LA CARA B. Por Antonio Rentero.
“Alrededor de 40 miembros es el tamaño adecuado para un grupo de canto como el que conformábamos en su momento en la Coral Universitaria o como el que hoy formamos en Ars Mvsica. Es la cantidad de pasajeros que admite un autobús, lo que facilita (y abarata) mucho las cosas a la hora de los desplazamientos.
A medio camino entre el instituto y la universidad, casi como los equipos de fútbol que tiran de los jugadores que despuntan en el filial, así fue como nuestro maestro Ángel Semitiel fue desarrollando aquella coral en la que algunos teníamos dos ensayos semanales por figurar en ambas alineaciones, la de los “mayores” y la de los “adolescentes”.
Quizá uno de los mayores retos lo constituyó la actuación que afrontamos en el 94: cantar la 9ª Sinfonía de Beethoven con la Orquesta de la Región de Murcia. Todos teníamos un objetivo común: sobrevivir a aquella partitura. La novena es muy exigente. El director Manuel Hernández Silva explicaba que cuando la compuso Beethoven ya llevaba 15 años sordo y esas cosas se notan. Yo de hecho me “rompí” cantándola en el Teatro Concha Segura de Yecla. Noté un clack en la garganta, me mareé y me faltaba el aire. Me di cuenta de que a veces con el talento natural sales airoso pero cuando tienes que superar esa naturaleza o te esfuerzas sobremanera o te retiras, así que dejé de cantar como contratenor y me quedé de tenor.
“Uno de los mayores retos fue cantar la 9ª Sinfonía de Beethoven con la Orquesta de la Región de Murcia. Todos teníamos un objetivo común: sobrevivir a aquella partitura”
Yo había estudiado canto pero no logré encontrar una profesora que pudiera enseñarme a cantar como contratenor así que me “conformé” con ser tenor, que se me daba bien con mi talento natural. Aun así con veintipocos años empecé a dirigir corales en bodas y eventos similares, lo que en esa edad supone una interesante fuente de ingresos. Debo reconocer que llegué a esa posición de director más por falta de vergüenza que por conocimientos básicos. Al final parece que todo en este país se hace fruto de un “¿a que no hay huevos?”. Y vaya si los hay.
Por fortuna alguna capacidad de liderazgo he debido tener cuando ha sido tan natural como efectivo el modo en el que desde el principio mis compañeros del coro han aceptado que sean mis gestos los que dirigen sus voces, a pesar de unas notables carencias de técnica. Al principio compensaba esas carencias mediante la complicidad y el buen entendimiento con mi coro, pero con el tiempo las he podido suplir con asistencia a diversos cursos.
El vínculo que se forja en un grupo de estas características resulta ser muy especial, como el paso del tiempo me ha permitido constatar. Llega un momento en que los compañeros se convierten en amigos. Pasan los años y la amistad permanece e incluso se fraguan parejas que llegan a convertirse en matrimonios, como en mi caso. Te das cuenta que todo eso sucede por la intensidad con la que se comparte todo lo que rodea a la interpretación de las piezas, todo terminas viviéndolo con pasión ribereña.
Por eso el peor trago es tener que decir a alguien que abandone el coro. No suelen entenderlo, le tienes que decir a alguien «vete de esta familia». El origen del conflicto es lo de menos, lo que duele es la fisura en el grupo. Pero el show debe continuar.
Soy EMILIO CANO y aunque pocos lo saben soy director de un coro de música sacra del Renacimiento”.