CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
Al presidente del Gobierno regional, Pedro Antonio Sánchez, natural de Puerto Lumbreras, le avisaron una vez: “los de Murcia, Pedro, no te dejarán que llegues a ser Presidente”. Se referían a que los capitalinos más centralistas, que aún siguen llamando a la ciudad de Cartagena “Murcia puerto”, iban a impedir que un tipo de pueblo sin ascendiente en el club de tenis mandara en la Región. Sánchez ha tenido que pasar por todo. En la política nacional no habrá muchos itinerarios tan accidentados como el suyo. En un momento dado, se llegó a sospechar –y no me atrevo a decir que sin ningún fundamento- que detrás del carro de denuncias contra él del PSOE de Puerto Lumbreras, archivadas todas por los tribunales, se encontraba, al menos alentándola, lacarcundia capitalina de los poderes fácticos, en principio muy poco socialista. Quién sabe. Demasiada insistencia del destino en su contra, lo que da que sospechar. Cuando unos dados sacan siempre el mismo número es que llevan plomo dentro.
A pesar de todo, ahí sigue. Pedro Antonio Sánchez, para llegar a ser lo que muchos no querían que fuera, Presidente de la Región, no sólo se ha tenido que hacer a sí mismo, sino imponerse a una serie de circunstancias que hubiesen desanimado a alguien menos resistente. El trabajo de este hombre de aspecto inofensivo para no descomponerse ha sido titánico, y es algo que me enerva de los que hablan a la ligera sin detenerse a examinar su caso. La vida no le ha regalado nada. Murcia en concreto no le ha regalado absolutamente nada.
Suele ser común entre la gente que ha surgido de la práctica nada el querer alcanzar siempre un poco más allá, no como un desafío a los demás sino para medirse consigo mismos. Cuando era estudiante en Granada, los estudios le parecían poco a Sánchez y hacía trabajos sociales para el colectivo gitano o para los que iban de peregrinos a Lourdes. En verano doblaba el lomo bajo el lorenzo ganando jornales en el campo o cerámica a los conductores que pasaban por la antigua carretera hacia Andalucía, para pagarse los estudios. En su tiempo libre se iba a escuchar los Plenos del Ayuntamiento como quien se relaja con el trino de los pájaros, probablemente cogido de la mano de su novia, luego esposa. ¿Cabe imaginarse ratos más bucólicos que oyendo intervenciones en el salón consistorial sobre el estado de las aceras?
Ya de jovencísimo empezó a estudiar la gramática parda de la carrera no escrita de político: saberse los nombres de pila y los aconteceres familiares de cada uno de los habitantes de su pueblo. Tal vez se habría fijado en lo que hacía el presidente Valcárcel, quien llegó al 63% de porcentaje de voto electoral no gracias a Aznar ni a Rajoy, sino a que, según certificaba (y era verdad), le había dado la mano varias veces a todos los habitantes de la Región, preguntando a cada uno de ellos por circunstancias concretas de su vida, sin equivocarse nunca.
La maledicencia dice que a Sánchez lo puso en el poder un tío suyo, que mandaba en el PP de Puerto Lumbreras. Pero aquel PP era tan influyente en el pueblo como una asociación de palomistas deportivos. Fue Sánchez quien lo sacó de la perpetua Oposición en un feudo tradicional del PSOE, para ganar por mayoría absoluta. Ningún “recomendado” triunfa, si no vale por sí mismo. A mí me lo trajo a una comida, hace más de tres lustros, el entonces vicepresidente del Gobierno de Murcia, Antonio Gómez Fayrén. Sánchez era un zagal de 23 años. De aquél encuentro salió el convencimiento público –así constó en las hemerotecas- de que algún día el chico llegaría a gobernar la Región. Algo debía de tener. Lo que no suponíamos es que llegaría a gobernar tras resistir a tantas asechanzas.
Representa una imagen del PP, la de la gente normal, totalmente fuera del pijerío de la cúpula nacional de este partido, que resulta relamida y anacrónica para amplias capas de población, y que será muy necesaria para la reconstrucción de este partido si la Providencia respeta a Sánchez.
José Antonio Marínez-Abarca