Huellas de nuestro pasado, por Joaquín Pérez Egea
Hoy nos acompaña en Huellas de nuestro pasado José Antonio Molina Gómez, Decano de la Facultad de Letras y profesor de Historia Antigua de la Universidad de Murcia, escritor y gran especialista en el periodo conocido como Antigüedad Tardía.
¿Cómo definirías la Antigüedad Tardía?
Es un momento difícil de definir, con límites difusos, que se centra en el Imperio Romano, pero tiene otros escenarios periféricos como Armenia, Etiopía o Egipto, conformando un universo multicultural. Es una época de tránsito, una edad bisagra, compleja, con respuestas muy originales ante las crisis.
¿Cómo se produjo la cristianización romana?
Ya en el siglo III, Orígenes de Alejandría defendió a los cristianos frente a autores anteriores como Celso, aunque las grandes persecuciones se produjeron hasta principio del siglo IV, con Diocleciano. El punto de inflexión fue el Edicto de Milán o de tolerancia, del año 313, mediante el cual Constantino utilizó al cristianismo como arma política a su favor y lo situó, en sus diferentes credos y confesiones, en una zona segura. Al final del siglo IV Teodosio deja fuera de la ley todas las religiones que no sean el cristianismo, entendido ya únicamente en su versión nicena y trinitaria, y asimilado a los aparatos públicos de poder. El cristianismo se convierte entonces en una cosmología, en una forma de entender el universo para todo el imperio romano.
¿En ciudades como Carthago Nova, se impuso el cristianismo desde el poder?
No creo que fuese una revolución desde arriba en las zonas urbanas, que contaban con una élite que llenaba las iglesias y una población muy cristianizada, como lo atestigua, por ejemplo, el martirio de Perpetua de Cartago. Cartagena fue sede episcopal desde el siglo III y sí hemos de creer a los falsos cronicones, que es posible que en esto acierten, hasta bien entrado el siglo IX. La asimilación de las élites sociales del cristianismo y del imperio provocó la aparición del monacato, que reivindicaba una Iglesia más cercana al evangelio, y hubo focos de persistencia del paganismo en las zonas rurales y en el ejército.
Poco después comienzan las invasiones bárbaras.
Muy probablemente la sentencia de muerte del imperio romano se debió pronunciar bastante antes del año 405, cuando suevos, vándalos y alanos rompieron el “limes” del Rhin. Previamente hubo movimientos en Asia que, por causas imprecisas, pusieron en marcha a varios pueblos, entre ellos los hunos y los godos, que se arrojaron sobre Europa. Amiano Marcelino cuenta que los romanos los aceptaron como suplicantes y, aunque los oficiales romanos abusaron permanentemente de su autoridad, acabaron integrándolos en el ejército y aceptándolos socialmente.
¿Cuándo llegan los visigodos a la Península Ibérica?
A comienzos del siglo V, a solicitud de Hidacio de Chaves y legitimados por las autoridades romanas para combatir a los suevos. En este momento, la mayor parte de los godos hablan latín, son cristianos arrianos, sus reyes son altos funcionarios del imperio y comparten vínculos familiares con la nobleza y con la familia imperial. Surgen así esos reinos tan brillantes como el ostrogodo, el visigodo o el burgundio, que son la base de la Edad Media, con un florecimiento de las artes, la cultura y la literatura propias. Personalmente creo que las llamadas invasiones lo que hacen es acentuar el proceso de fragmentación territorial y política que se inició en el siglo III en el imperio romano, manteniendo la continuidad cultural.
Ya en el siglo VI se crea el reino visigodo de Toledo.
Es un reino que tiene elementos de descentralización, pero con una estructura política homogénea, que utilizaba a los obispos como agentes fiscales y dirigentes regionales, especialmente a partir de Recaredo, que soluciona el problema religioso al abandonar el arrianismo y propugna un modelo de monarquía hereditaria.
¿Qué puedes comentar de la invasión bizantina?
A partir del año 552, Justiniano, aprovechando las luchas entre facciones visigodas, sometió una amplia zona de la franja mediterránea al férreo dominio militar de Constantinopla e instauró la capital provincial en Carthago Spartaria. La población vio a los bizantinos como invasores, la prueba está en la vida de San Isidoro, que huye con toda su familia. En la zona de fricción se revitalizaron ciudades como el Tolmo de Minateda (Hellín) o Begastri (Cehegín), donde dirigí las excavaciones durante varias campañas, que adquirieron rango episcopal, desde las que los visigodos presionaban a los bizantinos hacia sus posiciones en el mar.
¿Cómo se produjo ese avance?
La primera fase llegó hasta la Cordillera Sur, en Murcia, que está jalonada de pequeños emplazamientos fortificados, como Los Garres, los Teatinos y otros, que descubrimos Juan Jordán, José Antonio Zapata y yo. Desde aquí, el paso estaba expedito hasta Cartagena. A principios del siglo VII los visigodos reconquistaron todo el territorio y se demostró que la invasión bizantina fue una aventura imperialista inútil.
¿Cómo evolucionó el arte en la Antigüedad Tardía?
Desde el punto de vista artístico es un periodo muy rico e innovador. El arte se vuelve más expresionista, más trascendente, anticipa las formas medievales sin olvidar la herencia clásica en arquitectura, mosaicos y la germánica en joyería y orfebrería. El sarcófago de Adán de Begastri, que encontró mi equipo, datado en la primera mitad del siglo IV, es un buen ejemplo.
¿Qué manifestaciones artísticas de este periodo pueden visitar nuestros lectores?
El Martyrium de La Alberca, de principio del siglo IV, la Basílica de Algezares, que tiene baptisterio, el castillo de Los Garres, los yacimientos de Begastri en Cehegín, Cabezo de la Almagra en Mula y Tolmo de Minateda en Hellín y, por supuesto, los restos bizantinos de Cartagena. También pueden visitar los museos arqueológicos de Murcia y de Cehegín.
José Antonio Molina Gómez es profesor titular de Historia Antigua en la Universidad de Murcia, donde estudió la carrera de Historia y se doctoró. Inició sus actividades académicas en las universidades de Bonn y Valencia y ha sido profesor visitante en las de Eichstätt, Lublin y Varsovia. Dirigió las excavaciones arqueológicas en Begastri (Cehegín) y co-dirige las de Libisosa (Albacete). Ha traducido obras alemanas especializadas de autores como Ch. Harrauer, H. Hunger y F. Gregorovius. Colabora habitualmente en Onda Regional y en La Opinión de Murcia.