Pinceladas, por Zacarías Cerezo
Dios creó el tiempo en abundancia, pero se lo quedó para Sí casi todo y a nosotros nos concedió unos añitos de vida y muchas ganas de vivirlos.
Desde entonces, obsesionados por llenar la vida de contenido, luchamos contra el tiempo desde que nos levantamos de la cama, siempre agobiados porque se nos van los minutos como la arena entre los dedos. Vana ilusión si creemos que vamos a ganar la batalla. La sociedad actual nos empuja hacia la vida activa, o mejor, muy activa; a no parar en vacaciones, ni en la jubilación. Cuidado con esto: hemos convertido las vacaciones en algo estresante de tanto movernos, y los jubilados llevan agenda para encajar sus muchas actividades, a veces demasiadas.
Vivimos bajo la tiranía del reloj, los hay por cada esquina, los llevamos en el coche y en los aparatos electrónicos nos generan alarmas. Y no creamos que este mal es nuevo. El dramaturgo Plauto (siglo II d. C.) escribió: «¡Los dioses confundan al primer hombre que descubrió la manera de distinguir las horas y confundan también a quien puso en este lugar un reloj de sol para destrozar horriblemente mis días en fragmentos pequeños!»
La sociedad actual nos empuja hacia la vida activa, o mejor, muy activa; a no parar en vacaciones, ni en la jubilación.
Conozco el Movimiento Slow a través del libro Elogio de la lentitud, una corriente cultural de vida que cuestiona la hiperactividad que, lejos de estirar el tiempo, incrementa la angustia de su consumo inexorable. Promueve la vida calmada como método para disfrutar de lo que hacemos: tiempo para comer, para la familia y las relaciones sociales, para nosotros mismos. Hacer menos cosas y ser más conscientes de lo que hacemos.
Mi manera de estirar el tiempo es salir a andar al campo (nunca a correr), lo practico casi a diario y es una manera de vivir despacio y de situarme mentalmente en el presente. Cuando se camina largamente se toma conciencia de uno mismo y el tiempo se ralentiza, los sentidos se reactivan y el cerebro, que se oxigena, piensa mejor: una manera de meditación. Sin reloj, sin contador de pasos, sin auriculares que impidan escuchar el viento, las aves… «Para ir más despacio no se ha encontrado nada mejor que andar» dice el escritor Frédéric Gros.
No sé muy bien qué es el tiempo, a lo mejor es un aliado con el que convivir y con el que pactar. Bueno, no lo tengo nada claro; me pasa como a San Agustín, si me permiten la irreverente comparación: «¿Qué es el tiempo? Si nadie me pregunta qué es, lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé”, decía el gran doctor de la Iglesia.
Por coherencia, este artículo se ha cocido a fuego lento durante el verano.