200 años entendiendo los jeroglíficos

SALUD EN EL ANTROPOCENO. Por María-Trinidad Herrero Ezquerro.

En ciencia, medicina, química, astrología o informática, el término “piedra de Rosetta” se utiliza frecuentemente como el proceso de descifrado al intentar conocer una información que aparece codificada y de la que desconocemos su significado y función. La expresión procede de la piedra de Rosetta que hace 200 años permitió descifrar los jeroglíficos egipcios. Su descubrimiento fue casual, pero revolucionó el conocimiento del Antiguo Egipto.

La piedra de Rosetta es un trozo de piedra de granodiorita, gris oscura y brillante, con vetas rosas en la esquina superior izquierda. Pesa unos 760 kilos y mide 112,3 cm. de alto, 75,7 cm. de ancho y 75,7 cm. de grosor. Tiene grabado un decreto oficial del rey Ptolomeo V, del año 196 aC, para restablecer la dinastía Ptolomea en Egipto. Es parte de una “estela” que se colocaba en las puertas de los templos, en la que se explicaban concesiones fiscales en jerga burocrática, exención de impuestos a los sacerdotes, donaciones de dinero y grano a los templos e inversiones para la prosperidad del pueblo de Egipto. El mensaje, aunque incompleto, está inscrito en tres versiones o guiones: 14 líneas en jeroglífico (para los sacerdotes), 32 líneas en demótico (escritura egipcia nativa o idioma del pueblo) y 53 líneas en griego antiguo (utilizado por la administración gobernante, ya que la dinastía Ptolomea era greco-macedonia).

La piedra fue encontrada fortuitamente, el 15 de julio de 1799, por soldados franceses, capitaneados por el coronel d’Hautpoul y el teniente Bouchard, cuando excavaban para ampliar el fuerte Julien en El-Rashid (Rosetta), al oeste del delta del Nilo. Se cree que no fue escrito en El-Rashid, sino que sería de un templo que siglos después se reutilizó como cantera para otras construcciones. Informaron al general Menou y el 19 de julio de 1799 enviaron la piedra al Institut d’Égypte con un informe de Michel-Ange Lancret, miembro de la Comisión de las Artes. Napoleón la vio en el mes de agosto y en septiembre, en el Courrier de l’Égypte, se publicó el hallazgo con la esperanza de que sirviera para traducir jeroglíficos. Los científicos franceses se percataron del valor de la piedra ya que desconocían el significado de los jeroglíficos, que veían como simples ideogramas, símbolos que explicaban ideas o conceptos, sin signos fonéticos.

Al ser derrotado Napoleón en Egipto, el 30 de agosto de 1801, el general Menou se rindió y, tras el Tratado-Capitulación de Alejandría, hubo de entregar a los ingleses la mayoría de las piezas. La piedra, metida en un armón de munición, llegó a Inglaterra en febrero de 1802 y se albergó en el Museo Británico, dónde permanece hoy. Previamente se presentó en la Sociedad de Anticuarios de Londres e hicieron cuatro copias de yeso que enviaron a las Universidades de Cambridge, Oxford, Edimburgo y el Trinity College de Dublín.

Para la interpretación de los tres guiones trabajaron decenas de estudiosos. Se comenzó por el griego antiguo, pero el orientalista francés Silvestre de Sacy sugirió que los nombres propios deberían estar escritos de forma fonética. Lo comentó al físico inglés Thomas Young quien hizo avances decisivos, describió el nombre del faraón Ptolomeo e identificó 80 caracteres similares entre los textos jeroglífico y demótico. Pero fue Jean-François Champollion quien, el 27 de septiembre de 1822, envió una carta a Bon-Joseph Dacier, de la Academia de las Inscripciones y de las Letras Antiguas de París, en la que describía como los jeroglíficos grababan el sonido de la lengua egipcia, y señaló un complejo alfabeto que organizó en una tabla con los caracteres fonéticos jeroglíficos y sus equivalencias en los otros guiones, demótico y griego: “Es una escritura a la vez figurada, simbólica y fonética, en el mismo texto, la misma frase y la misma palabra».

En 2023, tras 200 años de la descodificación de los jeroglíficos, los ingleses y franceses siguen enemistados y los egipcios continúan reclamando que les devuelvan la piedra.

María Trinidad Herrero.

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