PINCELADAS. Por Zacarías Cerezo.
Las cosas no son siempre lo que parecen, lo sé, pero confieso cierta dificultad para ver más allá de las apariencias. Soy confiado, y es por naturaleza, así es que no voy a cambiar, aunque me lo aconseja gente que me quiere. Por otra parte, he observado que los “listillos” que siempre desconfían de todo se equivocan tanto como yo. La ventaja, para mí, es que mi ingenuidad me permite andar relajado por la vida. Estar siempre en guardia, por desconfiar, produce negatividad y desasosiego, nada bueno para la salud.
El cardenal Scipione Borghese, hombre poderoso y gran coleccionista de arte, solía poner a prueba a sus invitados acerca de las engañosas apariencias. En una estancia de su residencia tenía alojada una estatua del periodo helenístico. Se trataba de un cuerpo desnudo con una grácil torsión que invita a girar en torno a él para verlo desde todas las posiciones, porque desde cualquier punto de vista es de una belleza excepcional. Tenía dispuesta la pieza de tal manera que, al entrar en la estancia, lo primero que veía el espectador era una espalda femenina de una gracia extraordinaria: pechos de adolescente, nalgas bien proporcionadas y un rostro de belleza sutil y delicada.
Cuando todos estaban rendidos a la belleza de aquella Venus, el cardenal les invitaba a ver la figura por el otro lado. Y era entonces cuando descubrían que la “diosa” mostraba un pene que, por su vigor, parecía delatar un sueño libidinoso. La sorpresa debía generar todo tipo de reacciones, no exentas de incomodidad. El cardenal rompía así la formalidad de un encuentro social con una “broma” no esperable de un alto dignatario de la Iglesia. Y es que la dignidad de los dignatarios tampoco es lo que parece.
La escultura es muy conocida, y representa al hijo de Hermes y Afrodita: es el llamado Hermafrodito Durmiente, encontrada en 1608 y que adquirió el cardenal para su colección. Después, los invasores franceses (1796) se hicieron con ella, y por eso ahora se puede ver en el Louvre. Está sobre un colchón de mármol que talló Bernini, tan realista que invita a tocarlo, por comprobar si es de verdad.
Tanto interés despertó este juego de apariencias que se hicieron numerosas copias en la antigüedad (se han encontrado 9) y tras el hallazgo de esta en el siglo XVII se hicieron muchas más: en el Prado hay una.