PINCELADAS. Por Zacarías Cerezo.
Nos gustan las historias y las leyendas: a veces se confunden unas con otras. Toda ciudad que se precie de antigüedad tiene sus leyendas que vienen muy bien para mantener atento al despistado turista que mira el patrimonio; seguramente olvidará explicaciones sesudas, pero recordará la leyenda que le han contado.
La bellísima cadena de la Capilla de los Vélez tiene su leyenda acerca de la suerte del autor. Es tan cruel que siempre me he preguntado cómo ha podido perdurar; tan cruel como poco original, porque la he oído, con ligeras variaciones, en otros sitios.
A toda obra singular se le busca o asigna un significado. Seguro que esta cadena también lo tiene. El de los Vélez quiso que su capilla fuera reflejo de la grandeza del linaje. Por dentro es evidente, y por fuera transmite sensación de poder y lo muestra con una pieza singular, la cadena pétrea, para que sea percibido por todos.
Ante la duda del significado, prefiero contemplarla y quedarme con las sensaciones que me transmite. Es imposible pasar sin que nos llame la atención. Los eslabones se adaptan tan graciosamente a las paredes y contrafuertes que parecen no pesar, como filigranas que abrazan la piedra.
Como pintor, es la luz lo que siempre me fascina. El astro rey, en su recorrido de levante a poniente, va iluminando los eslabones uno a uno como si marcara las horas, resaltando formas, volúmenes, curvas y recovecos. A mediodía el potente sol murciano se derrama desvelando la belleza rubia de la piedra labrada con suavidad de alfarero. Y es con esa luz con la que los eslabones parecen separarse de las paredes cobrando volumen y movimiento. Por la tarde, la sombra se enseñorea y los devuelve a la pared, los aplana. Pero estamos en Murcia y si de algo tenemos superávit es de sol que vuelve cada día a poner en escena la espectacular cadena. El artista hizo meritoriamente su trabajo, pero el sol, con nueva luz cada día, la modela, le da fuerza renovada, nueva gracia. Y el autor lo sabía.