LAS RECETAS DE MI ABUELA QUE SOY YO. Por Juanita Banana
Les confieso que la repostería no es lo mío. La clave de un buen repostero está en ser muy disciplinado y seguir al milímetro la receta. Cantidades, ingredientes, mezclas y tiempos no admiten apenas variantes si se quiere obtener el resultado deseado. A mí, por el contrario, me gusta improvisar, calcular a ojo, añadir o restar algo según lo vea, y vigilar el proceso hasta el final añadiendo o quitando como el que maneja el timón de un barco hasta amarrar en el puerto.
Esa es la cocina de nuestras abuelas, en la que se pelaban y cortaban los ingredientes con un pequeño cuchillo y sin tabla, donde los ajos se picaban contra el dedo gordo de la mano, y las cantidades se medían en pizcas, pellizcos, puñados, cucharadas, vasos y tazas, sin necesidad de peso ni vasijas milimetradas. En la Murcia de nuestras abuelas había incluso una medida más pequeña que una pizca: la jerepizca o jelepizca, que era apenas nada de algo. De manera que cada plato salía distinto y, sin embargo, era siempre aquella deliciosa comida de la abuela que guardamos para siempre en nuestra memoria.
Hoy voy a cambiar el tercio y les voy a brindar la receta de una tarta que una buena amiga me ha reclamado repetidas veces. Se trata de aquella tarta de manzana que el malvado gato Silvestre pretendía robar a la tierna Abuelita de la ventana donde ésta la había puesto a enfriar, pero no contaba con que sus intentos se verían frustrados por el pequeño Piolín que, antes de actuar contra el malvado gato, decía aquello de “me pareció ver un lindo gatito”.
Como sus deseos son órdenes para mí, dicho y hecho.
Ingredientes para el relleno:
- 4 manzanas Granny Smith (aunque menos ácidas, también podéis utilizar manzanas Golden o verde doncella)
- Una pizca de nuez moscada y otra de clavo molido
- Una cucharadita de canela
- Una tacita de café de azúcar
Preparación:
Se pelan las manzanas y se trocean no muy gruesas.
Se colocan en un bol y se incorporan los demás ingredientes.
Se mezcla todo muy bien y se añaden dos cucharadas de harina.
Se mezcla de nuevo y se deja reposar. (Podéis chuparos los dedos para haceros una idea de lo que os espera).
Masa quebrada:
Se puede usar masa quebrada comprada en el supermercado o hacerla vosotros mismos. Para eso necesitáis tres tazas de té de harina, media taza de mantequilla y media taza de manteca (si no tienes manteca, usa otra media taza de mantequilla). Se amasa en un bol con una pizca de sal, cuidando que la mantequilla y la manteca estén bien frías. No es preciso amasar mucho para evitar que la masa ligue. Cuando la masa tiene aspecto de pan rallado se hacen dos bolas, se extienden con el rodillo y se reservan.
Montaje de la tarta:
Se prepara el molde untándolo con mantequilla y espolvoreando un poco de harina.
Una lámina de masa se usa para forrar el molde por dentro.
Con el horno precalentado a 200 grados se cuece el molde con la base de la tarta durante diez o doce minutos.
Se saca del horno y se incorpora el relleno y se cubre con la otra lámina de masa.
El borde de debajo se enrolla y se pellizca con el de arriba para cerrar la tarta.
Se le hacen en el centro cuatro rajitas con el cuchillo para que la tarta respire, se pinta con leche y se espolvorea con azúcar.
Cocción:
Con el horno precalentado a 180 grados se hornea durante 40 o 50 minutos, dependiendo del horno.
Emplatado:
Se sirve templada o fría con un poco de helado de vainilla o de crema agria o con una crema inglesa (natillas) clarita.
Truco:
Junto con la tarta, sírvanse en un vaso dos dedos de Lagavulin, Caol-Ila o Laphroaig, whiskies todos maltas procedentes de la isla de Islay, en el atlántico escocés. Nada de hielo o seltz, tan sólo una gotita de agua para que el whisky se abra y suelte sus aromas.
Saborear la tarta y el whisky lentamente.
Luego, podemos morir tranquilos.