Por Pascual García.
Estamos ante un libro único, exclusivo, por la forma y por el fondo, que constituye una especie de crónica novelada, o por lo menos así está contada y ambientada en una Edad Media española y guerrera en la que un caballero, cuya existencia histórica ni siquiera aclara su autor, pues resulta más atractiva la niebla de la leyenda y de la ficción que el cielo despejado de la historia y de la verdad, un caballero tiene la encomienda sentimental de dar sepultura a los restos de su amado padre en la tierra sagrada de Santiago de Compostela.
En la obra que nos ocupa Alfonso Pacheco novela el viaje de Flandes a Asturias de más de 300 hombres que cargan con el cuerpo acabado de un señor de señores en 1474. Con prosapia cervantina Alfonso Pacheco nos va introduciendo en un ámbito narrativo en el que hallamos una parte de imaginación y una parte de investigación y estudio, donde se imbrican la realidad y la inventiva al modo clásico más español y más quijotesco.
La incertidumbre narrativa ocupa todo el relato que nos conduce por veredas de la historia tan emblemáticas como la toma de Granada y nos presenta a personajes de la talla de Isabel y Fernando y se refiere a otros destacados como Jorge Manrique, porque al fin y al cabo el curso del relato tiene mucho de espíritu manriqueño, un viaje que es una elegía funeraria por el padre, pero lo que nos parece en especial destacable es la construcción de una atmósfera de incertidumbres en la frontera entre la realidad y la ficción:
“Había tenido que ocuparse de todos los asuntos de su padre a la muerte de este y regresaba con sus restos en un carromato dentro de un arcón de plata. Más de trescientas leguas les faltaban para llegar a Galicia y después a sus montañas de Asturias. Seguiría el tradicional camino”.
Sorprende por su realismo el retrato del caballero: Juan Briando de Aceval era de tez morena, no muy alto, recio, de ojos penetrantes y sonrisa indefinida. Nadie sabía lo que pensaba al mirar su rostro entre simpático y burlesco, amable y autoritario. En alguna ocasión sus ojos destellaban de coraje, pero era solo un instante, rápidamente se controlaba. Amigo de juglares, clérigos y poetas, soñaba con dejar las artes de la guerra para tomar como bandera la pluma y la lira.
El propio libro es un objeto histórico y literario pues su forma y su edición semejan un objeto arcaico que bien pudiera remontarse a la época de los incunables, los primeros libros salidos de la imprenta, de manera que la forma y el fondo se corresponden en una unidad intachable.
La historia de España traspasa todo el relato y mezcla la ficción y el dato real: “Hay un tiempo perdido en la historia del gran caballero en que no se conoce a ciencia cierta cuánto permaneció en Galicia, o si pasó a Portugal. Se pierde su rastro para aparecer a principios de 1476 en le ciudad de Valladolid”. Por lo tanto, podemos añadir que estamos ante una crónica histórica y literaria donde asistimos a batallas cuyo orden primero se describe con gran minuciosidad.
Hasta ese final en el que el caballero participa de las conversaciones que finalizaron con la entrega y rendición de Granada el dos de enero de 1492:
“Juan de Aceval salió al encuentro del rey Boabdil acompañando a los reyes Doña Isabel y Don Fernando. Habían culminado así una serie de guerras que durante muchos años le habían mantenido más tiempo a lomos de caballo que a pie en tierra”.
Y de nuevo y para terminar la verdad histórica y la poesía de la palabra legendaria. Mi enhorabuena a su autor.