PINCELADAS. Por Zacarías Cerezo.
El nombre de una obra de arte es importante, conviene pensarlo bien. Tiene que responder al mensaje que transmite; no vale ir cambiándolo, porque puede traicionarlo.
A menudo asisto a exposiciones colectivas que se organizan bajo una causa reivindicativa o en homenaje a un personaje, pero que, al no estar bien coordinadas, las obras no guardan la debida relación entre ellas, o se les ha dado un título y significado muy forzado respecto al tema. De hecho, he visto obras que, cambiándoles el nombre, van de una exposición a otra y se adaptan a cualquier argumento.
Esto de dar significados a una obra de arte, según interese, se ha dado con más frecuencia de lo que pensamos.
Se cuenta que un artista que se encontraba en una etapa de máxima inspiración esculpió un grupo de nueve desnudos femeninos. Un cliente, impresionado por aquella belleza, se interesó por comprar el grupo y preguntó a quién representaba. El escultor dijo que eran las “Nueve musas”, pero cuando le dio el precio le pareció muy caro y le compró sólo dos. Más tarde vino otro cliente y preguntó por el nombre del nuevo grupo, a lo que el artista contestó que eran “Los siete pecados capitales”; tampoco este cliente pudo pagar lo que se le pidió por todas las piezas y se llevó dos. La escena se repitió posteriormente con otro visitante que preguntó por el título de las cinco figuras restantes: son “Los cinco sentidos”, dijo el artista, y tras venderle una de ellas, bautizó las restantes como “Las cuatro estaciones”. Pasado un tiempo alguien le compró otra, y el menguado grupo pasó a llamarse “Las tres Gracias”, que no le faltaba imaginación al autor para poner nombres. Para ir terminando, ¿adivinan qué nombre le puso a la última?: “La Soledad”.
Se cuenta que, en castigo por su incoherencia, las musas nunca más le visitaron.
