ARS CASINO. ESPECIAL 175 ANIVERSARIO. Por Loreto López
El 12 de junio de 1847, fué constituida la Sociedad del Casino, firmando la primer acta los Sres. D. Juan López Somalo, D. P. Parra y Grao, D. Arsenio Arólas, D. José de la Peña, D. Manuel Rodríguez, D. José Gómez Carrasco, D. José López de Molina, D. Manuel Durán, D. Carlos Kiherman, D. José María Saurín, D. Pedro Bonnemaisón. D. Ramón Romero, D. Manuel Alcázar, D. Juan José Madrigal y D. Matías Yeste Giménez.
Esta Sociedad ocupó la aristocrática casa del Sr. Conde de Campo Hermoso, hoy de los señores Leante, hasta que en 1853 inauguró el local que actualmente posée, y que poco á poco ha ido ampliando con extraordinario lujo é inusitada elegancia, por cuyo motivo, este aristocrático centro, es uno de los mejores de España.
Al constituirse éste, los Sres. D. Manuel Durán, D. Arsenio Arólas y D. Manuel Rodríguez, invitaron para ingresar en él á las personalidades más salientes de la población, las que se adhirieron al proyecto que se realizaba, por lo que, á los seis meses justos de inaugurarse, contaba con doscientos veinte socios.
Efemérides murcianas, de D. Ramón Blanco y Rojo (1910) Pág. 84
Nunca sabremos si la creación de la sociedad del Casino de Murcia fue promovida o no por el entonces jovencísimo D. Juan López Somalo (Murcia, 1823 – Madrid, 1895), a su vuelta de Valencia con el título de Derecho debajo del brazo, a la sazón contaba con apenas 24 años. Lo cierto es que él encabeza la lista de los presidentes de esta institución y las primeras reuniones, solo durante unos meses, de esta incipiente sociedad se realizaban en su domicilio paterno de la calle Jabonerías.
Junto a su nombre, el de otros personajes con un denominador común: ser de profesiones liberales o propietarios de tierras y concesiones mineras. En una palabra: burgueses. No aristócratas como alguna vez se ha dicho, aunque estos últimos pronto se incorporarían, al ver la especial fuerza social que en poco tiempo iba adquiriendo.
D. José de la Peña y Díaz, médico cirujano; D. José Gómez Carrasco, secretario y comisionado de ventas del Gobierno Civil de Murcia; D. Arsenio Arólas, comandante jefe de la Comandancia Militar de la Provincia de Murcia; D. Ramón Romero Fernández, empleado de Hacienda, con alguna explotación minera; D. Matías Yeste Giménez, terrateniente en el campo de Murcia, con grandes propiedades en Baños y Mendigo y en Gea y Truyols; D. Manuel Alcázar Carrillo y D. Juan José Madrigal Monserrate, también propietarios de concesiones de minas; y el que podría estar más cercano a la aristocracia local, por estar emparentado con algunos de ellos, D. José Mª Saurín, propietario de gran número de concesiones mineras en las sierras cartageneras, hombre de refinada cultura que, junto a D. Juan Albacete y Long, intentó hacer una primera guía turística de nuestra Murcia.
Del resto de personalidades no hemos encontrado referencia alguna, por lo que es de suponer que se trataría de amigos de este círculo y con sus mismos intereses, entre otros, y desde época muy cercana a la constitución del Casino: traer el ferrocarril a nuestra ciudad. Convirtiéndose la mayoría de ellos en accionistas de tal empresa, aunque todavía tardaría en ser una realidad.
Pero, ¿alguna vez se han preguntado cómo era aquella Murcia de 1847? Pues vamos a dar un paseo por ella 175 años después.
Nuestra pequeña -muy pequeña- ciudad era un dédalo de calles estrechas con algunas, también pequeñas, plazas. La reciente desamortización de los bienes de la Iglesia, aún en curso, había puesto en manos de esa floreciente burguesía los grandes espacios antes ocupados por los huertos de los conventos, iniciándose tímidamente una transformación urbana. Apenas diez años antes se había derribado el céntrico convento de las Isabelas, abriendo en su lugar una recoleta plaza que permanece, muy transformada, con el nombre de Santa Isabel. Fue el lugar de moda para los paseos dominicales, como también lo fue el Malecón, que hasta entonces había permanecido cerrado al tránsito de viandantes. Su apertura permitió al murciano urbanita introducirse cómodamente entre los espléndidos huertos que rodeaban la ciudad. Asimismo, un único puente, el que hoy llamamos Viejo, daba paso hacia el camino de Cartagena, pasando por la plaza de Toros -hoy plaza Camachos- pudiendo también recorrer la alameda, que pronto sería jardín, hacia la iglesia del Carmen.
Por esas callejuelas polvorientas, puesto que aún no estaban adoquinadas, circulaban las galeras y tartanas para el transporte de mercancías; o los coches de lujo, landós y berlinas de los señores. Y por esas mismas calles se cruzaban al paso los huertanos, con sus tradicionales trajes, los oficios y sirvientes y los señores, burgueses o nobles. Ellas, la cabeza cubierta con sombrero o mantilla, encorsetadas y con sus amplias faldas sobre kilos y metros de enaguas, algunas de las cuales estaban realizadas con tela de lino y crin de caballo para darles mayor consistencia; ellos con sus trajes de paño oscuro, frac cerrado con dos hileras de botones y faldones curvos, lazada oscura sobre la blanca camisa y la cabeza cubierta con sombrero de copa.
POR ESAS MISMAS CALLES SE CRUZABAN AL PASO LOS HUERTANOS, CON SUS TRADICIONALES TRAJES, LOS OFICIOS Y SIRVIENTES Y LOS SEÑORES, BURGUESES O NOBLES
Al anochecer se encendían algunas de las farolas de aceite de la ciudad. No todas, pues eso quedaba reservado para los días de fiesta grande. Por lo que la oscuridad era la tónica general.
Faltarán quince años, los mismos para que el ferrocarril llegue por primera vez, para que abra sus puertas el anhelado Teatro de los Infantes, que después será Romea. Por entonces solo funcionaban teatrillos de comedias y locales improvisados: la Cárcel Vieja, cerca del Puente; el Almudí Viejo, junto a La Merced; el Parador de Santo Domingo, en la calle del Desengaño; la Fábrica de la Seda…
Únicamente el decadente y poco saludable, como lo nombraba la prensa de aquellos años, Teatro de Toro cumplía la misión de ofertar un género de rabiosa moda: la zarzuela. Segura estoy que en él se escucharían las obras del compositor murciano Mariano Soriano Fuentes, que ya había triunfado en toda España con la tonadilla Jeroma, la castañera y las zarzuelas El ventorrillo de Alfarache y La feria de Santiponce.
El Seminario de San Fulgencio, junto con el Instituto de Segunda Enseñanza, que durante un brevísimo periodo de tiempo (1840 y 1841) funcionó como Universidad Literaria, y la Real Sociedad Económica de Amigos del País eran los principales focos culturales. En la Real Sociedad existían en ese momento las cátedras de Agricultura, Economía Política, Historia Natural, Geografía y Mecánica teórica, además de la de Dibujo, que fue la fuente en que bebieron nuestros artistas locales. Orgullo de esta institución eran Rafael Tegeo o Germán Hernández Amores, ya consagrados pintores en esos años, o los jóvenes Domingo Valdivieso y Luis Ruipérez.
Los escultores continuaban anclados en la tradición barroca, siguiendo los modelos salzillescos, pues la mayoría de encargos están relacionados con la imaginería religiosa. En la ciudad, era el taller de Francisco Sánchez Tapia el que centralizaba los encargos.
Florecían los círculos literarios, donde el joven poeta José Selgas junto con Antonio Arnao, Lope Gisbert y otros, se reunían con el editor José Carles Palacios.
La lectura de la prensa, local y nacional, era el único medio de información y ese mismo año aparece el Diario de Murcia, con el subtítulo «periódico de todo, menos de política y religión», editado por el ya mencionado Carles Palacios. Nuestros caballeros consultaban, en sus apenas cuatro páginas, los abundantes anuncios oficiales sobre explotaciones mineras, las cotizaciones de la seda y el grano, casi semanales, y desde sus inicios lo que acontecía en el Casino, un gran acontecimiento para la tranquila vida social de nuestra pequeña, muy pequeña ciudad.
“…Si nuestro corazón no nos engaña, si los votos más ardientes de nuestra alma se ven realizados, ha de venir a ser (el Casino) la gloria de nuestra ciudad y el centro común donde todos los Murcianos depongan sus antiguas antipatías, hijas de la ignorancia y del aislamiento en que por desgracia hemos vivido hasta el presente.
Juan López Somalo en Diario de Murcia. 10 de octubre de 1847
Hermosa información que nos recrea en aquella época de la que trata
Gracias, Marisol, esa era mi intención, recrear el momento de aquella Murcia de 1847.