“BUSQUE, COMPARE…”

CICUTA CON ALMIBAR. Por Ana María Tomás.

Cambiar de psiquiatra, como cambiar de peluquera o de marido, es, la mayoría de las veces, una tontería. Al principio puede fascinarnos su forma de realizarnos las preguntas, o de darnos ese último toque al flequillo, o su pasión a la hora de hacer el amor (me refiero, respectivamente, a cada uno de ellos). Pero, al final, la peluquera acaba haciéndonos siempre el mismo moño, el marido termina con la pasión como una cerveza destapada tres meses, es decir, sin gas y sin gusto, y el psiquiatra acaba tan loco como el mejor de sus pacientes (que no se crean que no tiene intríngulis eso de llamar “pacientes”  a quienes tienen que “soportar” los cuidados médicos).

Mi amiga Tita, a quien se la repampinflan mis teorías –y hace muy bien- pues ella tiene sus propias teorías al respecto, hace mucho que decidió que, en el cambio, en el movimiento, está la vida -según ella, el agua estancada apesta-. Así que echó mano de Internet para no repetir peluquera. Y lo mismo aparece con los pelos pinchos que con una melena a lo Penélope Cruz (que hay que ver  lo que hacen las peluqueras y las extensiones, que todo hay que decirlo).

De la sorpresa pasó a la impotencia y de ésta a la irá al comprobar la gran cantidad de ineptos invocacionales que están ocupando puestos de una responsabilidad increíble y que no solamente no son buenos profesionales, sino que encima se esfuerzan en ser realmente malos…

En lo referente al marido, es la leche, lo cambia como a las bragas, bueno…, no a diario, pero casi. Todo va bien mientras le hacen el amor y ella escucha y ve un festival de fuegos artificiales, como un día de S. José en Valencia.  Pero en cuanto se apagan las estrellas en su cielo (cosa, por cierto, que ocurre con una frecuencia alucinante) es ella la que enciende la carretilla que le pone en el culo al susodicho para largarlo de su mundo.

Y en lo referente al psiquiatra, harta de recorrer consultas y de esquilmar su ya mermada economía, decidió visitar a su médico de cabecera para que éste la enviara a los especialistas que la S.S. tiene en sus listas, pero su médico fue concluyente: “Tienes a Fulano y sólo ese será tu psiquiatra”. Mi amiga no podía creer que aquel hombre tosco y antipático, que tenía frente a ella y que en ningún momento levantó la cabeza de los papeles y de la información sobre el tratamiento, fuese la persona que a partir de aquel momento decidiría el grado de depresión o de paranoia que ella tenía… De la sorpresa pasó a la impotencia y de ésta a la irá al comprobar la gran cantidad de ineptos invocacionales que están ocupando puestos de una responsabilidad increíble y que no solamente no son buenos profesionales, sino que encima se esfuerzan en ser realmente malos… Pero como ella tiene bastante entrenamiento en realizar un buen corte de mangas no se arrugó y, aguantándose la rabia, sonrío y le dijo a aquel imbécil que antes de dejar en sus manos su cabecita prefería meterla en la boca de los leones de los Congreso de los Diputados (los de dentro). Aquel hombre siguió sin levantar la mirada. Y, sin inmutarse, grito: “El siguiente”.

Pero, aunque no se lo crean, la experiencia no ha podido con las ansias de cambio de mi exploradora amiga, ahora se ha hecho un seguro privado. Y ha comenzado las consultas por orden alfabético. Y es que, para ella, el lema de un antiguo anuncio televisivo: “Busque y compare…” es el de su vida.

Ana María Tomás. @anamto22

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