MESA CAMILLA. Por Paco López Mengual.
A veces, llegan noticias del descubrimiento de un monumental edificio al que la arena del desierto o la maraña de la selva cubrieron por completo, manteniéndolo oculto a los ojos del hombre durante siglos. Pero no fue polvo de tierra ni una espesura de ramas, sino un manto de olvido lo que cayó sobre el Círculo de Bellas Artes de Murcia hasta lograr borrarlo de nuestra memoria colectiva.
Fue la pianista Pilar Valero quien, con su acertado libro El histórico Círculo de Bellas Artes de Murcia, me desveló la existencia de esta institución, auténtico foco cultural de la ciudad durante el primer tercio del siglo XX. ¿Cómo es posible que el silencio se adueñara de ella?, ¿o que apenas hayan llegado hasta nuestros días referencias sobre este lugar en el que se fraguó uno de los periodos más fecundos de nuestra historia?
Durante sus tres décadas de existencia, su sede se convirtió en lugar de reunión y tertulia de intelectuales y artistas, logrando extender una pasión por la cultura sin precedentes en la ciudad de Murcia
Como las flores que cubren Murcia, el Círculo nació una primavera. Fue el impulso de un grupo de intelectuales y músicos murcianos, entre los que destacaban nombres como Alejandro Seiquer, Antonio Puig, Ricardo Sánchez Madrigal o Frutos Baeza, lo que hizo posible su puesta en marcha en el año 1902. La propuesta fue acogida con entusiasmo por los ciudadanos, alcanzando los 220 socios el día de su apertura; una buena cifra si la comparamos con la de su homólogo de Madrid, que comenzó su andadura con 267 socios. Casi desde el primer momento, su sede estuvo en Trapería, ocupando el hoy desaparecido Palacio Celdrán, catalogado como uno de los más admirables de la ciudad. Al acto de inauguración no faltaron las figuras más relevantes de la cultura murciana que triunfaban por todo el mundo, como el compositor Fernández Caballero, el dramaturgo José de Echegaray o el actor y empresario teatral Fernando Díaz de Mendoza.
El Círculo de Bellas Artes nació para ser una institución diferente al Casino – en ese momento, de carácter más recreativo -, a la Sociedad Económica de Amigos del País o a los muchos círculos políticos de los partidos. Su objetivo era programar veladas literarias y musicales, organizar exposiciones, conferencias científicas y “bailes sociales”, así como una apuesta por la enseñanza y alfabetización de adultos en clases nocturnas. Durante sus tres décadas de existencia, su sede se convirtió en lugar de reunión y tertulia de intelectuales y artistas, logrando extender una pasión por la cultura sin precedentes en la ciudad de Murcia. Aquí se escucharon por vez primera conciertos que pasarían a la historia de la música, se editaron las primeras obras de prometedores literatos y se becaron a jóvenes artistas plásticos, que años después obtendrían fama internacional, como José Planes, Luis Garay, Pedro Flores, Joaquín… Sus concursos de carteles cobraron prestigio a nivel nacional. De aquí salió el Himno a Murcia, con letra de Jara Carrillo -¡Murcia!, la patria bella, de la huerta, sultana…-, cántico oficial en muchos actos.
Como con tantas otras cosas en este país, la fractura producida por la Guerra Civil acabó con el Círculo de Bellas Artes, que cerró sus puertas en 1938, antes de que acabase la contienda. Desde entonces, un incomprensible silencio se ha ido apoderando de esta histórica institución hasta lograr su total olvido. Ahora, Pilar Valero, sumergiéndose en archivos, ha logrado quitar la arena y arrancar la maraña que mantenían oculta a nuestros ojos la increíble historia del Círculo de Bellas Artes de Murcia y de su época, quizás la de mayor esplendor cultural en la ciudad.