CICUTA CON ALMÍBAR. Por Ana María Tomás.
“Son días sombríos, de tristeza y horror. El miedo ha regresado”, así comienza una exquisita novela de Valèrie Zenatti, titulada “Una botella al mar de Gaza”. En ella, la protagonista, una judía que no logra entender que los palestinos bombardeen su barrio, “decide lanzar una botella al mar y establecer un diálogo que le permita vislumbrar la realidad palestina”. A su mensaje responde de manera burlona un joven palestino. Sin embargo, a través de correos, esa ironía se irá transformando en confianza y en una disposición a entender sus opuestos puntos de vista.
En mi caso no es preciso acercar puntos de vista opuestos con nadie que navegue en el proceloso mar de los hospitales puesto que, tanto los de dentro como los de fuera, todos miramos en la misma dirección, buscando anunciar pronto tierra firma y gritar: “¡Salvados!”; pero sí querría lanzar esta botella a tantos hombres y mujeres que, poniendo en riesgo sus vidas, están salvando la de otros seres humanos. Y quiero dejar claro que en ese epígrafe están metidos desde los médicos hasta los trabajadores que recogen la basura que generamos, pasando por todos los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, agricultores, dependientas, limpiadoras, farmacias, camioneros, funerarias y políticos. Todos los que siguen al pie del cañón para que esta enorme maquinaría siga rodando y para que muchos de nosotros podamos quedarnos en casa. Para ellos va el mensaje de mi botella.
Mi nombre es Ana María, querido desconocido. Y no sé siquiera si llegarás a leer en algún momento esta carta, pero en estos momentos en los que un pequeño bichito nos iguala a todas las razas, países, hombres y mujeres… y que nos obliga a mantenernos alejados los unos de los otros, yo quiero, más que nunca, acercarme a ti, hablarte de las cosas realmente importantes de la vida, de esas cosas que durante tanto tiempo hemos estado haciendo de manera ordinaria sin darnos cuenta que todo era absolutamente maravilloso y extraordinario. Y quiero deciros que os habéis convertido en nuestros héroes porque en esta sociedad en donde prima la belleza, la juventud, el egoísmo… todos vosotros estáis dando una lección demostrando que no os mueve el interés personal, sino una gran fuerza interior que os lleva a buscar el bien de los demás por encima del propio.
Decimos que el mundo se ha parado, pero en realidad solo ha parado el ser humano mientras el mundo se sana un poco de las heridas que le infligimos
Durante años hemos sido abundantemente felices sin ser conscientes de que lo éramos. Y ha tenido que venir este miedo desparramado para hacérnoslo ver. Pocas veces hemos pensado que esa sensación de miedo, de angustia ante el hipotético final de nuestra vida era algo que han estado sintiendo muchos pacientes de enfermedades terminales para los cuales eso era el fin del mundo. Mientras que para nosotros era algo lejano que ni siquiera nos rozaba. Sin embargo, para muchos de los que estáis ahí, enfrentándoos cada día con la muerte, esto no es nada nuevo, es verdad que es mucho, muchísimo más de lo imaginado, pero no deja de ser “más de lo mismo”: sufrimiento, dolor, riesgo, esperanza, vida… latidos del corazón presurosos tras arrebatarle una vida a la muerte, o lágrimas en los ojos al sentirse derrotado por ella. Pero, todavía habéis dado un paso más: habéis roto la distancia que os separaba del “paciente” para aliaros con su vulnerabilidad proporcionándoles el cariño y el apoyo que sus familias no pueden darles.
Mientras escribo esto, siento miedo, no tanto por mí como por aquellos a los que amo con todas mis fuerzas. Me ayuda mucho a llevar esa sensación de zozobra el ser creyente y saber que Dios siempre está junto al que sufre. Decimos que el mundo se ha parado, pero en realidad solo ha parado el ser humano mientras el mundo se sana un poco de las heridas que le infligimos.
Hoy un amigo me ha enviado un vídeo en el que se ve una espeluznante carrera por la vida de una liebre perseguido por dos galgos más que veloces. Durante casi tres largos minutos el animalico corre que se las pela haciéndoles quiebros a los galgos. En dos ocasiones logran revolcarlo, pero se levanta con más agilidad y sigue corriendo en una llanura donde no se divisa ni una mala planta donde esconderse. Nada la detiene pero, tras brincar un pequeño desnivel, aparece un nuevo paisaje sembrado de calvas y de verdes, y la liebre desaparece para aturdimiento de sus perseguidores. En esos momentos aparece en la pantalla: “No te rindas, cada día tenemos que ser mejor que nuestros problemas”. Yo, querido desconocido, no sé si podré ser mejor que los problemas que me acucian en estos momentos, pero tener la certeza de que tú y muchos como tú sí que lo sois… me devuelve algo tan necesitado en estos momentos como es la esperanza. Así que, “¡gracias!”.
Publicado en el diario La verdad el día 4 de abril.