SANTIAGO DELGADO PRESENTA, EN EL REAL CASINO DE MURCIA, SU NUEVA NOVELA: “EL GOYA DEL TITANIC”
Por José Antonio Martínez-Abarca.

Qué duda cabe que Santiago Delgado es un erudito. Lo vengo leyendo desde que empecé a dedicarme a esto de las palabras y hace muchos años que llegué a esa conclusión. Es un hombre de vastísimos conocimientos, no otro de esos tipos librescos con lecturas mal digeridas, que normalmente conducen a una personalidad confusa cuando no a unas ideas sobre el mundo disparatadas, de «intelectual» en el peor de los sentidos, de alguien que está alejado de la realidad. Santiago Delgado es un novelista de verdad, sin ningún tipo de adjetivo que matice esa condición. Sus novelas vuelan, todo se desliza sin echar mano de groseras y sobadas, pero efectivas, fórmulas. Siempre sorprende en temas y tramas.
Santiago Delgado es un novelista de verdad, sin ningún tipo de adjetivo que matice esa condición
Lo que no sorprende es su elegancia y precisión al utilizar el castellano, algo de lo que nunca abdica pues se trata de un trabajador concienzudo e infatigable, un escritor extremadamente fluente. En última novela publicada, «El Goya del Titanic», Santiago Delgado es un narrador excepcional, un testigo fantasmal -que es lo que parecen todos los buenos novelistas- del imaginario paradero de un cuadro que fue real, uno de los retratos del «Generalísimo» Godoy, hombre fuerte del Rey Carlos IV de España, que le hizo el pintor Francisco de Goya. Un cuadro que fue encargado por lo que hoy se llama Ayuntamiento de Murcia, que se colgó en sus salones y que desapareció sin dejar rastro. La desaparición fue lo normal en un siglo tan convulso como el XIX en España, y la permanencia, la excepción. Es incalculable el grandioso patrimonio desaparecido en España en dos siglos, el XIX y XX, por guerras o pillajes o simples y voluntarias destrucciones, como en la última Guerra Civil. Aquel cuadro invaluable de Francisco de Goya, que sería de generosas proporciones dado el lugar donde iba a figurar y el propósito, fue otra de esas desapariciones silenciosas.

Santiago Delgado es un gran narrador las veinticuatro horas, alguien que sueña con palabras cuando no está despierto y las escribe en la vigilia. Un novelista auténtico, porque bajo un primer nivel de escritura, la aparente, se desarrollan otras narraciones secretas en la peripecia de este cuadro, que enlazan con tremendas reflexiones para el lector, como el paso del tiempo, la desgracia española del XIX, la fragilidad de lo que debiera ser eterno, el poder de la casualidad, la ironía de la realidad, que muchas veces pone en relación cosas y personajes que no tienen nada que ver como lo haría la más desbocada de las imaginaciones, la desolación que produce saber que sólo ha pervivido, no lo importante, sino lo que tuvo la suficiente suerte…
Pompeya se conservó gracias a las cenizas del Volcán. Las «pinturas negras» de Goya por una serie de felices casualidades. La cadena de casualidades necesaria para la conservación de cualquier cosa en la desquiciada España. No hubo tanta suerte con el cuadro de Godoy que le encargó Murcia a Goya, que desapareció un día de 1808 de lo que hoy se llama Ayuntamiento de Murcia y nunca más se supo. Santiago Delgado ha construido un asombroso itinerario imaginario que por lo seguro parece mucho más real que lo que realmente acontecería con el cuadro.
Santiago Delgado nos hace pensar y detenernos unos momentos, tras la amenísima lectura de cada página. Nos traslada de tal forma a donde quiere, como narrador, que cuesta volver de las escenas descritas. Tras acabar la última página del libro, nos sumimos en graves cavilaciones sobre el significado profundo que tiene aquella frase que proviene de la filosofía hermética, y que nos dice que «todo pende de un hilo» (un hilo de las tres tejedoras que según las religiones paganas había en el Universo, y que marcan el destino). Nos damos cuenta que a aquel cuadro que pintó Francisco de Goya al entonces todopoderoso Godoy, por encargo de Murcia, le ocurrió lo mismo que a la inmensa parte de las grandes obras maestras de la Historia. Que se perdieron. Que hoy aún sabemos que existieron alguna vez, pero que un día, hundiéndonos en el tiempo como se hundió el Titanic en el océano, pueden ser solo un rumor…

Gracias y gracias, José Antonio.
Gracias, José Antonio