LUGARES CON HISTORIA. ESPECIAL 175 ANIVERSARIO. Por Leandro Madrid.
Fotografías: Juan Cánovas.
España, año 1875. El Sexenio Revolucionario es ya historia. Alfonso XII de Borbón es el nuevo rey y don Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros. El Casino de Murcia tiene como presidente a don Antonio Gómez Carrasco, quien con sus directivos y Socios de número, aristócratas y burgueses de saneada economía, se muestran tranquilos en la nueva situación política. La vida social coge ritmo: fiestas del Corpus, del entierro de la sardina, bailes de máscaras, juegos florales, teatro, toros, etc. van proliferando, aunque también hay pobreza y paro.
Reunida la Junta Directiva del Casino, su presidente toma la palabra: «Señores, hay que decorar el techo del Salón de Baile, ¿qué opinan ustedes? Me gustaría oír sus propuestas».
Los miembros de la Junta se miran y comentan entre ellos. El contador apuntó que no se podía gastar mucho, pues la situación económica pasaba por días difíciles.
Reunida la Junta Directiva del Casino, su Presidente toma la palabra: «Señores, hay que decorar el techo del Salón de Baile, ¿qué opinan ustedes?»
Tomó la palabra el conde del Valle de San Juan, posiblemente el directivo de más saneada economía, para mostrar su acuerdo a una obra pictórica de alto nivel artístico, acorde con la categoría del Casino y sus Socios, y representando a las Bellas Artes y a ilustres personalidades murcianas.
Se oyen comentarios y opiniones diversas, pero se acepta la propuesta. Ahora hay que buscar artista y concretar precio. Alguien sugiere al pintor-decorador Manuel San Miguel, nacido en Cataluña, pero residente en Murcia desde hace varios años, que tiene fama y obras premiadas.
El contador, don Antonio Navarro, fue el encargado de ponerse en contacto con el artista para tratar con él las condiciones: temática, precio y tiempo de duración de la obra, pues querían tener el techo decorado para los Juegos Florales del año 76, con sus actos culturales y bailes.
También se pintarían dos grupos representando a la música y la danza (…) y, en las esquinas, medallones-retratos de cuatro ilustres murcianos.
La temática consistía en representar en la parte central del techo las cuatro artes liberales, encarnadas en cuatro matronas clásicas llevando cada una de ellas un objeto alusivo a la arquitectura, pintura, escultura o música. También se pintarían dos grupos representando a la música y la danza, y todo ello rodeado por grupos florales, guirnaldas, balaustradas, cuatro cuadros con escenas de Europa, Asia, África y América, y, en las esquinas, medallones-retratos de cuatro ilustres murcianos: Villacís, Salzillo, Floridablanca y Romea. Todo este conjunto en su estilo neorrococó, “sotto in sú” (de abajo arriba), en un ilusionista trampantojo propio del siglo XVIII.
El precio se ajustó en 25.000 pesetas, y el artista subcontrataría a sus equipos. Don Miguel contrató a Manuel Picolo, pintor murciano ya bastante conocido, a un grupo de ayudantes y a varios especialistas en pegar lienzos en los techos, para hacerlo con el enorme del Salón de Baile, que tiene una superficie de 190 metros cuadrados (10,7 x 17,8 metros), y es el de mayores dimensiones del Real Casino de Murcia.
Unos años después se compraron, en París, las cinco enormes lámparas de bronce y cristal de Bacarat, que dan luz al salón con sus 320 puntos luminosos (sobre las lámparas circula una leyenda relacionada con México y el Emperador Maximiliano).
Los cuatro ilustres murcianos que han merecido estar representados son:
1. Nicolás Villacís (Murcia, 1616-1694)
Murciano de familia acomodada, pintor barroco y de arquitecturas fingidas; estudió en Madrid, seguidor de Velázquez, y en Italia. Al regresar a España, parece ser que Velázquez le ofreció trabajar con él, pero no aceptó, por lo que regresó a Murcia y pintó en el Convento de la Trinidad. En el Museo de Bellas Artes se encuentran restauradas algunas de sus pinturas: Retrato de tres hombres, El caballero del chambergo, etc. Su casa-palacio se encontraba en la hoy calle Ceballos.
2. Francisco Salzillo Alcaraz (Murcia, 1707-1783)
Nace en Murcia, hijo del escultor italiano, de Nápoles, Nicolás Salzillo y de la murciana Isabel Alcaraz. Estudió en San Esteban, colegio jesuita, y aprendió el oficio en el taller de su padre, donde se influyó con el arte de Bernini y A. Bolgi, ambos barrocos. Salzillo se dedicó a la imaginería eclesiástica barroca que fue transformándose en rococó-neoclásica, pero dentro del naturalismo y la belleza ideal. Sus numerosas obras están en las iglesias murcianas y en las de Alicante, Albacete y Almería sobre todo.
Murcia le dedica un museo donde se guardan las magníficas esculturas de Semana Santa, pues procesionan los pasos de Viernes Santo; así como el famoso belén. Sus imágenes policromadas (estofadas) destacan por la técnica, realismo y belleza de los representados: San Juan, San Jerónimo, San Francisco de Asís… El conde de Floridablanca lo llamó a Madrid para que diera a conocer su obra, pero no aceptó. Prefirió quedarse en Murcia. Posiblemente su único viaje fue a Cartagena para entregar las imágenes de los cuatro santos a la Iglesia de dicha ciudad.
3. Julián Romea Yanguas (Murcia, 1813 – Loeches, Madrid, 1868)
Nacido en Murcia en familia muy relacionada con los marqueses de Espinardo. Parte de su juventud la pasó en Alcalá de Henares pero vuelto a Murcia fue alumno del Seminario Mayor de San Fulgencio. A los 18 años marcha definitivamente a Madrid. Alumno de la escuela de música y declamación, tiene como maestro a Carlos Latorre, influenciado por Isidoro Máiquez. Decide ser actor y a los 20 años trabaja en el Teatro del Príncipe, donde actuó en Macbeth.
Casó con la actriz Matilde Díez, pero se separaron pronto. Formó parte de la tertulia “El Parnasillo”, famosa en los ambientes literarios y artísticos. Fue director del Teatro El Príncipe, escritor lírico y cantante. Está considerado “gloria del teatro nacional”. El teatro de Murcia se llama Romea en su honor.
Cuando de la eterna noche
Poesía de Julián Romea
en la inmensidad perdido
pase el viento del olvido,
por mi esperanza y mi amor
solo te pido, pues fuiste
luz de mi vida, mi gloria,
un suspiro a mi memoria,
y a mi sepulcro, una flor.
4. Don José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca (Murcia, 1728 – Sevilla, 1808)
Nace en Murcia en familia de la pequeña nobleza y cierto nivel económico. Comienza sus estudios en el Seminario Mayor de San Fulgencio, y, en Orihuela, obtiene el Grado en Leyes. Pasa a Salamanca, donde se doctora en Derecho, y trabaja un tiempo en Murcia. Marcha a Madrid, conoce al duque de Alba, y logra entrar en el Consejo de Castilla y es nombrado fiscal de lo criminal. Hace amistad con Campomanes. Forman parte de los “goliyas”, partidarios del regalismo, poder de la Corona sobre los demás; con lo que se oponen al conde de Aranda y su grupo.
En el Motín de Esquilache se muestra opuesto a los jesuitas, por lo que es nombrado embajador en la Santa Sede, logrando que el Papa Clemente XIV disuelva la Orden. Carlos III le nombra conde y él elije el nombre de Floridablanca, nombrándole secretario de Estado (1777-1792), cargo que también ocupó con Carlos IV.
Fortaleció la posición española, recuperando la isla de Menorca, que tenían los ingleses, y la Península americana de La Florida. En un tratado con Portugal, logra la isla de Fernando Poo y Annobón.
Los sucesos de la Revolución Francesa le hacen cambiar de política; enfrentándose con el conde de Aranda, que era partidario de los Consejos. Aunque presentó la dimisión dos veces, no le fue aceptada por el rey, pero en 1792 las intrigas de Aranda, la Reina María Luisa y Godoy lograron que Carlos IV lo destituyera. Fue acusado de corrupción y abuso de autoridad, por lo que estuvo encarcelado en Pamplona unos dos años. Con Godoy en el gobierno fue amnistiado y regresó a Murcia, dejando a un lado la política hasta 1808. Cuando tiene lugar la invasión francesa, funda en Murcia la Junta de Defensa y poco después es nombrado presidente de la Junta Central Suprema, con título de Alteza Serenísima. Con los avances del ejército francés, la Junta se traslada a Sevilla. Floridablanca tiene ya ochenta años, falleciendo a finales de diciembre de 1808. Fue enterrado en la Capilla de los Reyes de la Catedral hispalense. En 1936, en el traslado de sus restos a Murcia, estos desparecieron o fueron escondidos. Floridablanca permaneció soltero, por lo que sus títulos y propiedades fueron heredados por sus sobrinos. En la actualidad existe el condado en la persona de don José María Castillejo y Oriol.