QUEDAR NO ESTOY QUEDANDO

HISTORIAS DE UN SOLTERO DESENCANTADO. Por José Antonio Martínez-Abarca.
Siempre me ha gustado el oficio de traducir del idioma femenino al castellano. El castellano tiene fama de ser un idioma bifurcado, poco concreto, de largas frases que terminan sin terminar; frases que se adentran al final en senderos distintos, en varias direcciones (guiones, paréntesis, oraciones subordinadas, y subordinadas a las subordinadas). Pero, en comparación, el idioma femenino es mucho más sutil e intrincado, un idioma dominado por la luna, que refleja la luz que le interesa en cada momento.

Soy un amante de los significados ocultos de las palabras en boca de las mujeres, las que normalmente se nos pasan por alto a los hombres. Sobre todo desde el triunfo absoluto del relativismo, el idioma ya no es un instrumento de comunicación sino más bien de adivinación. La complejidad va mucho más allá de eso tan sobado de que las mujeres cuando dicen “no” quieren decir “a lo mejor”. Que los hombres y las mujeres no hablábamos el mismo idioma se sabía. Lo novedoso es que ahora, incluso cuando parece que hablamos exactamente el mismo idioma, los significados son muy distintos, dependiendo de si habla un tío o una chica. La misma exacta frase dicha por un tío o una chica es completamente diferente, y con frecuencia antagónica. No tiene nada que ver. Como decía Salvador Dalí, una copia exacta de una fotografía hecha por Velázquez es un Velázquez, y una copia exacta de una fotografía hecha por un tonto es una tontería.


Soy un amante de los significados ocultos de las palabras en boca de las mujeres, las que normalmente se nos pasan por alto a los hombres


Una vez una chica me dijo una frase que tengo enmarcada, para hacerme recordar la fugacidad de la vida y la levedad de las vanidades humanas: «Déjame que esta vez te llame yo». Si eso lo dice un tío significaría que, en efecto, el tío va a llamar y que siente algo de vergüenza porque la chica le acaba de recordar delicadamente que los que aspiran a ligar a base de mensajes de whattsap son unos quinceañeros mentales, y que ellas sólo se llevan una buena impresión si el tío se deja de mensajitos y telefonea directamente. Por contra, si esa frase sale de la boca de una chica querría decir algo que jamás significaría en boca de un hombre; significaría, en tan pocas palabras, tantas cosas que con ellas podría hacerse un tratado. «Déjame que esta vez te llame yo», en una mujer, quiere decir, como supe inmediatamente gracias a mis privilegiadas dotes de intuición, que por supuesto ella jamás llamaría, que no debiste haber llamado jamás, que el invento del teléfono supuso un retroceso para la emancipación femenina y que incluso el hecho de que nacieras podría considerarse inoportuno.

-Querido, si es que sois muy primarios y os quedáis en la literalidad. «Déjame que esta vez te llame yo» dicho por una chica lo único literal que contiene es la partícula «te», igual que cuando Federico García Lorca leyó el verso de Rubén Darío «que púberes canéforas te ofrenden el acanto» y dijo que lo único que había entendido es lo de «que»…

-Sí, querida, los hombres nos quedamos en la literalidad, en lo superficial. Por ejemplo, entendemos, como buenos primarios que somos, que un «no» significa probablemente «no» y que de un billete de quinientos euros no te tienen que devolver las vueltas como si fuese de veinte…

-Ya estás a la defensiva. Lo que te quiero decir es que tenéis que aprender a interpretar, que el lenguaje no es la apariencia del lenguaje, sino un juego subterráneo que obedece a variables acentos. Para que te hagas una idea, el lenguaje femenino vendría aquí a tener algo de la sutileza del idioma chino, donde un inapreciable cambio en la situación o el tono, o la temperatura del día, hace que lo que parece una misma cosa pueda significar conceptos antitéticos…

El idioma femenino es aquello que se decía en «Alicia en el país de las maravillas», obra de un señor que entendía bastante de esto porque sentía gran admiración por las niñas pequeñas: «Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen». Una vez me llamó -sí, me llamó- una chica a la que no había visto en largo tiempo. «Nada, sólo te llamaba para saludar y eso». «Pues cuando quieras nos tomamos algo y nos contamos…» Entonces me dijo una de esas frases que solo puede pronunciar con total aplomo una mujer: «Bueno, quedar no estoy quedando». Quedar no estoy quedando, vivir no estoy viviendo, no existo ni debo existir en lo que a tí concierne, pero quería saludar y eso.

¿Queda claro, no?


José A. Martínez-Abarca.

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