Meritocracia frente a nepotismo

Salud en el Antropoceno, por Trinidad Herrero

Querer comprar favores a cambio de compensación con bienes materiales no es nuevo. Algunos le pueden denominar cambalache, considerándolo como intercambio de servicios cuando el acuerdo es un apaño. Sin embargo, en el trasfondo, ese intercambio bien pudiera tratarse de una compraventa o de una transacción censurable o no.

En una componenda comercial, el intercambio de favores sería lícito si es transparente y si el “material” de intercambio no es un ser humano. Pero cabe preguntarse si, independientemente del producto, seguiría siendo legítima una transacción que es ocultada. Merecería ser tema de discusión teniendo en cuenta que, acorde a las normas de la razón y de la justicia, solo sería lícito lo justo, ecuánime e imparcial.

Pero cabe preguntarse si, independientemente del producto, seguiría siendo legítima una transacción que es ocultada. 

Otra cuestión diferente es el trueque entendido como una transacción comercial, armónica y equitativa. El trueque fue inventado hace más de 5.000 años en Mesopotamia. Lo iniciaron los asirios y los babilonios al intercambiar diversos metales y barras de oro y de plata. Al no existir moneda en aquellos tiempos, el valor de los productos no tenía un precio, sino que lo determinaba la oferta y la demanda. Como en todo sistema comercial, están la oferta, la demanda, el mercado, el canal y el producto; la cuestión es de qué producto se trata y qué beneficio se obtiene. Cuando hace 2.500 años el gran filósofo Aristóteles indicó que el comercio es beneficioso porque se intercambia lo que sobra a uno por lo que falta al otro, una transacción puede ser lucrativa para quien la gobierne ya que le puede reportar pingües beneficios. Pero esos beneficios pueden no ser directamente un incremento del pecunio, de los caudales, de la fortuna o del patrimonio personal. También pueden tratarse de prebendas, cargos o hasta aspectos espirituales que puedan comprarse a través de bienes materiales. 

Así entroncamos con la simonía, que se atribuye a Simón “El Mago” sobre quién, en los Hechos de los Apósteles, se describe que intentó comprar a San Pedro el poder para imponer las manos, comerciando con cuestiones santas y beneficios eclesiásticos. No obstante, ya en el año 451, el Concilio de Calcedonia condenó la simonía en las ordenaciones sacerdotales y, más tarde, el Concilio de Trento y la Ley canónica tomaron medidas sancionadoras concretas y exhaustivas. No obstante, hoy persisten otros tipos de mercadeos turbios y sombríos, nada espirituales, con los que se consiguen favores terrenales y mundanos.

Aristóteles indicó que el comercio es beneficioso porque se intercambia lo que sobra a uno por lo que falta al otro.

Y si de enchufismo se trata, nada más común a lo largo de la historia que el nepotismo. Aunque ya en Atenas el tirano Pisístrato otorgaba cargos a las personas de su confianza. Etimológicamente, el término nepotismo es un derivado italiano de “nepote” (sobrino) añadiéndole el sufijo “-ismo”, que recuerda cuando, independientemente de los méritos que tuvieran, en la Edad Media y en el Renacimiento, los Papas de la Iglesia católica repartieron favores entre sus familiares y parientes nombrando cardenales a sus sobrinos. Estas actuaciones pueden entenderse como corruptas, pero, como siempre, va a depender de la época, de la opinión pública y no tanto de la moral. Quien practique la simonía o el nepotismo debería conocer la sentencia o maldición que San Pedro dijo a Simón “El Mago”: “¡que tu dinero perezca contigo, ya que creíste que el don de Dios se podía comprar por dinero!” A pesar de ello, la realidad es que la justicia secular es muy condescendiente y muchos de los cargos públicos que están siendo designados de manera arbitraria, sin fundamento en sus méritos y valía, siguen en sus puestos sin ser penalizados ni depuestos. 

Quien practique la simonía o el nepotismo debería conocer la sentencia o maldición que San Pedro dijo a Simón “El Mago”

Cuando la simonía o el nepotismo imperan, menosprecian la meritocracia que une inteligencia, preparación y esfuerzo. En su obra de ficción, The rise of meritocracy, de 1958, Michael Young modernizó el concepto de meritocracia ya descrito en La República ideal de Platón. Pero la meritocracia, de meritum, debida recompensa, y de kratos, fuerza o poder, tiene muchas lecturas y mala prensa, ya que presupone que aumenta las diferencias sociales. Sin embargo, debería ser el cimiento de la justicia social y de la igualdad de oportunidades. De tal modo que quien, con una actitud proactiva, se esfuerce, asegure mejores rendimientos y trabaje por el bien común, merezca ser recompensado en base a su productividad y logros personales y no por quienes son sus parientes, amistades o ideas partidistas. 

Nunca ha sido más actual la afirmación de Confucio de hace 2500 años: “es difícil tener principios en estos tiempos en que la nada pretende ser algo y lo vacío pretende estar lleno”.

María Trinidad Herrero.

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