CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez Abarca
En los años 50 del pasado siglo se situaba el límite de la civilización en si había o no muchas moscas. Si había pocas, España iba mejor. Las moscas eran el baremo de desarrollo o atraso de España, por así decir. Había agrias discusiones al respecto, en la prensa. En la prensa de la dictadura franquista que estaba cambiando desde la autarquía y la gestión de la pobreza falangistas hacia el capitalismo, la apertura al exterior tecnocrática y el turismo, había agrias discusiones ideológicas sobre la presencia de moscas o sobre los cipreses del monasterio de Silos, o sobre las chicharras de las siestas del verano. Había gente que se retiraba la palabra por estos asuntos delicados. Y todo para no tener que hablar de política, ya que no se podía. Hoy hay agrias discusiones sobre política por no poder hablar de las moscas, porque, a pesar de que el Gobierno dice que avanzamos, las moscas han vuelto. Que hayan regresado significa que más bien que avanzar, en este país atrasamos. El otro día cené en un restaurante, en interior, con un calorazo impresionante por aquello de la concienciación sostenible con el planeta, y, como no podría ser de otra manera, una cantidad asombrosa de moscas zumbando por los platos.
Como el restaurante también tenía las puertas abiertas de par en par, por aquello de una normativa covid que nadie sabe si todavía se aplica, si se quitó o si vino para quedarse por siempre jamás, entraban muchísimas moscas, que supongo acababan de pegarse un pequeño festín con los proverbiales excrementos de perro de las calles murcianas (la campaña del Ayuntamiento «no seas cerdo» no ha tenido más efecto). Las semanas anteriores había llovido bastante y las moscas habían nacido, crecido e incluso ya se habían hecho buenas mozas. Y con el aire acondicionado al mínimo o apagado, cuidando del planeta, y cuidando por tanto de todos sus seres vivos incluidos los dípteros, y la grasilla propia del local, especializado en embutidos y chacinas raciales, aquello era el hábitat perfecto para el mosquerío, y hasta para el mosquiterío. Me acordé de mi difunta tata Pascuala, cuando dijo que no volvería jamás a Palestina porque allí en los mercados había visto puestos de carne o pescado donde no se podían ver las piezas, cubiertas de arriba a abajo por una espesa capa de moscas. No comió más que huevos duros hasta regresar a España. Lo de Palestina le hizo recordar la transición de tener demasiadas moscas a tener muchas menos de la España durante los años 50 de su juventud. En aquella época la discusión sobre si moscas o no moscas derivó hacia el tema de la llegada de las oscuras golondrinas.
Hoy hay agrias discusiones sobre política por no poder hablar de las moscas, porque, a pesar de que el Gobierno dice que avanzamos, las moscas han vuelto
Alguna prensa, en los inicios del desarrollo económico de España, se quejaba de que las golondrinas llegaban mucho menos cada primavera, y se detectó la razón: la limpieza había aumentado, el aire acondicionado en locales y casas se estaba generalizando, las moscas habían dado un paso atrás y por tanto las golondrinas también, ya que las golondrinas se alimentan de moscas. Que hubiese pocas golondrinas por haber pocas moscas era buena señal, para los que apoyaban el capitalismo aperturista llevado por gente del Opus Dei, y mala señal, para los falangistas nostálgicos de la España racial y más o menos negra, y lectores de los poemas románticos de Bécquer.
En fin, que aquí tenemos otra vez a las moscas, han vuelto para quedarse, me temo, que es lo propio en una España donde se persigue la agenda 2030 y 2050, que son abiertamente partidarias de la desaceleración, del decrecimiento y de extender la pobreza igualitaria y por tanto la roña para todos, salvo para las élites gobernantes, por supuesto.
Cociéndome de calor en un restaurante especializado en churretosas chacinas y con moscas en la comisura de mi boca como al siempre morboso Salvador Dalí se le posaban, pintando sus cuadros, en sus bigotes untados con melaza, supongo que alguien, en esta época desdichada que vivimos, se estará descojonando de risa de nuestra credulidad y nuestra mansedumbre, al presentarnos todo esto como un avance social y no como lo que es en realidad. Una prestigiosa y perfecta basura.