CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
En los años 70 del pasado siglo, tras morir Franco, la calidad de vida en Murcia, exceptuando el asunto de las frutas y verduras autóctonas, a las que se tenía fácil acceso (hoy es complicadísimo no acceder más que al cartón y al corcho), era muy inferior a la actual. Aún no se había inaugurado aquí, estrictamente hablando, la sociedad de consumo. La gente pasaba con mucho menos, porque tampoco conocía mucho más. Había mundo, pero viajar era para dos o tres ricos. Sin embargo, la calle Trapería, la vena yugular de la ciudad, bullía de actividad y era raro que existiera un bajo por alquilar. Nunca, y digo nunca, he visto el centro de Murcia tan comercial y financieramente decadente, tan desolado, tan desocupado, tan cerrado como de unos dos meses para acá. Jamás.
Me he sumido en graves cavilaciones. La que fue más que pujante calle de bancos en los años 80 hoy es una tentación para okupas. Sólo el Real Casino, algún venerable local comercial y artístico y varias franquicias de segunda o tercera división se mantienen. Lo demás es cristales pintados y locales polvorientos, Kosovo bombardeado, el Mogadiscio de «Black Hawk derribado», una cosa que da pena verla, siguiendo el mismo camino que llevó la Cartagena de los ochenta y primeros noventa. Allí la decadencia, seguida de la depresión y finalmente la llegada de la inseguridad que hacía atrancarse en casa después de las ocho de la tarde se notaron, primero, en la desaparición de la actividad comercial en el centro. Luego vino lo que vino.
Nunca he visto el centro de Murcia tan comercial y financieramente decadente, tan desolado, tan desocupado
Ni siquiera durante la gran crisis entre el 92 y el 96, cuando el país en general estaba prácticamente quebrado, afectaron ni mucho menos tanto a la actividad de la calle Trapería. Es verdad que de noche se ponía un poco lóbrega, sin llegar ni mucho menos a la Cartagena de entonces, es verdad que los pisos en la cercana Platería eran baratos porque la gente huía del centro, es verdad que no se veía la cantidad de policía de hoy, ni tan rápida, y había un «sereno» privado, contratado por los comercios, de bicicleta y porra que se paseaba cuando los comercios habían cerrado, por lo que pudiese pasar. Pero yo esto de ahora jamás lo he visto. La calle más conocida (al menos, conocida por lo bueno) y principal de una ciudad de provincias prácticamente «tancat». Los grandes murales que puso el Ayuntamiento para ocultar que no había actividad comercial ya no bastan para ocultar nada. La degeneración de la actividad de la calle ha sido casi total, y muy rápida. Y si el centro se descomercializa, se deshabita, y se marginaliza, el camino para salir del pozo es muy complicado. Pueden llenarlo todo de macetas si quieren, pero el vacío detrás es inconmensurable. ¿En qué situación nos encontramos? ¿Cómo hemos llegado a esto, que no solamente explica el covid ni las sucesivas crisis económicas? ¿Por qué Murcia es una ciudad que ha bajado tanto respecto a cómo estaba hace unos años?
Desde luego no se puede ignorar el hecho de que la situación de los bajos comerciales del centro de Murcia es totalmente anormal. La generalidad se concentran en tres o cuatro propietarios a los que les da igual alquilar que no, si con eso tienen que bajar un duro de unos precios absolutamente fuera de mercado, correspondientes a metrópolis de lujo entre las que evidentemente no está Murcia. Nadie, ni los bancos, pueden o están dispuestos a pagar esos precios disparatados. El resultado es que nos quedamos sin ciudad, si no hay algún tipo de intervención administrativa. La fe en el liberalismo la perdí hace mucho ya, pero desde luego no se me puede acusar de podemita. No precisamente. En este caso concreto, y ante una situación grave que va mucho más allá de la ley de la oferta y la demanda y que afecta a la calidad de vida de una ciudad en su conjunto, yo sería partidario de limitar el precio de los alquileres de bajos comerciales en la ciudad de Murcia, si es que esto legalmente es posible aquí. En Alemanía, por ejemplo, sí lo es. Para que volviesen los comercios. Algún tipo de comercio. Ya los bancos no volverán nunca. El banco será el teléfono. Hasta los cajeros están desapareciendo y ya no son administrados por los bancos en cuestión cuyo logotipo llevan.
Pero algún tipo de comercio de cierta calidad -o bueno, aunque sea sin calidad- debe volver a la calle Trapería, y pronto. Si no, todo estará perdido. Si no, el horizonte es la Cartagena hundida, peligrosa y «vintage» de los ochenta y primeros noventa.