De distancias y de olvidos

Cicuta con almíbar, por Ana María Tomás

«Dicen que la distancia es el olvido…» canta la letra de un viejo bolero, para acto seguido asegurar: «pero yo no concibo esa razón». Puede ser que ambas aseveraciones estén cargadas de verdad; puede ser que para los enamorados ninguna distancia pueda aminorar la fuerza de su amor, de sus sentimientos, de su dependencia, de su deseo, de sus ganas de fusión. No en balde reza una máxima: «La distancia en amor es como el viento, a los fuegos pequeños paraliza y a los grandes su leña más atiza». De todas formas, son muchos los amantes a los que la distancia ha separado, porque todo sentimiento necesita ser alimentado. De lo contrario, se extingue por inanición, pero es que el amor es uno de los devoradores más desmedidos: necesita de tiempo, de paciencia, de sexo, de interés, de besos, de gestos suaves, de renuncias, de diálogo, de caricias a todos los niveles: físicos, psíquicos, sensitivos… pero, además, necesita de ello como necesita una composición química de sus ingredientes, en la dosis exacta, en la justa medida, pues en cantidades desproporcionadas suele morir, ahogado, abrumado, arrasado, como arrasa el agua cuando se desborda de su cauce.

Necesita de ello como necesita una composición química de sus ingredientes, en la dosis exacta, en la justa medida.

Otros amantes aseguran que la clave de su amor, de su unión, estriba, precisamente, en esa «separación». Separación incluso estando juntos. Es decir, esa separación de la que nos habla Khalil Gibran para que el viento pueda correr libre entre los amantes, «porque el ciprés no crece a la sombra del roble» ni viceversa.

Mi teoría es mucho menos poética: yo pienso que el roce no hace el cariño como promueve uno de nuestros refranes populares. Por el contrario, pienso que el roce sólo puede hacer la herida y más tarde el callo en donde se estrelle cualquier conato de suavizar la aspereza que crea la convivencia.

El amor es ciego y absurdo, hartos estamos de recibir muestras de ello. ¿Cómo alguien como Camila pudo vencer a alguien como Diana?

Estoy convencida de que la única razón que convirtió en célebres las historias de cualesquiera de los amantes conocidos, incluidos los de ficción, no es otra que, precisamente, la falta de roce. El amor es ciego y absurdo, hartos estamos de recibir muestras de ello. ¿Cómo alguien como Camila pudo vencer a alguien como Diana? Y no me digan que interiormente Camilla puede ser más hermosa… sí, pero lo primero que se ve es lo de fuera. Después del forro podrá enamorar la inteligencia, la sensibilidad, la dulzura y una larga lista de atributos, pero el ojo es el ojo. Lo que ocurre es que cuando Cupido lanza sus flechas no van al corazón sino a los ojos y nos deja tan ciegos que juraríamos por nuestra vida que el objeto de nuestro amor es el más perfecto de los dioses griegos, aunque de griego no tenga más que, en el bolsillo, uno de esos yogures que anuncian.

Por fortuna, la visión sobre el amor es tan variada como lo es el ser humano y, antes o después, se termina encontrando un príncipe o una rana. Y, entonces, pretendemos que nos juren «que, aunque pase mucho tiempo, no olvidarán el momento» en que nos conocieron. En fin, en asuntos de amores, por suerte, no hay arreglo y eso nos permite ensayar una y otra y hasta otra vez el intento de arreglarlo.   

Ana María Tomás. @anamto22

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