NO HABER VOTADO A FELIPE GONZÁLEZ

CONTRA CASI TODO. Por José Antonio Martínez-Abarca.

Mis padres guardaban una fotografía de los años 70, ya un poco descolorida hoy, en el gran salón del hotel 7 Coronas con el ex embajador de España en Londres, ex ministro de Información y Turismo, padre de la Constitución (un padre de la Constitución a quien nunca terminó de gustar el texto final, por eso dio libertad de voto a sus seguidores cuando el referéndum para aprobar o no la Norma de Normas, en el 78) y fundador del partido Alianza Popular, don Manuel Fraga Iribarne. Aparece un Fraga aún joven, con el pelo que le quedaba oscuro y rizado, con algo de sobrepeso pero visiblemente lleno de energía. 

En casa, Fraga era una especie de semidiós, y por su boca todas las palabras, cortadas todas por la mitad debido a que iba saltando entre ellas como entre guijarros en un río, tal era su velocidad de pensamiento, salían ya esculpidas en mármol. Mi madre era muy franquista, y por franquista nunca votó a los que se decían nostálgicos de Franco y del «Régimen Anterior». Ésos le parecían una especie de frikis o gente de medio pelo. Votó, sistemáticamente, por el tal vez más brillante ministro no sólo de Franco sino de Europa en su momento, como estoy seguro de que suscribiría su amigo Fidel Castro. A pesar de venir de una madre franquista, nunca fui comunista, rompiendo esa tradición de tantas casas, y voté también siempre por Fraga o sus siglas desde que tuve mayoría de edad, lo cual coincidió con unas elecciones autonómicas y municipales. Nunca me quedé en casa en ninguna cita electoral, nunca voté en blanco y nunca voté a otros. Tanto voté por Fraga que hasta voté al bueno de Hernández Mancha, elegido por él y luego, ante el error tremebundo, vuelto a sustituir por él. El cronista Ángel Montiel me ha aconsejado inaugurar una sección o un libro de grandes errores de mi vida, uno de cuyos capítulos se llamaría «Yo voté por Hernández Mancha». Una mancha en la biografía de cualquiera, votar por un político que hoy sería considerado un genio entre sus pares pero que entonces no hacía pie, muy bajito y que a pesar de ser tan bajito usaba gemelos en la camisa, no sé si para que algo relumbrara en él aparte de la frente.  

También yo me había formado una imagen de Felipe González que me venía casi exclusivamente del ABC que dirigía con mano de hierro el señor Luis María Anson

Pero tal vez mi gran error político fue no votar alguna vez a Felipe González, aunque luego Aznar me gustara y por supuesto lo votara. Deslizar esa posibilidad de inclinarse por Felipe estaba fuera de cualquier comprensión no ya familiar, sino de los sucesivos círculos de amigos (cuando uno es joven cree que tiene círculos y que tiene amigos). También yo me había formado una imagen de Felipe González que me venía casi exclusivamente del ABC que dirigía con mano de hierro el señor Luis María Anson, para el cual el Presidente del Gobierno era la suma de todos los males sin mezcla de bien alguno, en los años 80, y hoy lo pone como «el mejor estadista español del siglo XX».  Lo podía haber escrito antes y habernos intoxicado mucho después. Visto en perspectiva, yo, que nunca he sido de izquierdas, no hubiese tenido el más mínimo problema en votar a González y su socialdemocracia patriota y antimarxista a la alemana, es decir, a la europea, no a la sudamericana (su padrino era Willy Brandt). Aquellos casos de corrupción que tanto escandalizaban entonces y nos hacíamos los escandalizados, aquellas cosillas ocultas que se hacían para acabar con ETA no me hubiesen movido una pestaña, si en aquellos tiempos hubiese visto las cosas con más amplitud de miras, y no digamos si hubiese podido ver el futuro. Pero no. Siempre voté acríticamente por Fraga, incluso cuando no se presentaba Fraga. Yo creo que incluso lo voté una y otra vez para presidente gallego, enviando mi cuerpo astral a Santiago de Compostela. Incluso cuando Fraga se hizo galleguista, sumergiéndose entusiasta en el regionalismo o nacionalismo o lo que fuese aquello, habiendo despreciado yo siempre cualquier identitatismo parcelario, tampoco me fui al rincón de pensar. Nada. Y se supone que yo soy de la parte de los votantes mínimamente preparados, cómo será lo otro.

Hoy llevo la ligera amargura de no haber contribuido con mi voto a una España, la de entonces, que ahora veo lo era de verdad, y haberme mantenido siempre en una cómoda oposición.     

Por José A. Martínez-Abarca.

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