CICUTA CON ALMÍBAR. Por Ana María Tomás.
Hace algún tiempo leí un libro en donde se planteaba la idea de que todos los seres humanos teníamos una estrella brillante que recogía nuestros sueños, nuestros proyectos de futuro, pero solo aquellos que nos inducían a levantarnos todos los días con ilusión, a luchar por ellos, a mantenernos vivos al margen de lo que pudieran aportarnos económicamente. En él se hablaba, por ejemplo, tanto de personas corrientes y molientes, como de músicos, escritores, artistas, creadores vocacionales sin un duro y a quienes no les importaba dormir o vivir en condiciones infrahumanas y lejos de los suyos con tal de conseguir que esa estrella siguiera viva, brillando y guiándolos por entre las sombras de la cotidianidad, de las responsabilidades, de sus propios miedos y, sobre todo, de las decepciones de la Vida.
Recuerdo que, cuando lo leí, me sentí identificada con esas palabras, como si todas y cada una de ellas recogieran mi sentir, mi lucha por vivir con la palabra, para la palabra, por la palabra y hasta de la palabra. Dicen que la juventud (nada que ver con la edad) está ligada intrínsecamente al mantenimiento de los sueños y que no se envejece por la edad, puesto que hay viejos de veinte años, sino por alejarse de las ilusiones, por reemplazar éstas por las responsabilidades hacia otras personas a las que amamos, por inmolar los sueños en aras de realidades ni la mitad de gratificantes que ellos, en fin… por dejar apagarse la estrella.
¿Cómo sabemos, cuando hacemos una elección, si aquello por lo que optamos nos acerca o nos aleja de nuestro camino?
Un buen amigo me dice que, con los años, tenemos que aprender a renunciar a aquello que nos aparta de nuestro camino en la Vida, aunque no siempre sea fácil decir que no. Y que de nada vale lamentarnos por no haber conseguido más porque también hubiéramos podido conseguir mucho menos. Pero ¿cómo sabemos, cuando hacemos una elección, si aquello por lo que optamos nos acerca o nos aleja de nuestro camino? ¿No será que con el paso del tiempo y los desengaños lo que ocurre es que no nos importa tanto cuál sea nuestro camino y dejamos que la Vida nos lleve por el suyo? Otro amigo dice que la Vida lo ha vuelto práctico y que prefiere comerse un bocadillo de atún a asistir a una conferencia de filosofía, por muy interesante que esta sea.
Es posible que el cansancio por esa lucha diaria en mantener encendida nuestra estrella termine por agotarnos de tal manera que ya no nos importe arrojar la toalla, renunciar a los sueños o contemplar, casi con resignación, como esa luz que brillaba en nuestro interior se va extinguiendo como una brasa no alimentada. Sin embargo, en épocas en las que pienso y siento que ya no merece la pena perseguir esa luz, tengo la suerte de disfrutar de la luz de otros que terminan convenciéndome de que todos, además de la estrella, tenemos un desierto que atravesar, un desierto lleno de oportunidades, de oasis de avituallamiento, y de que es justo en esos momentos cuando menos tenemos que dejar perder la brújula interior. La brújula que nos indica que, pese a la arena que tengamos en los ojos, jamás debemos permitir que esta sepulte nuestro corazón, porque el norte y una estrella siguen esperándonos.