CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
No acabo de entender de ninguna de las maneras que una Región levantina tenga la capital en las últimas estribaciones de La Mancha. Me pasa, en esta incomprensión radical, como a Josep Plá cuando veía que los empresarios multimillonarios de Barcelona llevaban su vida en vulgares pisos sin calefacción, que eran «inmensamente ricos y viven en agujeros». No me cabe en la cabeza. Murcia capital, si miras desde Madrid, es la última ciudad manchega y se supone que la primera del Levante, aunque mucho más de lo primero que de lo segundo. Estos días siento verdadera lástima al ver a los grupos de «guiris» bajo ese sol de baraja española de don Heraclio Fournier que cae en Murcia en las horas centrales del día. Esas horas críticas para golpes de calor que las autoridades sanitarias dicen que hay que evitar, es decir, las que van desde las nueve de la mañana a las nueve de la noche. Y me pregunto quién los habrá convencido, a los «guiris», de que era una buena idea tomarse algo en los franquiciados del centro histórico de Murcia y que nada podría salir mal. Como se podrá presuponer, mis ideas, aunque a lo mejor no tanto mis formas, distan mucho de ese personaje llamado José López que fue alcalde de Cartagena por los cantonalistas, la pasada legislatura. Sí, hombre, el que grita eso de la «Puta Murcia». Pero hay un pensamiento en el que nos encontramos López y yo: no tiene ningún sentido que la capital de la Comunidad Autónoma de Murcia esté por el momento en Murcia. No tiene sentido económico, ni estético, ni histórico, ni nada que lo justifique.
LA CAPITAL DE LA REGIÓN, COMO HE PUBLICADO DONDE SE ME HA DEJADO DESDE HACE MÁS DE UN CUARTO DE SIGLO, DEBERÍA ESTAR EN CARTAGENA
La capital de la Región, como he publicado donde se me ha dejado desde hace más de un cuarto de siglo, debería estar en Cartagena. Es el único lugar sensato. Lo escribí en la peor época de la llamada ciudad departamental, a principios de los años 90 del pasado siglo, cuando Cartagena era un sitio inhóspito, contaminado, horripilante, donde cuando anochecía salían los lobos y recogían las calles. Cómo no voy a insistir en ello ahora, cuando Cartagena va emergiendo de las capas tectónicas y la mierda desarrollista que colocaron encima como un tesoro largamente sepultado. Con lo que la actual Cartagena tiene ya arriba y lo que tiene debajo se pueden hacer media docena de capitales de provincia en España. Un metro cuadrado sabiamente escogido de lo mejor de Cartagena vale histórica y artísticamente, y que me perdonen los huertasunos redomados, por todo lo que contiene la por el momento capital de la Región, si quitamos la catedral, alguna sala del Real Casino y no se me ocurre ahora mismo qué más. Orográficamente Cartagena es una verdadera maravilla natural. Orográficamente Murcia es, como dijo un experto en nivel freático y climas pantanosos cuyo nombre lamento no recordar, hace unos años, «una ciudad que no podía estar situada en un escogido peor lugar».
Por supuesto, comprendo la nostalgia del barro de la barraca y todo eso. La matraca de la Murcia musulmana, obra de una cultura que nunca ha entendido el mar y le ha dado la espalda cada vez que ha podido. José López, bajo sus insultos, allá lejos, al fondo, tiene algún motivo para no querer que la capital de la Comunidad esté donde está. O se reacciona en los próximos años o nos podemos encontrar con un movimiento importante desde Cartagena donde ya no estará José López, pero que reclamará otra provincia distinta y distante para Cartagena. El proyecto de trasladar la Consejería de Turismo a Cartagena es un buen gesto, acertadamente visto por la actual presidencia regional. Mejor gesto aún sería empezar a pensar en trasladar la capitalidad, con todo lo que ello comporta. La ciudad de Murcia no tiene sentido como capital. Eso hay que hacerlo no por estrategia política. Por sentido común. Una de las principales ciudades históricas del mar que sigue siendo el centro de la civilización es de risa que en un territorio tan pequeño esté en segundo lugar tras un sitio que luce con orgullo un tanto exagerado cuatro insignificancias hechas de vulgar argamasa.

José A. Martínez-Abarca.