugar de donde nunca tuvo que salir. Lo que nunca sabremos es si aquel enigmático artista sin nombre conoció alguna vez la historia de su toro.