El mundanal ruido, la modernización y la autoconciencia

Salud en el Antropoceno. Por María Trinidad Herrero.

Aunque ya en 1579 Edmund Spencer publicó un poema donde anhelaba la calma de la vida campestre frente al ruido de la ciudad y, en 1614, William Drummond reclamaba la calma rural comparándola al ritmo frenético de las prisas que se vivían en las urbes, el término “mundanal ruido” pertenece a la novela El alcalde de Casterbridge que, en 1874, publicara Thomas Hardy, cuyas cenizas están en el rincón de los poetas de la Abadía de Westminster. En todos ellos, cada cual en su época, subyace la crítica subliminal a los efectos nocivos de la modernización.

Si esto se vivía hace más de 400 años o en los tiempos de la revolución industrial, en nuestro siglo XXI el ritmo frenético de la modernización nos inunda y nos persigue hasta cuando estamos en la cima de la montaña. Las ondas de internet no nos abandonan, nos rastrean y pueden seguir nuestros pasos allá donde vamos. No obstante, para no dejarnos esclavizar, existe la libertad de desconexión, que es absolutamente necesaria.

La solución, que es nuestra salvación física, mental y espiritual, está en percibir la autoconciencia a través de la meditación que, con beneficios para la salud mental y orgánica, permite interiorizar y desconectar del “mundanal ruido”. Es elevarse espiritualmente, mirar sin ver o escuchar sin oír. En las últimas décadas es común la meditación Zen, pero no solo existe la meditación oriental. Tradicionalmente también se practicó en las culturas y religiones occidentales.

Zen, en chino pronunciado “chan”, significa meditación o pensamiento. En sánscrito corresponde a “dhyana” relacionado con “dheie” que, independientemente del conocimiento intelectual, entronca con el concepto de ver: alcanzar la autoconciencia, ver o llegar a la iluminación espiritual a través de la meditación. En el diccionario inglés, tal y como se ha incluido en nuestro lenguaje coloquial y divulgativo, se interpreta como la conducta relajada, sin preocuparse por las cosas que no se pueden cambiar.

Zen es una escuela del budismo que, nació en la India, se desarrolló en la región Este de China, se extendió a Corea, Vietnam y Japón y, en el siglo XX, se popularizó en occidente. Concibe un proceso progresivo de estados de meditación siguiendo el camino de elevación espiritual que puede llegar al “Nirvana” y a la experiencia religiosa. Pero, aunque no todo el mundo consigue ese estado superior de autoconciencia, ejercitar la meditación está al alcance de todos los humanos.

La meditación zen sería similar a cualquier meditación (religiosa o no) en la que la mente se sitúa en otro plano contemplativo. Con la meditación se deja fluir el pensamiento, se encuentra la paz espiritual. Mediante la concentración fluye la energía interior, se reinician los circuitos cerebrales, se reflexiona, se equilibra el estrés, se alcanza serenidad y mejora el estado de ánimo, descansando del “mundanal ruido”. Solo hay que decidirse y practicar.

Aunque para meditar son importantes la mente y la voluntad, también lo es la postura física del cuerpo. La postura se adquiere con práctica y disciplina. En la filosofía zen se recomienda adoptar la posición de loto, es decir, buscar la paz interior evitando la entrada de estímulos externos. Aunque se adopten otras posturas, solo son válidas aquellas que faciliten la respiración y la relajación muscular.

Está claro que para conseguir la paz interior hay que desconectar y alejarnos del “mundanal ruido”. Podemos aprender a “desenchufar”, a abstraernos y concentrarnos únicamente en el momento en que estemos, con desapego a los problemas terrenales. Meditar y percibir la autoconciencia está al alcance de todos. Bastan unos minutos cada día: querer es poder.

María Trinidad Herrero.

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