CICUTA CON ALMIBAR. Por Ana María Tomás.
Vivimos en una pura ansia. ¿Se han dado cuenta de que “antes de” que llegara la festividad de Todos los Santos, o sea, primeros de Noviembre, teníamos todos los supermercados cargados de turrones, polvorones, sidra, cavas navideños… Que la verdad, la sola idea de asociar polvorones con el “polvo eres” y los “difuntos” es como para quitarnos de un guadañazo las ganas de comer, pero, como la carne es débil, pensamos “bueno… voy a tomarme un panettone que ahora está tiernecico y dentro de un mes estará, lógicamente, más seco”. Y llega la Navidad y, antes de que podamos ser conscientes de que estamos en esos días, ya tenemos las tiendas saturadas de disfraces de carnaval, carnavallll, te quiero. Y, por supuesto, como toricos, entramos de nuevo al trapo publicitario y ya, con vistas a la cosa, vamos mirando a ver de qué nos vamos a disfrazar. Así que, cuando quiere llegar, realmente, el carnaval, con frío de tres pares de huevos, nos pilla casi en pelota picada porque, a ver, un carnaval en Río de Janeiro no es igual que en el altiplano de Murcia con un encogepenes de ocho o diez grados a lo sumo. Y cuando llega carnaval, ya andan todos los escaparates lanzando la campaña de los trajes de comunión. Y cuando la primavera anda a tantos kilómetros como la luna, bueno… a más, porque la luna se ve pero la primavera no, pues ya tenemos al cortinglés convenciéndonos de que es primavera y una dice: “Pues será por aquello de las flores… en los vestidos, claro, porque por otra cosa…”. Y cuando en Murcia todavía se derrite el asfalto con un calor del copetín, resulta que ya andan los publicistas llenando las tiendas con abrigos, bufandas. Y, por supuesto, en unos días más… ¡tatatatachín!, flores y velas “pal” cementerio. Y vuelta a empezar.
Todo lo que tenemos es “este momento”. Un instante que alejamos haciendo planes para el futuro y recreándonos o mortificándonos con recuerdos pasados
¡Dios mío! ¿Pero es que nadie se da cuenta de cómo andan manejándonos los hilos del bolsillo y de la vida? Pero si todo lo que tenemos es “este momento”. Un instante que alejamos haciendo planes para el futuro y recreándonos o mortificándonos con recuerdos pasados. ¿Alguien se para a ser consciente de que no podemos acelerar ni detener este instante preciso, precioso, sorprendente, impredecible…?
Y dejamos, como ya dijo Lennon, que nos pase la vida mientras nosotros hacemos planes que, muy probablemente, no llegaremos a ver cumplidos pero no importa porque, como esos insaciables escaparates que cambian continuamente, nosotros podremos seguir haciendo planes tras planes y, si se nos complica la cosa, nos consolaremos pensando que, peor que una piedra en el zapato, es una china en un preservativo y ¡hala! plan alternativo; porque lo importante es cambiar en una frenética carrera a ninguna parte. Y todo ayuda a impedir que podamos pararnos, vivir el presente, que es un regalo y por eso se llama presente; todo nos disuade a reencontrarnos con nuestro centro, con el tesoro de sabiduría y calma que habita en él: música altísima que impida conversación alguna, las prisas, la adrenalina bombeando la sangre y el cortisol llenándola de veneno, de rabia sin saber, muchas veces por qué.
Corremos, desde que suena el despertador cada mañana hasta que volvemos a conectar la alarma por la noche. Como si tuviéramos una prisa enorme por llegar al final de nuestro camino. Ansiosos. Viviendo en pura ansia que no solo nos impide vivir, sino darnos cuenta de que andamos perdiendo la vida con antelación.