Mesa camilla, por Paco López Mengual
Hoy vamos a adentrarnos en terreno resbaladizo, vamos a pisar jardines. Todos hemos escuchado las malas relaciones entre ciudades pertenecientes a una misma provincia debido a la lucha por su capitalidad. Cádiz y Jerez, Pontevedra y Vigo, Oviedo y Gijón… ¿Pero existe también esa rivalidad ancestral entre dos ciudades hermanas como son Murcia y Cartagena? Seguro que habrá quien responda que ¡mucho más! que en aquellas; incluso quien defina la relación más que de hermanas, de hermanastras. Y hasta habrá quien intente justificar esta pugna con un discurso político, emulando a Cataluña y Madrid, enarbolando la palabra “conflicto”. A mí, en cambio, este duelo me divierte y no dejo de contemplarlo como la vieja rivalidad de los de Villarriba contra los de Villabajo; y lo que de verdad me interesa de este histórico rifirrafe, que ya existía en el XIII, es su carácter folclórico. Y es que el ingenio desplegado por cartageneros y murcianos en esta contienda desde hace siglos no tiene desperdicio. Los refranes que se lanzan unos a otros son de una dureza nunca vista en las disputas mantenidas entre, por ejemplo, los de Oviedo y Gijón. Unos dicen, “De una p*** y un gitano nació el primer murciano”, a lo que los otros responden con aquello de “Cartagena monte pelado, mar sin pescado, mujeres p**** y niños maleducados”.
A mí, en cambio, este duelo me divierte y no dejo de contemplarlo como la vieja rivalidad de los de Villarriba contra los de Villabajo
El combate entre ciudades también abarca la gastronomía. En la ciudad portuaria llaman a los murcianos “barrigas verdes”, porque solo se alimentan de productos de la huerta. “Aladroques” llaman los huertanos a los cartageneros, por su afición a comer un pescado que tiene fama de ser el basurero del mar. Durante años, en Cartagena se consumía muy poca Estrella de Levante, una excelente cerveza elaborada con agua de Murcia; allí se optaba por beber El Azor, un caldo de dudoso sabor, pero genuinamente cartagenero. “Prefiero morir envenenado antes que beber agua del Segura” decía un parroquiano de un bar en Santa Lucía, mientras levantaba un tercio de El Azor.
En la ciudad portuaria llaman a los murcianos “barrigas verdes”, porque solo se alimentan de productos de la huerta.
El antagonismo de Murcia y Cartagena también se manifiesta en el campo de la religión. Aunque las dos ciudades alardean de ser católicas, apostólicas y romanas, mantienen serias diferencias. En Cartagena, aún no han perdonado al rey de Castilla y León, Sancho IV, el que concediera, allá por 1291, al obispo de Cartagena el traslado de la sede episcopal a Murcia. Eso sí, a cambio, el monarca exigió el mantenimiento de su denominación como diócesis de Cartagena. Por ello, y a pesar de que en 1465 el Papa consagrara la iglesia de Santa María de Murcia como la Catedral de la diócesis de Cartagena, muchos cartageneros consideran lo que hay en la plaza Belluga como una con-catedral, ya que para ellos la auténtica es la que permanece en ruinas junto al Teatro Romano.
Tampoco las procesiones de una ciudad son del gusto de la otra. En Murcia, para que una procesión triunfe entre los feligreses sus nazarenos deben ser generosos, repartir caramelos, huevos duros, habas frescas, monas con chocolate… Los cartageneros que acuden a verlas critican que lo que desfila por las calles de Murcia no son procesiones, sino meriendas. En Cartagena, las procesiones tienen sabor a cuartel; se valora mucho el orden, la marcialidad… Para los murcianos, las procesiones cartageneras son tristes y sobrias, como desfiles militares. Critican que “te vienes con los ojos llenos y el estómago vacío”. De hecho, en Murcia, cuando los nazarenos de una procesión no ofrecen lisonjas a las gentes que acuden a contemplarlos, el público protesta y dice “¡Estos no dan nada, deben ser de Cartagena!”. En la barras de algunos bares de la capital, se argumenta que espectáculos como El entierro de la Sardina o El Bando de la Huerta, muestra de la generosidad murciana, donde la gente se va a casa con sacos de regalos, serían inviables en Cartagena, debido a la tacañería de sus habitantes.
El antagonismo de Murcia y Cartagena también se manifiesta en el campo de la religión.
En fin, que la rivalidad mantenida desde hace siglos entre Murcia y Cartagena parece que, lejos de aflojar, tiene cuerda para rato; algo que agradecemos todos aquellos que nos descojonamos contemplando las disputas entre los de Villarriba y los de Villabajo.