SUS FADOS, SU COMIDA Y UNA GRAN VIDA CULTURAL, LA HAN LLEVADO ESTE AÑO A SER EL MEJOR DESTINO TURÍSTICO A NIVEL MUNDIAL
VIAJES. Por Eliseo Gómez Bleda. Fotografías: Eliseo Gómez Bleda.
Hacía mucho tiempo que no visitaba Lisboa y acabo de hacerlo de nuevo. Os puedo decir que sigue igual de encantadora, casi todo está como lo dejé hace muchos años. Bueno, casi todo no: han ganado la copa de Europa de fútbol y el festival de Eurovisión. Estos dos acontecimientos, sumados a su fe y su trabajo, les han llevado a ser elegida como la mejor ciudad del mundo para pasar unos cuantos días.
Y la verdad, yo también la habría votado. Es un viaje “fácil”. Yo fui desde Madrid y en 50 minutos estaba en Lisboa. El precio del avión fue más barato que ir en “nuestro tren” de Murcia a Madrid. Por cierto, ya hay vuelos desde Alicante por poco más de 100 euros ida y vuelta. El aeropuerto está casi dentro de la ciudad, se tardan unos minutos en ir hasta el hotel y nos costará alrededor de 15 euros. Todo es más barato que en España, y lo notaremos.
Lisboa nos muestra el estilo de vida portugués actual. Se han modernizado en unos pocos años, pero aún conservan sus tradiciones de toda la vida. En algunas ocasiones, al ver sus calles, sus tiendas o sus bares, pensaba que estaba en la España de hace algunos años.
Mi visita fue de tres días, suficiente para poder tomarle el pulso a la ciudad, pero aconsejo estar algún día más, para descubrir algunos rincones especiales y hacerlo con un poco de tranquilidad. Quiero cerrar los ojos y volver a vivir el viaje, paso a paso, con vosotros.
Como ya os he dicho, no merece la pena coger el metro o algún autobús que nos traslade desde el aeropuerto al hotel. Lo más cómodo y rápido fue tomar un taxi, que nos llevó a nuestro hotel “Lisboa Plaza”, pequeño hotel boutique, en la Avenida de Liberdade, en pleno centro de Lisboa. Es un hotel muy cómodo. El desayuno fue buenísimo y cuesta sobre los 100 euros la noche.
El barrio de la Baixa es una cuadrícula de calles que se construyeron a raíz del gran terremoto que sufrió Lisboa en el año 1755. Están siempre muy animadas, hay tiendas de todo tipo y muchos restaurantes
No utilizamos el metro en nuestra estancia porque es un placer subirse a sus antiguos tranvías que “escalan” las siete colinas de la ciudad, y que debemos usar para no cansarnos con las continuas cuestas. Los tranvías amarillos, llamados aquí “eléctricos”, se fabricaron en el año 1914. Son de madera, los utilizan los turistas y también los lisboetas. Hay otros más modernos pero son turísticos y mucho más caros.
El precio es de 2,90 euros si le pagamos al conductor, pero en la estación de Santa Apolonia o en el metro podemos comprar unas tarjetas prepago (0,50 euros) y recargarlas, así el tranvía solo nos costara 1,45 euros.
Las mejores líneas de tranvía son la 28 y la 15, que atraviesan los barrios más auténticos. También podéis utilizarlos para ir a la Torre de Belem. Tenéis que tener mucho cuidado con los carteristas, ya que “actúan” con frecuencia en los tranvías. También os llamarán la atención los tuk tuk, que son unos triciclos motorizados muy populares, sobre todo para los turistas.
La mañana que llegamos, desconociendo el nivel de cuestas que tiene Lisboa, nos atrevimos a ir al barrio de Alfama porque teníamos interés en ir a un rastro de antigüedades. Es una parada obligada para ver lo más autóctono de la ciudad. Se llama Feira de Ladra (mercadillo de la ladrona), lo ponen los martes y los sábados por la mañana, está al lado del Panteón Nacional de Santa Engracia, el tranvía 28 os dejará al lado.
Al acabar nuestra visita comimos allí cerca, en un restaurante cercano llamado “O’Carvoeiro”. Ya empezamos a degustar el maravilloso bacalao, que encontraremos en todos los restaurantes. Aquí tomamos el Bacalhau a brâs, pensando que sería a la brasa. Error. Era el también llamado bacalao dorado, desmigado y con una especie de patatas paja.
Antes de llegar al hotel para echar una cabezadita, descubrimos cerca, en la Plaza Restauradores, la “Fábrica da Nata”, donde venden los famosos pasteles de Belem, recién hechos. Son una delicia.
Por la tarde, aprovechamos para pasear por las zonas de Chiado y la Baixa, que están al lado de las plazas más famosas de Lisboa: la del Comercio y la del Rossio.
El barrio de la Baixa es una cuadrícula de calles que se construyeron a raíz del gran terremoto que sufrió Lisboa en el año 1755. Están siempre muy animadas, hay tiendas de todo tipo y muchos restaurantes, entre ellos el pequeño y famoso Uma, en la calle Dos Sapateiros, donde hacen el mejor arroz y marisco de Lisboa.
Llegamos a la gran plaza del Rossio, amplia y bulliciosa, siempre llena de gente, donde está el Teatro Nacional Reina María II. También se ubica allí el precioso edificio, de estilo neomanoletino, de la estación de ferrocarril de Santa Apolonia, que tendremos que visitar para conseguir en sus máquinas las tarjetas prepago y para el tren con el que iremos a Sintra.
Un pequeño secreto: normalmente hay mucha cola para subir al elevador de Santa Justa y llegar al Barrio Alto, además de casi los 8 euros que cuesta; pues bien, lo mejor es subir por las escaleras mecánicas que hay en la estación. Llegaremos al mismo sitio, tendremos unas maravillosas vistas y es gratis.
En la Plaza del Rossio también está la famosa estatua de Pedro IV, de la que cuenta la leyenda que era para enviar a México, pues representaba al Emperador Maximiliano. Pero cuando la acabó en París su escultor, Elías Robert, Maximiliano estaba en el paredón, así que haciéndole algunos ajustes la vendió a los portugueses como si fuese Pedro IV.
A poca distancia está la inmensa y majestuosa Plaza del Comercio, una de las mayores de Europa, asomándose al estuario del Tajo. Está rodeada de arcadas, tiene una bella estatua ecuestre del rey Pedro I y un arco triunfal construido en el año 1862. Durante 200 años estuvo en esta plaza el Palacio Real, destruido por el gran terremoto de 1755.
Al día siguiente y por internet, contratamos un free-tour que tan de moda están. Se trata de hacer una visita gratis, con un guía por la ciudad. Nosotros lo hicimos con la empresa Sandemans, que funciona muy bien y al acabar se les da una generosa propina.
Una de las zonas que nos mostró fue el barrio de Chiado, con su ir y venir de tranvías, todo lleno de librerías, iglesias, escalinatas y edificios reconstruidos después del incendio del año 1988. También entramos en el famoso café A’Brasileira, con más de 112 años de antigüedad. Es todo un referente en Lisboa, merece la pena entrar y tomarse una “bica”, que es un café fuerte y corto, y admirar sus tallados de madera. A la salida nos tropezaremos con una escultura de Fernando Pessoa sentado en la terraza.
La verdad, es que no merece la pena subir al castillo de San Jorge, la entrada no es barata y está totalmente vacío, solo podremos apreciar una buen panorama.
Desde la plaza del Comercio, tomamos el tranvía nº 15, que nos llevará hasta Belem. Allí podremos ver el maravilloso Monasterio de los Jerónimos, con todo su esplendor gótico, la Torre de Belem, el Monumento a los Descubrimientos, el Planetario y tendremos una buena vista del puente colgante 25 de Abril, que es uno de los más largos del mundo, con sus 3,2 km. Aquí estuvimos toda la tarde.
El día siguiente lo dedicamos por entero a visitar el precioso pueblo de Sintra, que nos encantó y prometí que la próxima vez dormiría una noche aquí. Hay mucho que ver y disfrutar. Está situado a unos 30 km. de Lisboa. Es una gran extensión montañosa llena de bosques, parques naturales y palacios. Es como si entráramos a formar parte de un cuento de los Hermanos Grimm.
Visitamos el Palacio Da Pena, que fue la principal residencia de la familia real portuguesa en el siglo XIX. Es la máxima expresión del estilo romántico. Está construido sobre las ruinas de un monasterio de frailes Jerónimos que compró el Rey Fernando II y que regaló a su esposa María II de Portugal. Es una preciosidad y merece la pena verlo por dentro, ya que está totalmente amueblado. Más tarde fuimos a ver la Quinta da Regaleira, que tiene uno de los jardines más bonitos del mundo.
En Sintra también están el convento de los Capuchos, el Palacio Nacional de Sintra, el Castillo de los Moros, además de un montón de parques.
Utilizamos el tren para ir, nos costó unos 4 euros. Ya en Sintra, con un montón de cuestas, tuvimos que utilizar autobuses. No es mala idea alquilar un coche o ir en alguna excursión organizada.
De vuelta en Lisboa vimos la iglesia de San Roque, en el Barrio Alto, su exterior no nos llama la atención, pero el interior es impresionante: una capilla mayor al fondo y cuatro capillas menores a cada lado, la más espectacular es la de San Juan Bautista, toda de oro y, sin duda, la más rica del mundo. Fue construida en Roma para que el Papa Benedicto XIV celebrara una misa en el año 1747 y después fue desmontada y trasladada en tres barcos de la Armada a Lisboa.
El Barrio Alto es una de las zonas más pintorescas. Sufrió el gran terremoto y tuvo que ser reconstruido totalmente en el siglo XVIII. Es un entramado de calles estrechas y adoquinadas y tiene un gran ambiente nocturno, sitios de fados, cafés y restaurantes con terrazas.
En Portugal no hay menús del día. Al entrar nos pondrán algún aperitivo y nos cobrarán lo que nos tomemos, el resto lo retirarán. Lo normal es comer solo un plato, lo que pidamos lo sirven en una fuente, acompañada de ensalada, patatas, verduras, etc. Los platos los veremos en la puerta escritos a mano y los cambian todos los días.
Me han dicho que la próxima vez vuelva por San Antonio, en el mes de junio. Al parecer hay una gran fiesta en el Barrio de Alfama, con grandes parrilladas de sardinas, mucho ambiente y fados por doquier.
Me encantó Lisboa, ciudad de moda, donde no tendremos ningún problema de idioma. Además los lisboetas son muy amables y educados. Se come barato, de calidad y hay mucho que ver.
Pasaréis unos días que recordaréis con placer. Espero que la disfrutéis y os guste por lo menos como a mí.
Recomendaciones de Eliseo
- Ir a comer al Mercado de la Ribeira.
- Probar la Ginjinha, licor de cerezas típico de Lisboa.
- Irnos de fados una noche por la rúa Dos Remedios de Alfama.
- Traer a la familia unos pasteles de Belem.
- Subir a alguno de sus miradores y recrearnos con las vistas.
Gracias Elíseo, nos servirá de guia.
Saludos : Juan Antonio Zugadi Alvarez