SALUD EN EL ANTROPOCENO. Por María Trinidad Herrero.
Vivimos tiempos históricos. Vivimos tiempos de pandemia.
La pandemia de la COVID-19, que persiste por dos años, no se acaba porque aparecen nuevas variantes y porque, a pesar de que la mayor parte de los ciudadanos, de forma casi natural, nos hemos adaptado a las nuevas circunstancias, una parte de la población no aprende la necesidad de contención y no adopta las medidas de prevención.
Todas las crisis humanas tienen efectos negativos, pero también positivos. Hemos aprendido y seguimos aprendiendo nuevas formas de comunicación interpersonal y nos hemos zambullido, sin pensarlo y por necesidad, en la aplicación de las nuevas tecnologías a la vida cotidiana. Ahora son parte de nuestro día a día y se incorporan a ellas hasta las personas mayores; esas magníficas generaciones de mujeres y de hombres que levantaron este país y que, aunque estaban alejadas de los terminales electrónicos, son capaces de adaptarse y de aprender lo que sea necesario.
Lo que estamos viviendo aquí y ahora, desde el inicio del año 2020, será estudiado por los profesionales de la sanidad como historia de la medicina o de la enfermería, pero también lo estudiarán economistas, sociólogos y otros profesionales de diversas ramas. Hemos cambiado nuestra forma de relacionarnos, no solo por la implantación de las mascarillas como atuendo imprescindible, sino también en el respeto de las nuevas formas preventivas y de higiene… ¡que deberían haber estado siempre y que nunca están de más!
Somos los protagonistas de una crisis que es global porque los virus no conocen ni fronteras, ni etnias, ni color de piel
Con tanto cambio, cuando vayamos saliendo de esta histórica crisis, es más que probable que, como el ave fénix, surjan nuevas escuelas artísticas. Porque ha cambiado nuestra forma de ver y de entender el mundo. En estos momentos, las musas tienen mucho trabajo y las imagino inspirando nuevas expresiones plásticas que en unos años afectarán no sólo al arte “encerrado” en los museos, sino al arte de las calles, a la moda, al diseño de las casas y de los espacios públicos, incluidos los hospitales y los centros de salud.
También está variando la forma de entender la sanidad. Somos los protagonistas de una crisis que es global porque los virus no conocen ni fronteras, ni etnias, ni color de piel. Pero este virus no es peligroso únicamente por la infección, sino también por las consecuencias sanitarias y socioeconómicas que desencadena. Es decir, estamos ante una sindemia: “la suma de dos o más epidemias que comparten factores sociales, que concurren al mismo tiempo y en el mismo espacio, e interactúan y se retroalimentan”.
Los estudios de salud de la pandemia de la COVID-19 han afianzado que los determinantes sociales influyen directamente en la salud física y mental: la interrelación de factores físicos, psíquicos y sociales como parte inseparable de la salud humana. Tan importantes están siendo sus consecuencias que la prestigiosa revista The Lancet inició una edición especial dedicada a la Salud Global y al Desarrollo Sostenible. Asimismo, creó una comisión especializada que ha llegado a la conclusión (ya planteada como hipótesis hace varios lustros) que la pobreza, la violencia y los fenómenos adversos durante la infancia son factores de alto riesgo para mantener niveles adecuados de salud mental.
La presidenta de la Asociación Americana de Psiquiatría, la doctora Vivian Pender, ha declarado recientemente que debe considerarse una obligación urgente tener en cuenta los condicionantes del entorno social y añadirlo, de forma sistemática, a las historias clínicas de cada persona. Es una realidad científica que hay un nexo comprobado de la salud no solo con los factores biológicos, sino también entre aspectos sociales negativos y la aparición de enfermedades tanto psíquicas como físicas.
Es la medicina centrada en la persona ya que, además de las enfermedades del paciente, se han de conocer sus condicionantes vitales: su perfil biológico, físico y psíquico y su contexto social y económico. En muchos casos, estos datos pueden ser la clave del cuadro clínico para ayudar a encontrar el tratamiento más adecuado.