Del Apolo del Belvedere al San Juan de Salzillo

PINCELADAS. Por Zacarías Cerezo

El Apolo del Belvedere, o Apolo Pitio, es una de las más bellas esculturas en mármol de la antigüedad. Se considera una copia romana de una escultura griega en bronce, tradicionalmente atribuida al escultor griego Leocares.

Se cree que en su mano izquierda portaba un arco y en la derecha una flecha; la correa del pecho sujeta un carcaj. El autor rompe la frontalidad, propia de la etapa arcaica, gracias el contraposto, término italiano que define la postura del cuerpo en la que una de las piernas se adelanta iniciando un paso, las caderas se balancean en un sentido y los hombros en el contrario, la cabeza se gira y la figura parece estar en movimiento.

El Apolo representa el ideal de belleza griega, de rasgos serenos y gráciles, y su cuerpo desnudo revela una anatomía atlética. El puritano papa Pío IV le añadió una hoja de parra en los genitales, que afortunadamente fue retirada con el tiempo.

Tras su redescubrimiento durante el Renacimiento, la escultura causó verdadera admiración y ejerció una gran influencia en muchos autores, como se ha apreciado en Miguel Ángel (David), Durero (Adán y Eva), Antonio Canova (Perseo con la cabeza de Medusa), Jacques-Louis David (El juramento de los Horacios y el Rapto de las Sabinas), Bertel Thorvaldsen (Jasón con el vellocino de oro), Charles Bird King (La vanidad del sueño del artista), Giorgio de Chirico (La canción de amor), e, incluso, en Jean-François Millet (El sembrador).

También influyó la bella escultura en la literatura. Para Schiller, autor del Himno de la Alegría, la escultura era la “corporificación ideal de la humanidad completa uniendo gracia y dignidad en una única persona”, mientras que Goethe afirmaba que la obra, que admiró en su viaje a Roma, «con aquel aire sublime de libertad y vigor juveniles» le tenía conquistado el corazón hasta tal punto que “todo lo demás quedaba oscurecido». Lord Byron lo cantó así:

Ahora miro al señor del infalible arco,
el dios de la vida, la poesía y la luz,
el Sol, encarnado en miembros humanos,
y todo radiante desde su triunfo en el combate.
El dardo acaba de ser lanzado, la flecha brilla
con la venganza del inmortal; en su ojo
y en su fosa nasal, hermoso desdén, poder
y majestad destellan sus plenos rayos
desarrollando en esa mirada la Deidad.

La NASA lo llevó a la luna como emblema de la misión Apolo 17.

Pero en Murcia tenemos un ejemplo notable en el que se puede apreciar la influencia del Apolo, según han señalado varios académicos. Me refiero al admirado San Juan, de Salzillo, del cual dice Cristóbal Belda: “San Juan es un gigante que se alza como un nuevo Apolo del Belvedere, en acertada expresión de Julián Gallego y Alfonso Pérez Villamil”.

Zacarías Cerezo.

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